Caso “Carranza” y el fantasma de la abuela, en Cádiz

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En pocas ocasiones una persona tiene la oportunidad de vivir un fenómeno paranormal y, cuando sucede, se cuestiona así misma si lo que ha visto es real o si, por el contrario, ha sucedido en su cabeza, en su interior. Es el caso que les quiero contar.

Nuestra testigo, Adela, es una mujer de 45 años, que hereda un piso en Cádiz, al estar viviendo de alquiler vio una solución idónea a ahorrarse un dinero y poder tener más respiro e independencia en su vida. Hizo cuentas y organizó la mudanza al piso, cercano al viejo estadio de Carranza, en la avenida -hoy- de la Sanidad Pública. Reamueblado todo, decorado a su gusto, se dispuso a vivir tranquilamente en aquel piso.

Inicio de los fenómenos extraños

Lo primero que notó fue que sus dos gatos había zonas de la casa que evitaban pero que, de alguna forma, tampoco quería darle demasiada importancia «los gatos son animales muy especiales y no les gusta, como tú sabes, las mudanzas, lo achaqué a eso». Pero pronto, muy pronto, las cosas iban a cambiar.

«Una noche, ya en la cama, yo suelo ver poco la televisión, me puse a leer un libro, los gatos estaban en la cama también. De repente sentí una voz que me decía: «No me gusta», y pensé que serían los vecinos o algo, extraño pero venga, era una explicación. La cosa es que mis gatos se quedaron mirando con las orejas apuntando al mismo sitio, como si hubieran escuchado algo» explicaba.

«En las noches sucesivas no pasó nada y yo me olvidé de aquel primer incidente hasta que una noche volvió a pasar algo muy raro. De repente vino un frio muy grande en el dormitorio y me levanté a ver si me había dejado una ventana abierta o algo, pero no, no había nada. Volví a acostarme y yo dejé la cama abierta, al llegar la cama estaba como si alguien la hubiera puesto bien. Pensé que habría sido yo inconscientemente, ¿para qué pensar en cosas raras?» seguía contándome Adela.

La noche que peor se pudo la situación «fue una que tuve una discusión con mi novio, yo vivimos juntos y él quiere venirse aquí, yo no veo algunas cosas claras, sobre todo por qué él pierde pie con sus amigos y yo soy más de otra forma. Tuvimos una discusión fuerte y al acostarme pensé que el libro lo iba a dejar, no me gustaba, y eso me recordé a la voz que escuché pero no le di más importancia. Entonces me puse a pensar en la pelea con Fran y surgió esa voz que dijo: «no te conviene». Y me incorporé sobresaltada. Mis gatos ya no echaban ni cuenta, como si se hubieran acostumbrado. Dije: «¿Hay alguien? ¿Quién es?» pero nadie respondió y pensé: «Debo estar volviéndome loca», incluso me planteé ir con mi novio a una terapia de pareja por si eso me estaba afectando».

Visión de una presencia

«Salvo aquella voz y el frío que hacía la verdad es que el piso está genial, bien ubicado, a 10 minutos andando de mi trabajo, cerca de la playa, vamos, que no tengo quejas, los vecinos son muy buenas personas y hasta cuando no estoy una de ellas le da una vuelta a mis gatos, son buenos. Una vez le dije a uno de ellos si sabían de pasar cosas raras en mi piso y me dijeron que nunca, que era un lugar al que mi abuela siempre tuvo mucho cariño y decía que cuando ella muriera sería para su única nieta, que soy yo, así que le tengo también mucho cariño. Una tarde, domingo, jugaba el Cádiz, estaba asomada a la terraza y sentí un ruido dentro, pensé que era uno de mis dos trastos [gatos] pero al entrar me quedé helada, en la puerta del salón que da a la terraza vi a una mujer apoyada, con una mirada amable, era mi abuela, me quedé petrificada, se quedó allí uno o dos segundos y desapareció» contaba impresionada.

¿Te dio miedo? pregunté y ella me dijo: «En absoluto, al revés, sentir cariño, mucho amor y protección, no sentí nada raro y créeme que la situación me impactó pero sé que mi abuela es la que se está en esta casa y sólo trata de protegerme, no debe ser mala su presencia porque mis gatos están muy a gusto y ya no se asustan ante la nada. Además cuando habla, pues lo sigue haciendo, suele ser para apoyar, en una ocasión estaba muy nerviosa, no sabía nada de Fran y me dijo esa voz: «Está con sus amigos» y allí estaba. En otra ocasión no encontraba las llaves de la puerta y me dijo: «En el cajón contrario», no puede ser mala mi abuela, al revés».

Adela se ha acostumbrado a convivir con esa presencia que sabe, inequívocamente, que es su abuela, no hay margen -para ella- a las dudas y, por eso prefiere pensar que está acompañada por un espíritu que le demuestra el amor de esa forma. Buena moraleja para tantas historias de este tipo que, en muchas ocasiones, lo que hace es aterrorizar a las víctimas del misterio.