En plena pandemia se conmemora el 150 aniversario de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, y de su hermano y pintor Valeriano, vinculados por siempre al mundo artístico en España.
Son muchas las obras que se han editado conmemorando esta efemérides, como «Las XLIII rimas más románticas para niñ@ enamoradiz@s de Gustavo Adolfo Bécquer» (Ed. BABIDI-BÚ) o «Los Fantasmas de Bécquer» (Mariano Fernández Urresti, Ed.Almuzara) y donde se hace un amplio repaso de las poesías del autor, pero mi interés en él viene por la fascinación que sentía hacia todo lo oculto, hacia todo lo esotérico, hacia todo lo paranormal.
Hay un Bécquer más oscuro y amplio conocedor del mundo de los fantasmas, de los espíritus, quizás por que él conocía bien la Sevilla de su tiempo donde, junto con Cádiz, surge un tipo de espiritismo derivado del victoriano que tuvo una amplia repercusión en Andalucía. Gustavo Adolfo Bécquer es nuestro particular Edgar A. Poe o H.P. Lovercraft aunque por la dulzura de sus composiciones nadie lo sospecharía.
En la obra de Bécquer hay una serie de relatos que pone de manifiesto este interés que tenía por estos temas. Uno de sus fantasmas, de Bécquer, más conocido es Maese Pérez «el organista», era el organista oficial en la tradicional Misa del Gallo y al que la muerte le rondaba y no se podía desplazar por lo que sus vecinos lo llevaron en volandas. Interpretó la pieza en el órgano que sonó mejor que nunca y con la última nota también llegó su último suspiro. Allí murió.
Al año siguiente se quiso hacer la misma celebración con otro organista, pulsaron primero la opinión de su hija que rehusó la invitación y, por tanto, invitaron a un segundo organista de menos calidad; cuando este comenzó a tocar todos quedaron conmocionados de como sonaba aquel el órgano, sin embargo advirtieron que alguien bajaba apresurado por la escaleras. Se trataba del suplente que juraba que el espíritu de Maese se había manifestado y era quién realmente tocaba el mismo.
Relatos paranormales
En otros relatos también encontramos hechos paranormales como «Los elementales», «La Corza blanca», «La Dama blanca» y muchas otras que esconden más de lo que muestran y se lee.
En «La Corza blanca» podría haber influencias celtas. Ubicamos en la fuente de Los Álamos, en Beratón aunque también hay hechos sobrenaturales como ondinas y elfos con la magia que ello desprende. Sigue la tradición medieval de las apariciones de la Virgen y su relación con los animales tales como pudieran ser los ciervos y transformación en ellos.
En Guigemar le lanza una flecha a una cierva blanca que guarda su relación con «La Corza Blanca» en el que Sertorio habla de una corza blanca que le vaticinaba el destino a su dueño. Cuando Sertorio es asesinado la corza muere y se deshace en humo.
Encontramos que el animal albino es sinónimo de características paranormales, el humo, la reconversión, la pureza, el alma, la adivinación, se esconde tras la obra.
En «El Rayo de Luna» Manrique es un noble solitario que ve como una dama, de noche, camina al monasterio de los Templarios. Volvió a verla otra noche y la siguió comprobando que era un rayo de luna donde se manifiesta que la vida, a veces, es un engaño y su amor casi una quimera.
Son sólo tres ejemplos del gusto de Bécquer por lo paranormal allá donde reina la fantasía, el desengaño, la frustración, el misterio, la leyenda y, por supuesto, el romanticismo de la época. Un autor que se hizo eco de todas las leyendas misteriosas allá por donde iba y que inmortalizó en sus relatos que, hoy, son ya parte de la Literatura Universal.