Hay un lugar casi olvidado en la provincia de Huelva que supone una herida en la memoria y, también, un tajo en el alma de aquellos que sufrieron los horrores de una guerra cainita en España. Es Membrillo Bajo, el recuerdo del horror y los muertos.
Posiblemente sea una de las historias que menos se cuentan pero que más calan cuando se conoce. Debemos situarnos en el año 1937 cuando la Guerra Civil estaba en un momento crudo, violento, donde se rendían más ajustes de cuentas que combates políticos aunque se disfrazara del color de alguno de los bandos. Eran tiempos de hambre, de penurias, de llantos, de sangre.
Terrible historia
En ese marco situamos a la aldea de Membrillo Bajo, en las proximidades de la localidad onubense de Zalamea la Real en dirección a El Berrocal. Poco queda de la misma, los vestigios en ruinas de las casas que fueron quemadas y casi derribadas y, si ponemos atención, veremos como hay alguna piedra con marcas de impactos de bala.
En Membrillo Bajo, al amparo del bando nacional, se cobraron las disputas por las lindes, por los derechos de la tierra que tenían campesinos y terratenientes, de esa forma, se iban a cobrar las vidas de «aquellos que molestaba» y que pasaron, sin piedad, a cuchillo tras sufrir días de terror y tortura.
Fueron nueve los falangistas que sembraron el terror y el caos en aquella aldea que tenía sólo 113 habitantes y que eran, en su mayoría, jornaleros y campesinos, pero por una orden oficial de Queipo de Llano fechada el 6 de agosto de 1937 se buscada a fugitivos y guerrilleros en toda la zona, esa fue la espoleta que desencadenó una masacre en la que se prohibió la salida del pueblo y la matanza duró meses donde no se respetó ni a mujeres, niños o ancianos; quisieron borrar las huellas de la barbarie metiendo fuego a todo pero las voces de los muertos resonarán siempre en este lugar.
Testigos del horror
José Moyano, hijo de uno de los testigos -que sólo tenía 7 años en aquel momento y que perdió a familiares en la matanza- decía: «Mi padre recuerda que, cuando quemaron el pueblo, unos falangistas subieron hasta El Membrillo Alto, donde él vivía. Uno de ellos lo cogió en brazos, lo aupó para que pudiese ver cómo ardía El Membrillo Bajo y le dijo: ‘¿Ves lo que le hemos hecho a ese pueblo? Pues con el tuyo vamos a hacer lo mismo».
Cándido Moyano, superviviente de aquellos terribles hechos, recordaba: «Mi primo y yo nos escondíamos de los soldados. A los muertos les colocaban en la carretera de la entrada del pueblo para que todo el mundo los viera y sintiera más miedo. A mí tío le cortaron la lengua. A otro le caparon y luego se fueron paseando con sus pantalones».
Fenómenos paranormales
La matanza dejó todo preñado por el dolor y la muerte de los allí caídos. En la actualidad es un punto para la investigación pues no son pocos los testigos que afirman haber podido sentir presencias y figuras fantasmales, sombras, que se mueven en la noche. Pisadas que no provoca nadie o luces extrañas.
Mi buen amigo Ignacio Garzón, investigador en la zona, indicaba que son “rumores sobre presuntos hechos se repite en diversas localidades de la geografía nacional, como Belchite u otras, que también se han despoblado por culpa de una matanza”.
Carlos Álvarez se acercó junto a unos amigos a hacer unas pruebas: «Yo no pertenezco al mundo de la investigación paranormal pero me gustan estos temas y fuimos. Allí pudimos sentir pisadas y grabamos varias psicofonías, sobre todo eran gritos y llantos, resultaba todo sobrecogedor» relataba impresionado.
Tuve la oportunidad de regresar, nuevamente, hace pocos días. El lugar y la Historia me eran conocidos, he estado allí en más ocasiones, en esta no iba con televisión ni a grabar ningún documental, sólo a captar sonidos y la realidad superó cualquier planteamiento inicial, las grabadoras registraron numerosas inclusiones, sobre todo pisadas y detonaciones, me recordaban a las famosas psicofonías de Carlos Bogdanich en Belchite. Igualmente, con otros aparatos, voces «del otro lado» que pedían ayuda, que gritaban, una sobrecogedora que «busco a mi mamá», o «dejar de hacer eso». Otras fueron «dolor», «me duele», «tortura», «guerra», «busca mi alma» «aquí me mataron» y que todo tiene una relación cierta con el lugar.
Son hechos que van más allá de la investigación, que apelan a los sentimientos y que recuerdan, psicofónicamente, la barbarie cometida en Membrillo Bajo.