El descubrimiento hace algo más de 100 años de este edulcorante sintético supuso una revolución química para el endulzamiento de ciertos productos alimentarios, evitando así la posible peligrosidad que el azúcar podría acarrear a nuestro organismo, sobre todo, en enfermedades donde no es tolerable por la persona que la padece. Hoy debemos centrar nuestra atención en los recientes estudios sobre la idoneidad de su consumo.
La sacarina (edulcorante E954) fue sintetizada allá por 1878, aunque se consume como edulcorante habitual desde principios del siglo XX. Se usó para ello derivados del alquitrán de hulla y, actualmente, se recurre para su obtención a la síntesis química del tolueo y otros derivados del petróleo. Usado como un edulcorante que no aporta calorías al organismo, también lo podemos encontrar en ciertos medicamentos y por supuesto en una gran cantidad de productos alimentarios denominados “Light”.
Lo que estaba llamado a ser un producto que nos ayudara a disfrutar de los sabores dulces que contienen ciertos alimentos, sin el riesgo para nuestro organismo que supone el exceso de azúcar, se está tornando en base a recientes estudios en un posible problema para la salud, que acarrearía su consumo. Estos aseguran que puede aumentar el riesgo de padecer diabetes, concretamente tipo 2, ya que crearía un efecto contrario al que se pensaba sobre esta enfermedad. El autor de dicha investigación (que no la única a este respecto) es Eran Elinav, del Insituto Weizmann de Rehovot (Israel).
Los experimentos realizados en ratones de laboratorio confirmarían las sospechas de muchos médicos e investigadores sobre el consumo de este edulcorante artificial. En ellos se observa un aumento del azúcar en sangre cuando el animal ingería sacarina, aspartamo o sucralosa. Luego, tras una encuesta nutricional llevada a cabo sobre más de 380 personas, revelan que a mayor consumo de sacarina, mayor es el peso que adquiere esta y el nivel de azúcar en sangre se ve sensiblemente aumentado. Los kilos se acumulan además en el abdomen, siendo esto más perjudicial para la salud del paciente.
Los análisis de sangre practicados a estas mismas personas aumentan el nivel de sospechas sobre esta sustancia, ya que arrojan un resultado elevado de la hemoglobina glicosilada, la cual indicaría el nivel de azúcar en sangre que se ha padecido, al menos, en los tres meses anteriores al estudio. Así mismo, se ha detectado un nivel elevado de la enzima ALT, la cual está relacionada con un posible daño hepático y la aparición del denominado “hígado graso”.
Pero, ¿tiene el mismo efecto perjudicial sobre personas que no consumen sacarina? La respuesta es SI. En un estudio al que se sometieron siete voluntarios que, durante una semana, tomaron 360 miligramos diarios de este producto (cantidad máxima recomendada por la Agencia de Alimentos y Fármacos de los EE.UU.), se demostró en base a los análisis practicados tras su finalización que en éstos se había detectado un aumento del azúcar en sangre sobre cuatro de estos pacientes, siendo irrelevante este dato en los tres restantes. Esto demostraría también que el efecto perjudicial sólo estaría relacionado con una flora intestinal determinada, que reaccionaría contrariamente al consumo de sacarina, aunque es importante que la cantidad de sujetos con problemas superen en 50% dentro de este estudio.
Tampoco se puede advertir en base a este estudio que el consumo de azúcar, por tanto, podría acarrear menos problemas de salud. Sólo sirve para poner a los científicos en la búsqueda de edulcorantes que sean menos perjudiciales para la salud, y nos ayuden a disfrutar de los alimentos que deben ser dulces por su receta.