Es un tema apasionante del que me reconozco un apasionado desde el mismo momento en el que se encontró y en el que tuvo un papel destacado el arqueólogo Pelayo Quintero Atauri. Podríamos llamarlo «sexto sentido» o intuición pero, lo cierto, es que desde que llegó a Cádiz, en 1904, sólo anhelaba encontrar la réplica femenina del sarcófago fenicio que era la estrella central del Museo.
Trabajo pacientemente en catas en las necrópolis púnicas y romanas, encontró numerosas joyas de oro de los ajuares funerarios en hipogeos así como urnas, ánforas, ungüentarios o lucernas, pero no ese sarcófago femenino deseado.
Fue un día mágico, un 26 de septiembre de 1980, cuando se iba a producir un hallazgo sin parangón en un viejo solar en la antigua calle Ruiz de Alda. En muchas ocasiones este tipo de encuentros es casi por azar, fortuito, insospechado. Se estaban haciendo unas obras cuando los dientes metálicos de la pala de una excavadora rompieron una loza de mármol. El obrero bajó de la máquina e introdujo la mano sacando trozos de hueso. En poco tiempo las autoridades se personaron en el lugar y fue Ramón Corzo quién pidió que paralizaran las obras a fin de no destrozar el hallazgo.
En el análisis de los restos se descubrió, tallada en la piedra, el rostro de mujer, además se daba una curiosa circunstancia, esta bajo la casa que ocupara Pelayo Quintero.
Es Felipe Benítez Reyes es el que escribía en «Mercado de Espejismos» lo siguiente: «Quintero Atauri tuvo, en fin, un sueño, pero nunca supo que dormía sobre ese sueño.. Jamás se nos ocurre mirar la tierra que pisamos cada día de nuestra existencia, aunque la mayoría de las veces esa tierra pisoteada es el único tesoro accesible: un lugar insignificante en el universo».
Este tipo de descubrimiento en Cádiz, de sarcófagos antropoides, son únicos en España y escasos en Europa siendo, con diferencia los gaditanos, los de mayor calidad. Se piensa que era una importación a nuestras tierras del Mediterráneo Oriental o del sur de Italia, traídos por la influencia fenicia en la zona.
Otra línea habla de un taller local como autora de estas piezas, sea como fuere eran un lujo aunque el ajuar funerario fuer muy escaso. Como en el caso del segundo sarcófago, el primero -también antropoide masculino- fue por pura casualidad y producto de unos desmontes en Punta de la Vaca, en 1887. Ese hecho hizo que Pelayo Quintero pensara que el mismo no podía ser único, por eso el buscar incesantemente a la pareja.
En la tapa del sarcófago «femenino» se «dibujaban» los rasgos físicos de una mujer, con la cabeza, en altorrelieve, peinada con tres filas de bucles en bola. Destaca sus grande ojos, párpados gruesos, nariz recta y la boca simple. Destacada es la pequeña depresión simulando el borde superior de la túnica y aun mantiene, el conjunto en si, los pocos vestigios de la policromía. Hoy día hay quién dice que, tal vez, no fuera una mujer y si un hombre. ¿Quién sabe?
Ramón Corzo, director del Museo en la época, recordaba: «En realidad, nadie esperaba encontrar allí (en un solar sin restos aparentes de otra ocupación que no fuera moderna), un sarcófago antropoide, la pieza más destacada de toda la arqueología fenicia». Después de rellenar el interior del sarcófago de arena limpia, para proteger los restos, Corzo encargó la limpieza de los sillares y de la parte superior del enterramiento, su traslado al Museo y el vaciado y análisis del ocupante del sarcófago».
El arqueólogo Antonio Álvarez dijo que aquel descubrimiento «fue una suerte, y creo que marcó a toda la generación de arqueólogos, como Antonio Álvarez, Luis Parodi, Paco Blanco, Ángel Muñoz, Antonio Sáenz, o Carmen García Rivera, que estaban allí y que luego se han hecho un nombre en esta profesión».
«Yo estuve analizando los huesos, no sólo porque tenía muy recientes mis cuatro años de Medicina, sino porque por entonces me dedicaba a la antropología física. Lo que todo el mundo sabe es que en antropología física, un solo individuo no delimita con exactitud el sexo. Hay que hablar en series estadísticas. No obstante, el esqueleto de la persona que estaba allí enterrada presentaba indicios de una musculatura fuerte, con una apófisis mastoides muy desarrollada, y eso puede indicar, normalmente, que se trata de un elemento masculino. Pero, como digo, no se puede asegurar radicalmente» indicaba.
Ramón Corzo opinaba al respecto que los restos «no permiten arriesgar conclusiones definitivas, las caderas, una de las partes de la anatomía humana que mejor permite identificar el sexo, no estaban bien conservadas, eran los huesos que más se habían desecho por la acción de las raíces de las palmeras».
Hoy día la «Dama de Cádiz» -como a mi me gusta llamarla pese a que puede ser un hombre, según los últimos estudios- es uno de los mayores hallazgos, y misterios, de nuestra ciudad y que nos habla de algo muy importante: la importancia que tuvo la «Tacita de Plata» a este lado del Mediterráneo.