Es uno de los lugares que más inquietudes despierta, seguramente si le propusieran investigar en un cementerio su respuesta, casi inmediata, sería un rotundo «No». Caminar entre tumbas y lápidas y «esperar» que una mano huesuda le tome del hombro es algo que su imaginación gestiona mal y, sin embargo, hay sitios donde se puede hacer realidad.
Uno de esos cementerios encantados donde lo imposible podía ser realidad lo teníamos en Cádiz, un lugar que era el camposanto de San José y donde fueron a ser enterrados muchos de aquellos que fallecieron debido a la tremenda explosión de 1947 y que arrasó con la ciudad. Un cementerio popular que estuvo siendo la cabecera luctuosa de la ciudad hasta que en 1992, con el «lleno» del lugar, se prohibieron más enterramientos.
Hemos de viajar en el tiempo a 1800 para ver como se iniciaban las obras del mismo, extramuros, tal y como se ordenaba por la Junta de Fortificaciones que decía que tenía que haber 1500 varas de distancia obviando la cédula de Carlos III, de 1787, por la que se permitía poner un camposanto cerca de hospitales o iglesias. Ya no podía estar en suelo urbano. Así Torcuato José Benjumea, debido a un brote de fiebre amarilla en la ciudad, gestor del proyecto, inicia en el 1800 las obras del mismo estando operativo hasta 1997 cuando de decide el traslado de los restos a otro lugar.
Destacar la pirámide con los restos de más de cuatro mil personas, de las exhumaciones, rematada por un gran ángel que vela por los 285.141 nombres que allí descansan.
Fantasmas en el cementerio
Pero el cementerio de San José era conocido también por una sería de hechos extraños que ocurrían en su interior, hechos que harían palidecer a cualquiera como el de un vigilante que una tarde vio como había un joven, de unos 18 años, en el cementerio. Se acababa de cerrar y, pensó, se había quedado dentro, por lo que le dijo que debía salir ya del recinto. Aquel joven no hizo caso a la indicación de Alfonso Cozar, nuestro protagonista. El joven permanecía allí inmóvil y cuando estuvo cerca de él se dio cuenta que era un fantasma.
La descripción que hizo fue muy detallada pues vestía pantalones vaqueros y camiseta rayada. Desapareció ante sus ojos y cuando llegó al lugar donde se encontraba vio algo que le dejó helado: una fotografía en una lápida, de un joven de unos 18 años, con camiseta rayada, de marinero, que era el mismo que estaba allí hacia un instante. «¡¿Cómo era posible!?». Hacía más de un siglo que estaba enterrado allí.
Igualmente Paco Sampedro, vecino de Cádiz, me decía: «Yo estuve una tarde en el cementerio por un tema de una exhumación, mientras que se esperaba me di una vuelta por el cementerio, para «matar el tiempo» y vi a un señor que paseaba entre los nichos, me extrañó por que en el cementerio no había nadie más que nosotros. El hombre iba de negro completamente, con sombrero y bastón, muy elegante. Me llamó la atención porque parecía sacado de otra época. Entonces giró y lo perdí de vista. Fui a la zona donde había estado parado y allí había una especie de nicho familiar con la foto de cuatro personas, una, juraría, era él. Me tuve que sentar allí en un escaloncito de la impresión que me dio».
Niños de otro mundo y Don Rosendo
También se escuchaban voces de niños que parecen jugar, voces infantiles de la muy encantada «Casa Cuna» en la que se manifiestan también todo tipo de presencias.
Esferas de luz que parecían «pulular por este lugar y que eran algo así como «las almas de los difuntos que aún no habían llegado a la Gloria» como me decía Elena Moreno, quizás recordando a su abuelo enterrado en el cementerio de San José.
El fantasma más conocido es el de Don Rosendo, fallecido el 19 de julio de 1876 y en la que no faltaban nunca las flores. Su nombre era Rosendo de Vicente y Vicente y decían que si se le rezaba una oración traía suerte. Hay muchas leyendas sobre este personaje, para unos era un simple gaditano anónimo, para otros un médico, para otros un filántropo o el propietario de una tienda de ultramarinos que deba mucha comida a los necesitados. Lo cierto es a Don Rosendo se le veía pasear por aquellas calles lúgubres formadas por los nichos de los difuntos, vestido de otra época y con la nostalgia del que ya no está ni en esta vida ni en ese desaparecido lugar.
Hice una entrevista a Ramón Vergara, un testigo de otro hecho sorprendente: «Fue una mañana en la que estaba limpiando la tumba de mi padre, estaba metido en acabar la faena y se me acercó un niño y se me quedó mirando. Noté su mirada y me giré, allí estaba detrás mía, vestido como de comunión, con un traje así vistoso pero antiguo. Le dije: «Niño, ¿quieres algo?» y simplemente, delante mía, desapareció«. ¿Es posible?
El viejo cementerio, que hoy he querido recordar, siempre será uno de los lugares más encantados de Cádiz aunque no sea más que un recuerdo de las experiencias paranormales que tuvieron muchos paisanos en su interior.