En este periodo de invierno, no lo vemos en exceso ya que nuestra posiciĂłn en el espacio hace que sus rayos no nos acompañen como deseáramos, pero conforme pasen los dĂas veremos cĂłmo su presencia en el cielo cada vez es mayor en tiempo, y por tanto será de nuevo el preludio de la nueva vida en la Tierra, de meses en los que su calor nos hará estar más activos hasta llegar los meses en los que su aplastadora presencia nos provoque buscar sombra para resguardarnos. En cualquier caso, ha sido objeto de culto desde los albores de la humanidad.
El Sol, nuestro astro rey. Numerosas son las culturas que han adorado a la majestuosa bola de luz y calor que alumbraba durante el dĂa todo alrededor de los primitivos seres humanos, permitiĂ©ndoles ser testigos de todo el reino que les entregaba, sus bonanzas y tambiĂ©n sus peligros, los cuales serĂan vistos con tiempo para prever una huida hacia lugares más seguros.
Es fuente de calor, y siempre ha simbolizado la vitalidad y la pasiĂłn, asĂ como la juventud y la fertilidad, siendo sobre todo adoptado como elemento presente en la realeza, imperio y altos mandatarios de numerosas tribus repartidas por todo el mundo, usando su figura como nexo comĂşn en sus creencias.
Esa parte más negativa, los solsticios (sol quieto) han sido conmemoradas realizando para ello peticiones y rituales de lo más variopintos, encaminados a conseguir que ese “incidente” celestial por el cual el astro Rey parece estar “parado” durante su marcha termine lo más pronto posible.
Y es que en esas Ă©pocas del año, el Sol parece salir por el mismo lugar del horizonte durante tres dĂas seguidos, como si algo le impidiese seguir su camino.DespuĂ©s, vuelve a moverse en la direcciĂłn contraria pero, al menos, se mueve. Y eso tambiĂ©n es conmemorado por numerosas culturas, las cuales han adaptado y tratado de explicar a la poblaciĂłn este hecho mediante el uso de historias, mitos, leyendas, parábolas.
Textos en definitiva que intentaban poner en conocimiento de la población la majestuosidad del acontecimiento celeste con palabras que fueran comprensibles. El problema es que en muchas culturas, todas estas historias ha sido tomado al pie de la letra, y transcritas de forma que han creado una profunda confusión que, en algunos casos, se ha denominado “religión”.
Si seguimos con la simbologĂa, el Sol ha sido mostrado de numerosas formas dependiendo de la cultura y el momento de la historia. Por ejemplo, en Grecia se denominĂł Apolo, en la cultura vĂ©dica se le llamĂł Surya, y fue venerado por ser quien daba la muerte y el nacimiento a todos los seres humanos.
Poco se conoce a Rahú, figura hindú que representaba también al astro rey, o a Jepri, Dios egipcio del Sol naciente, con forma de escarabajo pelotero.
Sea como fuere, incluso en la religiĂłn catĂłlica, hay elementos que nos hacen pensar en un pasado relacionado con el culto al sol, representado en la propia figura iconográfica de JesĂşs de Nazaret, cuando lo vemos coronados con esas “potencias” que nos recuerdan a los rayos solares, tan presentes tambiĂ©n en muchas representaciones humanizadas de los dioses venerados como Dios Sol. Y es que ni el catolicismo se libra de esa simbologĂa esotĂ©rica que parece ser la base cultural de las religiones.
El sol ha polarizado incluso las construcciones de los antiguos pueblos de todo el planeta no quedando sólo como patrimonio de los más conocidos como pudiera ser Egipto. Los Mayas, los Aztecas, los Incas, en China, todas las culturas han rendido y valorado el tributo al sol al que han rendido culto e, incluso realizado ofrendas y sacrificios.