Un fenómeno por el que se conoce a España, en el terreno paranormal, en todo el mundo es, sin dudas, el surgido en la cocina de una humilde familia en la coqueta localidad de Bélmez de la Moraleda, en Jaén.
No todos los expertos que han llegado hasta este lugar h se ha dejado impresionar por esos rostros en el frío cemento de la cocina de María Gómez Cámara. A la legión de partidarios de un fenómeno inexplicable también se les unen las voces críticas al respecto que es de lo que hoy les quiero hablar rescatan un artículo del diario «Ya» de Antonio Ramos Espejo.
Los trucos según Ramos Espejo
Decía así el titular: «El truco publicitario de Bélmez de la Moraleda» y ampliaba la noticia: «Según el descubridor del tema de las «caras», hace falta que se acabe este serie de novela barata» y «El negocio de las fotos fue montado por dos fotógrafos».
En la noticia desarrollada decía: «En septiembre los de Bélmez de la Moraleda comenzaron su lidia de «misterios». En otros pueblos la publicidad turística se lanzaba con toros y vaquillas volantes para visitantes; en otros con gitanas en pleno «zapateo». En este pueblo de Jaén la promoción, original y enigmática, comenzó con un rostro que aparecía y desaparecía en la peana del fogón de una casa humilde del pueblo. En aquella ocasión fui el primero en descubrir el «boom» del pánico. Se publicó en la primera página de «Ideal» de Granada. Y recuerdo que puse textualmente: «Truco publicitario», «sacaperras» y «engañabobos».
Después se ha especulado tanto con las caras-misterio que ya sólo hace falta que Hitchcock venga a hacernos la película de terror a costa del «gracioso» pintor, fantasma o especulador turístico que ha hecho caer en paracaídas mítico el «negocio» del rostro que se las bate día y noche con las capas de cemento que le cargan encima.
Así, con esta declaración de intenciones de Antonio Ramos Espejo -el texto es integra y textualmente transcrito por mí, Jose Manuel García Bautista, sin añadir ni quitar nada, de forma aséptica- escribía: «PRIMER TRUCO. Cuando fuimos a Bélmez de la Moraleda, desde Granada, y acompañados por algunos alcaldes de pueblos de la comarca de Los Montes, quedamos tan tristemente decepcionados que todos pensamos a una: «Aquí hay gato encerrado».
El fotógrafo y su hijo
Descubrimos el tema a través de un tratante -léase vendedor de mulas, caballos, cerdos- que nos enseñó una fotografía, pequeña y mala, de un «rostro», al que la gente -decía- empezaba a tener miedo. Por ahí comenzó la primera pista, el primer truco.
Cuando se anunció entre los pueblecitos vecinos que en Bélmez había caído el «maná» porque tenían una «cosa», una «cosa» que atraería el turismo y pondría ricos a los belmezanos, comenzaron algunos jienenses a hacer pregrinaJe hacia el lugar de doña María, y lo primero que encontraban, como nosotros, era un buen paquete de fotografías que vendían -supongo que se seguirán vendiendo, pero más caras- a duro, más la voluntad. Estaba también la dueña de la casa.
–¿Pero esto cómo es? -le preguntamos.
-Nada…, que estaba guisando en la hornilla de butano y de pronto se me apareció. Le echaMos yeso y volvió a aparecer… Y así todos los días -dijo tan tranquila, mientras cobraba fotografías a duro más la voluntad.
El negocio de las fotografías lo montaron dos fotógrafos, uno de Bélmez y otro de la Moraleda. Este último fue el que se convirtió poco menos que en «promotor turístico a comisión» y comenzó a recomendar Bélmez de la Moraleda como luGar ideal para pasan un día de campo y de camino ver el misterioso rostro».
Ramos Espejo proseguía en el diario «YA» escribiendo: «SEGUNDO TRUCO. Aquel día nadie hablaba en el pueblo. La gente no estaba asustada. Era otra cosa… Como cuando en la película del «Secreto de Santa Vittoria» todos los campesinos italianos de aquel pueblo guardaron el secreto de tumba a los nazis que buscaban el vino de sus cosechas. Algo parecido, sólo que en Santa Vittoria todos saBían de qué se trataba y en Bélmez la gente ha sido objeto de una «broma muy pesada».
Nadie hablaba. Nadie comentaba. Sólo decían que la familia propietaria de aquella casa era muy buena, muy honrada e incapaz, primero, de pintar y menos aún de engañar a la gente. Otros decían: «Puede ser un demonio…, puede ser un santo… ¿Qué sabemos?».
Y otros descubrieron la planta de un segundo truco. Lo decían: «¿Y si esto ha sido una cosa del pintor del pueblo, que es hijo del fotógrafo que ha montando el tinglado de las fotografías? Porque aquí el único que sabe pintar es él».
Entrevista imposible
Entonces hablamos personalmente con el fotógrafo quien por teléfono intentó localizar a su hijo, el pintor, para señalar una cita y hablar sobre el fenómeno. El pintor se excusó. No quería hablar conmigo. Finalmente, a instancias del padre, porque nosotros -algunos alcaldes, como dije antes y yo- estábamos tan cerca del teléfono que se oía todo, sólo por teléfono rehusando celebrar una entrevista personal.
Quise hablar con él -además de por aquello del «decir» del pueblo- porque me parecía la persona más capacitada para hablarme en el pueblo de pintura.
-Yo, desde luego, no he sido… La gente dice muchas cosas, como siempre…
–¿No le preocupa que la gente hable?
-No, en absoluto… Cuando ocurren cosas de éstas, siempre se culpa a alguien.
-Cuando el río suena…
-…
-Bueno, entonces dígame insistí-. ¿De qué pintura se trata?
-Desde luego no se trata de una pintura buena.
–¿Usted como cree que ha podido ocurrir esto?
-No sé nada… Lo que dice el pueblo. Esto lo tendrían que analizar y aclarar.
Y así quedó el agua del segundo truco corriendo. Después, alguien ha vuelto a pintar más rostros e incluso a entablar diálogo con ellos. En aquella ocasión algunas personas escribieron a «Ideal», y a mí personalmente, pidiendo que se siguiera de cerca el asunto para ver qué había detrás de todo ese montaje. Yo me he figurado muchas noches a un fantasma guasón bajar por las chimeneas de las casas de Bélmez de la Moraleda y utilizar peanas de los fogones como lienzos.
A Bélmez le hace falta ya una aclaración definitiva, porque el pueblo no tiene ni brujas medievales ni belmezanos endemoniados. Le hace falta que se acabe el serial de novela barata que vive desde hace cinco meses. Ni brujas ni rostros que le ganan la batalla al cemento… Un truco publicitario, a pelo limpio.
Han pasado cinco meses desde aquella primera visita. Me imagino que a Bélmez habrán ido ya miles y miles de amantes de “misterios”. Yo no volví. Quería seguir de cerca el asunto. Fui el primero en tropezarme con aquel “rostro” que se vendía a duro en fotografías. Durante este tiempo he estado fuera, en Roma, y desde allí me llegaron noticias de que Bélmez estaba turísticamente promocionado. Ahora, en el pueblecito jienense, al contrario que en Linares, se lidian “misterios” en lugar de toros. Promoción “perfecta”, solo que abusando del subdesarrollo y de otros “sub” que se prestan.
Concluye el texto transcrito en su totalidad.
Reflexión personal
El documento tiene un alto valor periodístico y pero escaso desde un punto de vista de investigación seria pues sólo se argumenta en las impresiones personales -con todos mis respetos a Antonio Ramos Espejo- y en el valor preestablecido de «hay gato encerrado», opiniones e impresiones subjetivas a un fenómeno, el de las «Caras de Bélmez» que persiste tras más de cuatro décadas siendo observadores mudos desde el frío cemento de la casa de María Gómez Cámara.
He ido en innumerables ocasiones a Bélmez de la Moraleda, he hecho fotografías -nadie me las vendió jamás-, me han dejado investigar, he entrevistado a María y mis sensaciones son opuestas a la de Ramos Espejo -hace más de 40 años- teniendo la convicción que nos encontramos antes algo inexplicable, el fenómeno entre los fenómenos extraños que aún está pendiente de una solución y de tener respuestas convincentes.