En muchas ocasiones suelen suceder hechos que marcan la vida de una persona, la vida de un testigo, uno de esos sucesos es el que le ocurre a nuestro testigo.
En comunicación directa me narraba una experiencia muy sorprendente, comenzaba diciéndome: “Qué lo que en principio parecía una típica aventura, se convirtió en una experiencia. No sé si considerarlo agradable o asombroso, pero seguro que paranormal, algunos me toman por loco y otros que les parece, una historia interesante. Lo único que puedo decir es que. Solos no estamos, nos observan, nos hablan, nos llaman, nos tocan” así de intrigante se mostraba.
Experiencia extraña
Sucedió en Cádiz y “fue allá en el invierno del año 2011, en época de lluvia, cuando al llegar de trabajar un sábado por la noche, pensé en realizar una aventura, un «o ahora o nunca» todo para soltar la estresante carga laboral durante la semana, y si es con algunos amigos, mejor. Yo tenía un grupo de aficionados al deporte al aire libre, nos gustaba la práctica del senderismo, pero por circunstancias de cada uno, nadie pudo ir pero yo sí. Así que me atreví, quería sentir el placer de la soledad mediante este comienzo de locura aventurera”.
“Cogí la mochila, chubasquero y algún que otro objeto necesario para cualquier emergencia que surja, cogí el coche sobre las 23:00 h y fui a la Sierra de Grazalema, paré el coche mire el reloj y llegue sobre las 0.15 h. Caminé e hice parada para comer algo hasta un bosque de eucalipto, disfrutando de un silencio reparador acompañado de aromas frescos, proseguí el camino hasta que ya empezó a llover y ese silencio al que llevaba acompañado durante el recorrido, se convierte en una banda sonora para los oídos, me apresure porque apretaba y llegué hasta el municipio cercano, miré a la izquierda y encontré un edificio imponente, la luz de mi linterna recorría toda la fachada” recordaba.
En tales circunstancias, lloviendo “a mares” hizo lo siguiente: “Avancé e hice un recorrido circular por todo el enclave para asegurarme de que todo estaba cerrado, y así fue, me salte por una puerta de chapa que había, tenía que resguardarme de la tromba que caía, hasta que logré colarme. Una vez dentro me llevé las manos a la cabeza, y dije: “un edificio para mi solo”, con linterna en mano y algún que otro objeto de defensa, comencé a recorrer todo, rincón por rincón, galería por galería, dos horas investigando evitando así llamar la atención”.
Presencias y «voces» de nadie
“Entre emoción, respeto, sensatez iban pasando los minutos, hubo un momento en que, en uno de los pasillos de la primera planta, sentía que me observaban, risas, suspiros, daba un paso y en dos escasos segundos se volvía a escuchar una pisada, así cada vez que apoyaba el pie en el piso. Era un colegio cerrado. Imagínese el sonido del crujido de cristales y escombros sin hacerlos yo mismo, alumbrado solo con la luz de la linterna que no conseguía tranquilizarme ya que solo alumbraba adelante pero atrás era absoluta oscuridad”.
“Llegué hasta las habitaciones que habían y cogí una botella que acumulaba mucho polvo acumulado del tiempo lo envolví con una prenda de vestir, para no hacer mucho ruido, y lo esparcí por el pasillo, hasta que extendí la esterilla y el saco de dormir y trate de descansar pero aquellos ruidos, aquellos sonidos, aquellas presencias, aquellas pisadas de nadie allí estaban y no era sugestión mía” decía el testigo.
“Al día siguiente, la aventura llegó a su fin, y volví aliviado de recibir los primeros rayos de sol, una noche con mis cinco sentidos puestos en las cuatro paredes, en las ventanas y sobre todo en ese oscuro y siniestro pasillo que hay detrás de la puerta de la habitación” tras pasar una noche en esta “casa” encantada de la Sierra de Cádiz.
En ocasiones, en viejos edificios, al penetrar en ellos, sin conocer la historia, se despiertan sensaciones –por temor, sugestión o realidad- y acaba surgiendo un fenómeno espontaneo que puede ser traumático o enriquecedor, depende de la persona y de cómo se toma la experiencia.