En Valladolid encontramos un punto caliente dentro de lo que son las casas encantadas y tiene que ver con un escrito como el dramaturgo José Zorrilla, en su casa parecía habitar lo que podríamos calificar como un fantasmas y que dentro de su obra «Recuerdos del Tiempo Viejo» describía, producto de los recuerdos de su infancia, como: «una señora de cabello empolvado, encajes en los puños y ancha falda de seda verde» que él no recordaba de verla jamás en si hogar.
Zorrilla narra como aquella mujer llega a tener una particular conversación con él: «Yo soy tu abuelita; quiéreme mucho, hijo mío, y Dios te iluminará». Años más tarde Zorrilla vio un retrato: «Ahora pregunto: si no hubiera yo visto a la del aposento cuando niño, ¿hubiera podido reconocerla por su retrato diez años después?».
La mujer se llamaría doña Nicolasa y en el circuito de visitas que se realizaba en la casa natal del dramaturgo fueron diferentes los visitantes o turistas que la vieron pues las luces se encendían y se apagaban solas, los cajones se abrían y se lo atribuían al fantasma de aquella «abuela» de otro mundo.
El propio Zorrilla cuenta: «Tendría yo de cinco a siete años, y no podía tener más porque viví con mis padres los siete primeros de mi vida en la calle de la Ceniza (hoy de Elvira) de Valladolid, y en aquella casa, donde nací, es en donde me aconteció el primer absurdo, precursor y engendrador tal vez de mi posterior afición a lo absurdo, fantástico e imposible».
Otras experiencias
«Llevábame mi buena madre todos los días a la misa que tenía ella costumbre de ir a oír en la parroquia de San Martín, en donde fui bautizado. Mientras ella devotamente asistía a la celebración del Santo Sacrificio, yo me entretenía en mirar las imágenes, las flores y las luces de los altares. En el mayor hay un San Martín de talla, jinete en un caballo blanco, partiendo con su espada la capa, cuya mitad dio a Cristo (…). En la nave de la iglesia de la parte del Evangelio había un altar de San Miguel, con su espada levantada sobre un gran diablo que a los pies tenía; San Miguel muy bien encorazado, y el diablo con una cara muy morena, de la cual resaltaban dos ojos de mucho blanco, y unos blanquísimos dientes que parecía que iban a salirse de su sangrienta y entreabierta boca (…) Yo me he detenido en tales pormenores, porque solo teniéndolos presentes puedo, no explicar, sino concebir lo que no me atrevo aún a asegurar que vi, y que si no lo vi no comprendo ni he podido comprender nunca cómo lo concebí para retenerlo claro, distinto y como positivamente visto, en un rincón iluminado de la memoria del niño».
Vio a un «jinete tan gallardo como colosal, que con la cabeza llegaba al rodapié de los balcones de mi casa». La figura que creyó ver era el mismo diablo del altar de su parroquia a lomos del corcel blanco de San Martín. Aquel demonio lo saludó «enviándome desde su blanco caballo una mirada luminosa de sus ojos de mucho blanco, una sonrisa fascinadora de su boca…» en otra experiencia fascinante.
Pero volviendo a aquella anciana él decía sobre tan particular visión: «Estoy seguro de haber sentido el contacto de sus manos en las mías y en mis cabellos y recuerdo perfectamente que sus palabras me dieron al corazón alegría».
Fenómenos paranormales y hechos extraños que se pueden vivir en la casa del dramaturgo y que son, sin lugar a dudas, reales tal y como narran los testigos o como narró él mismo en sus escritos.