La extraña historia del ‘hombre-pez’ de Cádiz y Liérganes

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Hay muchas personas que gustan de saber las curiosidades y leyendas de la ciudad donde viven o que visitan, la Historia heterodoxa que tiene tanto que enseñarnos a caballo entre la leyenda y la realidad.

En ese entorno Cádiz tiene una de las más populares y reconocibles de España donde se aúnan elementos imposibles y otros tradicionales que unen Andalucía con el norte, con Cantabria.

Nuestro protagonista se llamaba Francisco de la Vega Casar, nacido en 1647 en el pueblo cántabro de Liérganes. Desde pequeño demostró unas especiales cualidades para desenvolverse en el agua y quizás esa rara atracción es la que le llevaría a vivir su particular vida.

Corría la víspera del día de San Juan de 1674, cuando Francisco y otros compañeros suyos carpinteros, se dirigieron a la playa a pasar la noche más mágica del año.

Llegaron a un brazo de mar de sobras conocido por Francisco y en un momento de la noche, el joven se desnuda, se adentra en el mar y desaparece para siempre. Los gritos de sus compañeros fueron infructuosos.

La oscuridad de la noche y la bravura del mar Cantábrico hacía imposible encontrar a Francisco. Sus hermanos Tomás, José y Juan hicieron lo posible y lo imposible por encontrar el cadáver de su hermano pero el mar se resistía a devolverlo.

Cada mañana recorrían la zona para ver si en una de las mareas, el cadáver de Francisco había sido arrastrado hasta la playa pero no había resultado. Desde aquella noche de San Juan ni los hermanos de Francisco, ni María su madre volvieron a vivir felices.

La historia del hombre-pez de Liérganes es una historia real, extraña pero real, a mediados del siglo XVIII en la localidad santanderina, y que hoy es ya una leyenda.

Cuando tenía quince años Francisco de la Vega Casar se trasladó a Bilbao para aprender el oficio de carpintero, una tarde, junto a dos amigos, va a darse un baño al mar, se quitan las ropas y se zambullen en el agua… Francisco comenzó a nadar hasta perderse en el horizonte… No regresó, lo dieron por muerto, por ahogado; así se le comunicó a su familia que lloraron desconsolados su “muerte”.

En el año 1679, los pescadores de la bahía de Cádiz estaban asustados. Hasta sus barcas de pesca, contaban que se acercaba una extraña criatura que los pocos que la habían podido ver, decían que tenía brazos.

Aquello era imposible, pero cada vez eran más los pescadores que testimoniaban haber visto a la criatura. Pronto cundió el miedo en todos los puertos de la bahía. Aquello, fuera lo que fuera, parecía ser inteligente puesto que era capaz de comerse el pan y los trozos de carnes empleados como cebos sin caer en la trampa.

Decidieron entonces confeccionar una gran red de arrastre para capturar a aquello fuera lo que fuera. Aquella mañana de febrero de 1679, todos los pescadores se agruparon y consiguieron arrastrar a aquella sombra hasta la costa.

Lo que tenían ante sus ojos aquel grupo de pescadores no podía ser real. Habían pescado a lo que parecía ser un hombre de casi un metro ochenta de altura y corpulento. Presentaba la cara especialmente pálida y su pelo era rojo.

Sin duda lo más sobrecogedor era una delgada línea de escamas que iban desde la garganta hasta el estómago y que igualmente recorría la columna vertebral. Los dedos de sus manos estaban unidos por una especie de membrana fina que le daba apariencia de pata de oca. Las uñas de esta extraña criatura aparecían gastadas como si hubieran sido dañadas por la sal.

Aquella criatura lanzaba unos gritos que ponía los pelos de punta y no paraba de retorcerse con tal furia que ni entre siete hombres eran capaces de sujetarlo. Cuando lograron reducirlo, fue trasladado al convento de San Francisco. Hoy, a pesar de las reformas, podemos contemplar este antiguo convento hoy iglesia fundado en 1566 ubicado en la calle del mismo nombre, cerca de la plaza de la Mina y la de san Antonio.

Era secretario del Santo Oficio en aquellos años, don Domingo de la Cantolla, oriundo de Liérganes por mano de la casualidad. En cuanto recibió la noticia, ordenó que a aquella criatura se le realizaran no pocos exorcismos por si era de origen infernal o por si era portador de demonios y espíritus malignos.

Una vez realizados los exorcismo, interrogaron a la criatura durante varios días sin conseguir que dijera una sola palabra de su procedencia hasta que un buen día, dijo algo parecido a “Liérganes”.

Con el paso de las semanas, muy guturalmente logró decir “Liérganes” y un eclesiástico de esa misma localidad recordó el episodio trágico de Francisco de la Vega. Fue llevado a Santander, a Liérganes, donde su familia –no sin problemas- lo identificó, pero Francisco de la Vega estaba ausente…

Durante los siguientes nueve años sólo decía: “pan, vino, tabaco”, sólo eso; un día se arrojó de nuevo al mar y desapareció.

Hoy día, tanto en Cádiz como en Liérganes, podemos contemplar placas o monumentos que nos recuerdan tan hermosa e imposible historia popular.