Los casos de ouija siempre son particularmente inquietantes, en ellos se pone de manifiesto el contacto con el más allá así como todo el componente psicológico que tiene realizar determinadas prácticas. El caso que les cuento hoy tuvo lugar en un enclave mágico y misterioso de la sierra cordobesa, en el Monasterio de Santa María de los Ángeles.
El Monasterio de Santa María de los Ángeles está ubicado en la Sierra de Hornachuelos, en medio de un paraje natural impresionante y dando en una pared al río Bembézar. Un enclave construido en este punto tan particular con la idea de tener un mayor recogimiento, lugar donde aislarse del mundo y poder meditar, rezar y tener la inspiración necesaria para encontrar a Dios o la Iluminación.
El Monasterio de Los Ángeles o Seminario de Hornachuelos
De su historia sabemos que hemos de viajar en el tiempo al 14 de abril de 1490 cuando el que fuera segundo conde de Balalcázar, llamado Fray Juan de la Puebla, crearía el convento franciscano de Santa María de los Ángeles, que tiene un peso histórico importante pues los propios Reyes católicos lo visitarían en el año 1494 «todas las partes é montañas que hay yendo de Hornachuelos luego como se mira al convento por todo el río arriba hasta la vuelta que hace con todos sus valles é aguas vertientes por una y otra parte del río». Visita real que no sería la única pues el monarca español Felipe II haría lo propio en el año 1570.
Las vicisitudes históricas del edificio no son pocas pues en los años 1498, en 1543 y en 1655, sufrió diferentes incendios que marcarían, trágicamente, el entorno y que dañaron la construcción original. Fallecimientos de hermanos y volver a reconstruir el edificio tal y como se puede leer en la inscripción de 1793. Aunque se tiene poca constancia de las muertes ocurridas en su interior aunque si se un antiguo cementerio que estaría en las inmediaciones del mismo, propia de toda construcción religiosa permanente.
En este punto es donde se va a vivir una experiencia estremecedora. Año 2004, año de especial actividad para los investigadores de la zona y donde decidimos visitar el edificio dado el estado de abandono en el que se encontraba y el fácil acceso una vez que has recorrido varios kilómetros hasta llegar al mismo. Una verja oxidad nos da la bienvenida y tras otros minutos andando accedemos a un monumental edificio en el que destaca una también oxidada cruz. Al entrar sólo se escuchaba el resonar de nuestros pies en su interior, la humedad «calaera» que se dejaba notar y la sensación, inicial, de estar extrañamente acompañados. Acudir a este punto de no era una cuestión de azar o urbex, ya teníamos constancia, por compañeros del misterio como Manuel Delis o Jesús Camacho, de lo que ocurría en su interior, de ser lugar prolijo en todo lo que son fenómenos paranormales, captar voces extrañas a nivel psicofónico e, incluso algunos, de la visualización de sombras en este mismo enclave, que era lo más inquietante e impactante. Con todo ello era el escenario idóneo para poder investigar y tener nuestros propios datos y opinión del mismo.
Comenzamos la investigación colocando todo tipo de sensores de movimiento en las cercanías, sobre todo en puertas y ventanas, creando un perímetro de seguridad que marcara acústicamente si alguien aparecía en la zona o no, fuera físico o no. Así la ronda de psicofonías comenzó en sesiones de 20 minutos, tratando de captar aquello que decían que se repetía en este mismo lugar. También se realizaron grabaciones de vídeo y fotografías que documentaran nuestra investigación y nuestra estancia aquella noche allí. Curiosamente las fotografías -por aquel entonces de carrete- salieron todas veladas, ninguna sirvió, pero si teníamos las grabaciones de vídeo y también nuestras experiencias psicofónicas.
Al filo de las 3 de la madrugada comenzaron a saltar los detectores ubicados al final del pasillo, acudimos rápidos hasta allí pero no había nada que delatara la presencia de alguien o algo, aunque si el fenómeno de termogénesis, la bajada extraña de temperatura que, pese a ello, quisimos atribuir a estar en plena cierra y que se estuviera echando la noche. Pero era un frío selectivo, un frío que nos envolvía. Nadie dormía, todos estábamos expectantes y comenzaron a escucharse pisadas, como alguien en sandalias o chanclas que estuviera llegando hacia la posición que ocupábamos nosotros. La inquietud crecía en el grupo, máxime cuando no se podía ver más allá de las luces que teníamos y el edificio es imponente.
Terrible experiencia ouija
A las tres de la mañana alguien quiso realizar una investigación más subjetiva, tratar de contactar con lo que allí habitaba mediante el tablero de la ouija. Una ouija que iba a resultar muy comprometida. Nos sentamos cuatro personas y colocamos un dedo -cada uno- sobre el máster. A partir de ahí se hizo una invocación y el «puntero» comenzó a moverse. Entre los mensajes que nos dio fue «un monje», «quemado», «vivo aquí», «eternidad», «molestáis», «herejía», «Oración», entre otras. Por los movimientos que hacía el máster, a la velocidad a la que se movía, no debía estar satisfecho de nuestra presencia allí y, mucho menos, haciendo prácticas de contacto con el «otro lado», quizás por ello la coherencia del mensaje que lanzaba. Pero durante toda la experiencia lo cierto es que las brújulas no dejaban de moverse, como si estuvieran siendo alteradas por algo «invisible» al igual que las luces o las linternas que se quedaban sin pilas. Hablar de los móviles era sinónimo de «aparato inútil» pues no tenían cobertura ni apenas batería. Se podría decir que se estaba allí arriba aislado.
En un momento dado de aquella sesión de ouija la cosa se torno aún más caliente pues el máster comenzó a girar en círculos, señal que entra otra presencia, y fue entonces cuando comenzó a proferir palabras en latín que no sabíamos que nos decían salvo un continuo «marchaos» y «lo pagareis». Quizás lo que mejor entendimos fueron palabras como «Malum» -demonio- o «Diabolus» -Diablo-. Por todo ello decidimos que la sesión debía terminar en ese momento, mejor no molestar y entrar en la línea de respeto que nos pedían aunque como elemento de prueba, como investigación, pues también podía ser un «instrumento» válido.
Antes de cerrar la sesión una de nuestras acompañantes se comenzó a sentir mal, decía que estaba mareada, que le olía todo muy mal, como a carne podría, a crudo, decía que estaba mareada y con ganas de vomitar. Giraba el cuello como haciendo movimientos de relajación y fue cuando comenzó a decir: «Si me ves bien, soy yo, estoy con vosotros. ¿Por qué habéis venido?«, su voz era la propia, la misma, pero algo en su actitud nos decía que le estaba pasando algo muy raro que no sabíamos explicar. La llamamos por su nombre pero no reaccionaba, no sabía «volver» y seguía hablando: «No sabéis lo que paso aquí. Este lugar tiene muchos secretos. Pero no los vais a descubrir, estáis todos malditos». Pensamos que se le había ido la cabeza pero comprendimos, rápidamente, que podía haber sido poseída por «algo» que habitara allí.
Le preguntamos por su nombre y respondió que «hermano Juan», le dijimos que quería de nosotros y nos respondió que «nos marcháramos», «ya», y que «otros nos estaban viendo». Entonces pareció como si recobrara un poco el sentido, ella hacía tiempo que había soltado el máster, y mirándonos con ojos extraños nos dijo: «¿No los veis? Están alrededor nuestra. ¿No los veis?» y cayó como desmayada. Pedimos que se cerrara la sesión, precipitadamente, pero se cerró y tras reanimarla un poco conseguimos que volviera en sí. No recordaba nada de lo sucedido. Todas las grabadoras habían dejado de funcionar y las linternas cada vez estaban más débiles. Había pasado algo muy extraño para lo que no encontrábamos explicación.
Allí mismo, sobre la marcha, decidimos que hacer, que era lo mejor y todos pensaron que volver a los coches para lo que nos quedaba, a las 3,30 h. una caminata de unos 6 kilómetros. Pensaron que era lo mejor, que no se quería permanecer allí y a la mayor brevedad recogimos todo y nos marchamos en la oscuridad de la noche y mirando hacia atrás observando como aquel frío edificio, en verdad, escondía algo en su interior.
Al llegar a nuestras casas lo primero que hicimos fue consultar lo que había pasado. Nuestra acompañante se negaba a ir al médico. Hablando con expertos en ouija nos indicaron que, posiblemente, una posesión temporal, «algo» que tomó el cuerpo de nuestra amiga y que, durante unos minutos, la tuvo apartada de su ser.
Explicar este caso es difícil, de un lado tenemos a la sugestión, de otro que fuera, realmente, un fenómeno de posesión, lo cierto es que la investigación quedó en la historia del lugar así como nuestra visita y precipitada marcha.
El Monasterio de Los Ángeles abrió como seminario en 1957, se realizó una reforma en 1962 dejando la capilla y la estructura que hoy se puede «visitar», de aquellos tiempos aún se tienen algunas imágenes, muebles que están recogidos en el Seminario de San Pelagio, una custodia y esculturas en relieve de San Francisco, la Virgen de los Ángeles y San Juan Bautista.