La película Joker, una de las más taquilleras de la historia, ha tenido críticas para todos los gustos. Con unas se puede estar a favor, con otras en contra. Hay también una surrealista crítica de un gaditano que ha sido publicada en redes sociales.
Este es su relato, compartido en Facebook:
“Por fin he visto JOKER. Peliculón. La interpretación del nota es tremenda. Eso si, yo más que el Oscar le daba una olla de menudo, que no vea el canijaso que tiene el joaquinito, picha. Está claro que cuando hizo del emperador Cómodo en Gladiator, estuvo más cómodo. Porque el casting de Gladiator fue bueno, pero el catering… eso tuvo que ser un bastinaso. Na má que hay que vé la diferencia entre el cuello que tenía el joaki haciendo de Cómodo, que era una mezcla entre el de Fernando Alonso con el de Ángel León y la papada del pequeño Nicolás, y el que tiene hasiendo de Joker. ¿Y el nota que hacía de gladiator?… que lo veías al lao de los demás gladiadores y pensabas: esos están yendo al gimnasio pero este no sale del burguer king el ioputa..
Pero bueno, volvamos al Joker. La película está del carajo porque te hace reflexionar sobre el origen del mal y sobre cómo alguien anónimo, poseído por la mala suerte, marginado por el individualismo y despreciado por el sistema, puede convertirse en un hijoputa. Y porque no tiene movil ni coche, pensé, porque estafado por vodafone y sin sitio pa aparcá, ya se habría cargao a alguien en el primer fotograma… La peli está tan bien hecha que consigue que empatices con el joker y te metas en su pellejo (esto último, con el canijaso que tiene, no es difícil. De hecho pa mí que en su pellejo cabía to la sala 8 del cortinglé).
Aunque todo el mérito no es de la peli, hay que reconocer que también ayuda mucho a identificarse con el personaje el hecho de que después de llegar corriendo y a lo justo a la sesión de las 18.30 tras dejar a los niños con los abuelos, pagar 7 pavos por cada entrada y subir las escaleras de la sala hasta alcanzar la última fila de butacas justo en el límite con la estratosfera, coja el cortinglé y te casque 20 minutos de anuncios. Pero no solo trailers de otras pelis como to la vida, no: anuncios de coches, de ikea y de bancos. Si, de los putos bancos. Y sin mando pa cambiá, te los tragas por cojones. Encima, como no te ponen lo de “volvemos en 7 minutos”, ni siquiera sabes si te va a da tiempo de hacé popó o sólo pipí. Así que a los diez minutos, viendo que aquello se hacía más largo que un intermedio de la peli de la tarde de antena 3, bajé a oscuras las putas escaleras y aproveché pa salí a comprá las palomita que, con las prisas por no llegar tarde, no había comprao a la entrada. 14 pavos en dos puñaos de maiz sosos y dos cocacola. Sus muertos. Cerveza no tenían porque no pueden vender alcol. -¿Que no podéis vender alcol?… le dije a la dependienta, po ahí dentro bien que lo anunciais, cabrones, que entre el anuncio del nissan juke y el del bbva había uno de vino con su bodega y tó. -Mira tio mierda, me dijo marcándome la yugulá con la pala de cogé las palomita, -si quieres vino, baja las escaleras y te vas a dá por culo al hipercó… que aquí ya tengo yo bastante con aguantá niñato maleducao que se gastan en dos horas lo que gano yo en dos días como pa encima tené que aguantá también a puretas amargaos que pretenden pagá cormigo su enfado con el sistema. ¡¡Enga a mamarla por ahí, carajote!!!… – ¿qué ma dicho, cacho puta?… – ¡amargao de mierda!… Tras un desequilibrado intercambio de pareceres, soltar 14 pavos por dos vasos de hielo con un chorreón de cocacola y dos cartones de palomitas con la bandera yanqui y sin tiempo pa meá, me volví corriendo pa la sala 8.
Evidentemente la peli ya había empezao. De hecho estoy seguro de que el proyectista aprovechó la única oportunidad que le brindaba su pequeña parcela de poder para canalizar sus frustraciones y le dio al pley na más verme salí de la sala. Optó por sentirse mejor haciendo sentirse peor a un semejante. Y la pagó cormigo el hijoputa. A oscuras, con las manos heladas por el hielo de lo vasos, la peli empezá, meándome, enfadao con la de las palomitas, con 30 pavos menos en el bolsillo y con un odio creciente en mi interior, comencé a subir otra vez las escaleras. Los primeros 10 escalones los aproveché para contar hasta 10 y tratar de relajarme. Los subí pensando, -yo soy buena gente, ¿qué le pasa a todo el mundo?… Pero al llegar al escalón número 11, con las manos entumecidas por el hielo, el cuello dolorido por aguantar contra el pecho los dos cubos de palomitas y mareado por la falta de oxígeno a esa altura, tuve que parar a coger aire.
Hasta ese momento parecía que nadie había reparado en mí. Quise pensar que a oscuras y con la atención puesta en la película, nadie había sentido el impulso de ayudar a un semejante. Pero un carajo pa mí. Había resultado invisible mientras no me había parado. En el momento en que me detuve para recomponerme comenzaron los resoplidos y las quejas: – ojú io… – no va da ná… – vamo a sentarno picha!… -échate a un laíto, carajote!… – siéntate ya, con tus muertos, que parese Moret!!… Enseguida llegó el primer empujón. Y luego otro, y otro… sin piedad. Entre insultos y empujones subí como pude hasta la última fila y cuando levanté la vista pude ver al proyectista en su cabina descojonao y aplaudiendo el linchamiento. Pero cuando se llevan dos cubos de palomitas agarraos con la papada no se puede levantar la vista. Los cubos se deslizaron por mi barriga haciendo reaccionar a mis brazos que trataron de sujetarlo. A estas alturas de la película, y de la escalera, tenía las manos como un playmobil: rígidas e incapaces de hacer la pinza.
Eso hizo que ambos vasos grandes de cocacola resbalaran y cayeran contra el suelo haciendo subir dos enormes chorros de cocacola helada que a modo de geiser alcanzaron mi cara y mi pelo. Al ver que el proyectista se estaba partiedo el pecho entendí que había llegado la hora. Me eché patrás el pelo ayudado por el azúcar de la cocacola, me meé encima y me encendí un ducado. En cuanto saltó la alarma de incendios y la gente empezó a gritar y a huir despavorida pisoteándose los unos a los otros cogí el extintor que colgaba en la esquina cercana y reventé con él el cristal de la cabina del proyectista. Se lo vacié entero al muy cabŕón y entonces, acompañado por la impresionante banda sonora de la película, bajo la intensa lluvia del sistema antiincendios y entre una espesa y espectacular humareda que me pintó la cara de blanco, comencé a bajar las escaleras bailando como nunca lo había hecho: libre, meao y sin un atisbo de culpa“.