Cádiz ha estado ligado siempre a los personajes. Nunca le ha faltado a la ciudad alguien que conociera todo el mundo por su apodo, que fuera muy querido y respetado en su barrio… y que su arte, o su peculiaridad, le permitiera romper las fronteras y ser famoso incluso allende la Tacita de Plata.
Los hay poco conocidos o muy conocidos. La historia ha dado para una botica de ejemplares. A los más viejos del lugar no se les escapará ninguno. Y los más jóvenes preguntarán a sus mayores por unos y otros.
No hablamos de Fernando Quiñones, Segismundo Moret, Emilio Castelar, Manuel de Falla, José María Pemán… o Pepe Mejías. No. Hablamos de personas, personajes, como Carlos El Legionario y su Pepa, La Uchi, Macarty, María la Hierbabuena, Kid Betún… todos ellos tristemente desaparecidos.
Los había más locos, aunque no se metían con nadie. En este sentido, recordar al Troy con su inseparable madre, o al hombre del rotulador, que se desahogaba escribiendo en las paredes, es calzar ya unos años.
Personajes todos ellos que marcaron un poco nuestra vida, nuestro crecimiento. Personajes del pueblo que formaban parte de la ciudad, como cualquier calle o plaza.
Y llegados a este punto cabe preguntarse si poco a poco la ciudad va quedando huérfano de estos ilustres personajes que forman parte de la idiosincrasia de la Tacita de Plata.
En uno de esos grupos de Facebook que tienen a Cádiz por bandera, ha sido compartida recientemente la historia de varios personajes. Entre ellos, José Espinar González, al que decían el Mori. Y nos hacemos eco de ella.
El escrito fue publicado originariamente en el blog Mis libretos de Carnaval. allá por el mes de mayo de 2010, y se hizo tomando como fuente el libro de Miguel Villanueva El Carnaval de Cádiz durante la Segunda República (1931-1936). Ensayo sobre un carnaval atrevido.
El Mori era un vecino del gaditanísimo barrio de Santa María, concretamente de la calle Suárez de Salazar.
«Fue uno de los típicos personajes gaditanos caracterizado por su extravagante comicidad, de esos que hacen que te partas de la risa con sus divertidas ocurrencias. Yo me lo imagino como el Love de los años 30«, se apunta en el escrito.
«Perteneció a la plantilla de obreros portuarios, destinado en el antiguo Muelle del Carbón, muelle que se encontraba donde hoy está la Estación Marítima. En 1933 se dedicó a participar en cuadros flamencos, donde además de cante y baile, había picardía y sátira«.
«En 1934 se decide y entra en el mundo de Carnavilandia, integrándose en la modalidad de cuartetos, que tanto éxito cosecharon durante los carnavales republicanos».
«El Mori frecuentaba por aquella época un bareto de la calle Sopranis, 4, justo al lado de donde se encontraba el freidor del gallego. Este pequeño bar estaba regentado por Salomón Peña, padre de José Peña Herrera, pero decirle mejor Peñita, porque como él decía es más carnavalesco».
«El Peña aprendió del Mori todos los trucos de improvisación, con el que hacía reír a tó quisqui, como gran caricato que era y montando sus descojonantes numeritos ante la clientela del bar».
«El Mori adquirió bastante fama como humorista, hecho que le permitió actuar con Pompoff y Teddy, famosos payasos contratados ocasionalmente con los circos que recalaban en la ciudad».
«Se embarcó como polizón en el barco Magallanes con rumbo a Barcelona para probar fortuna en los distintos locales artísticos de la Ciudad Condal».
«Al no triunfar, regresa a Cádiz y después de protagonizar algunas travesuras como saltar al ruedo de espontaneo en una novillada de Rebujina, tuvo un trágico final al ser arrollado por otro tranvía que venía en dirección contraria del que se bajó precipitadamente a causa de una broma que le gastaron cuando se dirigía a casa de su novia, que vivía en Extramuros, en las inmediaciones de la Iglesia de San José. El Mori falleció en 1942″.