Desaparición en el Cerro del Moro, ¿qué pasó con el tío Lin?

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Manolín era llamado, cariñosamente, como «Tío Lin», se trataba de un hombre postrado en una silla de ruedas, era parapléjico y se sospechaba que sufría malos tratos por parte de su sobrino que estaba más interesado en su escaso dinero que en su bienestar.

Vivía en el Cerro del Moro de Cádiz y desde que su sobrino Salvador se hiciera cargo de él sus apariciones públicas se recortaron mucho, por aquel año de 1995 apenas un par de veces al mes y siempre con el mismo recorrido: dirección la sucursal de su banco para retirar efectivo en una escena molesta: el pobre hombre sentado en su silla de ruedas y su sobrino empujándola con sus ojos clavados en el horizonte donde aguardaba su botín.

Vida de maltratos

Ocasionalmente se veía al tío Lin con moratones y magulladuras, se escuchaban los quejidos del anciano y muchos eran los rumores que su sobrino lo maltrataba, le pegaba, al igual que le ocurría a Pilar, la esposa de Salvador. Ya en su día se vivió un espectáculo dantesco cuando Salvador echó de casa a su esposa, a Pilar, totalmente desnuda mientras esta gritaba, avergonzada, en la escalera del edificio con el agravante de estar embarazada.

Pero «algo» pasó con el tío Lin: en abril de 1995 se le dejó de ver, ya no iba con Salvador a la Caja de Ahorros a retirar la pensión, ni se le escuchaba, ya nadie sabía nada de él, había desaparecido del Cerro del Moro.

Al principio Salvador comentó que el tío Lin no se encontraba bien y que no quería que nadie lo visitara, que no quería ver a nadie; luego que se lo había llevado a una residencia, pero el tiempo pasaba y nadie sabía nada de él, ni siquiera su propio hermano (y padre de Salvador) que desconfiaba de su hijo y de la suerte que pudiera haber corrido el anciano. Otro dato extraño: la cuenta donde recibía la pensión no dejaba de moverse, de diferentes cajeros automáticos se había sacado casi un millón de pesetas (6.000 euros) y eso implicaba sospechas a tenor de los cajeros donde se encontraban y que implicaba o bien movimiento del anciano (impedido) o que alguien estaba usando su tarjeta en su propio beneficio y todas las miradas apuntaban al mismo: Salvador.

Extraña confesión

La Policía tomó cartas en el asunto y llamó a declarar a Salvador que confesó contradictoriamente en dos ocasiones. La primera de ellas dijo que el anciano se estaba muriendo y que le pidió a su sobrino que ocultara el cadáver, una vez muerto, para poder seguir cobrando los «veinte mil duros» de la pensión (600 euros), en una especie de última voluntad del anciano. Esto, evidentemente, no fue creído por los policías.

La segunda es mucho peor cuando dijo Salvador que no sabía qué hacer con el cadáver y optó por descuartizarlo cortándolo con un hacha y un cuchillo de cocina y tirando los restos en Cortadura junto a escombros al lado del colector.

Pero las investigaciones determinaron que aquello tampoco era real y que una sola cosa había cierta: no se sabía que había pasado con el tío Lin.
En la inspección de la vivienda quedó demostrado que se malvivía, poco orden, suciedad, no había rastro del anciano ni allí ni en Cortadura. Los vecinos comenzaron a especular sobre la suerte que habría corrido tío Lin que era más una fuente de ingresos que de cariño, un anciano maltratado que todos los meses era saqueado y cuyo cuerpo no apareció.

La historia del tío Lin aun es recordada en el Cerro del Moro, su amarga vida, su desaparición, las tremendas escenas que se vivieron, el interés en su persona sólo por dinero, el trato vejatorio al anciano, la falta de amor y tener al enemigo en casa. Es la triste historia del tío Lin, el anciano que desapareció sin dejar rastro.