El 18 de septiembre de 1990 el diario ABC recogía en sus páginas una terrible noticia en la cual daba cuenta de la muerte de una niña que, según afirmaba la asesina, «estaba poseída por el diablo».
Pero la información era más trágica aún: «La niña de once años Rosa María González murió en Almansa (Albacete), víctima de las prácticas satánicas a que la sometieron su propia madre, conocida curandera de la ciudad, una hermana de ésta y dos vecinas de la familia», estaba implicada su propia madre.
Rosa González Fito, de 36 años, sacó por el ano las vísceras de la niña intentando sacar al demonio buscando una «liberación del mal» y de la maldición que la aquejaba. Todo ello en una orgía lésbica en el que su madre y su pareja, orinaron, defecaron, drogaron y torturaron a la pequeña. Desde entonces este hecho tan atroz se llamó «el crimen de Almansa», en Albacete.
Curanderismo y superstición
Tenía fama de ser «sanadora», «curandera», Rosa González, decía que podría curar imponiendo las manos o haciendo pociones que quitaban cualquier mal, eran prácticas comunes en determinadas regiones y aceptadas, hemos de tener en cuenta que había muchas personas que decían tener este tipo de «poder» en Almansa y era tierra que creía en estas cosas.
«La hermana de la luz» o «La curandera» tenía muchos clientes y junto a su marido, Jesús Fernández Pina, montaron una «consulta» de estos temas llegando, incluso, a abandonar el trabajo. Cobraba por cada consulta y a nivel personal también le iba bien. Tenía una familia donde destacaba la pequeña Rosita, su hija de 11 años.
Rosa creía en sus dotes, creía que eran reales, sabía dar conversación a los clientes y creían en ella, tenía conocimientos de herboristería y en algunos casos sus infusiones podían ser terapéuticas, pero tanto como ir a un comercio de este tipo y comprar algo para el dolor de cabeza o de barriga y que sea efectivo, tampoco era nada especial. Así la curandera se movía entre muchos clientes y dinero. Pero nada dura eternamente y el «sector» se comenzó a resentir, tanto que, debido a la moda de la época en el curanderismo -se decía que era mejor trabajar por parejas de hermanos- hizo que su hermana Ana se uniera a ella y la acompañara, aunque ella no sabía nada de este tipo de prácticas.
En muchas ocasiones se vive una mascarada y pese a que Rosa estaba casada también tenía una relación sentimental con María de los Ángeles Rodríguez Espinilla, vecina de Almansa que solía ser invitada a las sesiones de curanderismo que esta organizaba, además invitó a la hermana de Ángeles, a Mercedes, formando una doble pareja de hermanas que sería visto como el «máximo» en curanderismo, más marketing que realidad.
El brutal asesinato
Ángeles sentía fascinación por Rosa, estaba casada y tenía dos hijos, pero no importaba, su esposo, Martín, le decía que aquella mujer (Rosa) le tenía «la cabeza absorbida» y que era una especie de sacerdotisa. La curandera era conocedora de esta animadversión y convención Ángeles de que su marido estaba poseído. Eso hizo que la relación entre ambos se fuera enfriando y no tuvieran ni relaciones sexuales, algo que Ángeles compensaba teniéndolas con Rosa.
La noche del 15 de septiembre salieron a cenar las dos parejas de hermanas, al llegar a casa Rosa no se encontraba bien y se trasladaron a casa de Ángeles donde se inició una frenética orgía satánica donde llegaron a tomar sustancias psicotrópicas facilitadas por la curandera quien llegó a decir que era San Jerónimo que había tomado su cuerpo. Rosa mantuvo relaciones con Ángeles, a una determinada hora Ana se marchó asustada por lo que estaba viendo y viviendo, dejó en la casa a Rosa, Ángeles y Mercedes que defecarían en la cama, orinaron en ella, rompieron los muebles, caminaron sobre cristales rotos, se echaron encima botes completos de colonia, un comportamiento potenciado por el consumo de sustancia alucinógenas.
Rosa y Ángeles se creyeron el instrumento de Dios y fueron a la habitación de los hijos de la segunda y le metieron los dedos en la garganta hasta hacerles sangrar pro el esófago pues querían liberarlos del «Maligno». Fue el padre, Martín Toledo, quién los sacó de allí pero no pudo hacer que su esposa se fuera.
El 18 de septiembre, tras tres días de locura, Ángeles tuvo la menstruación y sangró, Rosa lo interpretó como una posesión demoniaca y comenzó a darle patadas y puñetazos, tras ello culpó a su hija, a Rosita, de todo exclamando: «¡La niña está embarazada del demonio!» y se fue a la habitación de esta para sacarle a Satán del cuerpo.
La situación fue inenarrable: introdujo sus dedos en el año y comenzó a sacarle las entrañas, la niña lloraba y decía «mamá, acaba pronto» mientras Rosa gritaba «¡Gloria a Dios!», la tortura fue tremenda y Rosita se desmayó. La madre agitaba las vísceras mostrándolas como trofeo de victoria sobre el «demonio» y cada vez que sacaba un trozo decía: «¡Hemos sacado otro!» o «¡Esto no se acaba!». Aquel tremendo acto duró 25 minutos, hasta las 9 de la mañana cuando el marido de Rosa accedió a la habitación junto a Ana. Las mujeres, en pleno frenesí, dijeron que si le sacaban los ojos a la niña esta resucitaría.
Se avisó a la Policía Local que al llegar a la casa no creía lo que había pasado: sangre, orines, heces, vómitos, muebles rotos y el cadáver de una niña con parte de sus vísceras, de sus intestinos, arrancados. Fueron detenidas y se las juzgó. A Mercedes no se pudo probar que participara en la muerte de Rosita y quedó en libertad. Rosa y Ángeles se las declaró no responsables legalmente de los hechos pues sufrían de un trastorno mental y evitaron la cárcel.
Las tres fueron absueltas y las responsables se agarraron a un brote psicótico y tener sus facultades alteradas debido al consumo de drogas. El crimen quedó sin castigo y la única que perdió, la vida, fue la pequeña Rosita.
Rosa estuvo cuatro años y medio en un centro psiquiátrico; Ángeles apenas un año y Mercedes quedó libre al igual que Ana.