El 'Diario de Barrios' del candidato a la alcaldía de Cádiz David de la Cruz

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“Desde Adelante Cádiz creemos que las ciudades no se construyen de forma individual, sino que se hacen comunitariamente”, explica David de la Cruz, candidato a la Alcaldía de Cádiz a modo de presentación del DIARIO DE BARRIOS que recoge su visión personal ”del pasado, presente y futuro de cada uno de los barrios que conforman esta ciudad” y que se plasmará en distintos formatos, desde las redes sociales al papel.

Las dos primeras entradas de este cuaderno “de gente, de calles y esquinas que habla de lo que fuimos, somos y seremos” están dedicadas a los barrios de Santa María y Segunda Aguada.

Narraciones que nacen de los encuentros que está manteniendo con vecinas y vecinos y el tejido asociativo de la ciudad y que se detendrán “en su historia y raíces para saber de dónde venimos y tener ese necesario conocimiento”. Esta bitácora gaditana está asimismo cruzada por lo personal: “De lo que he vivido y de lo que me llevo de cada una de las esquinas de esta ciudad”. En estas entradas en sus perfiles el candidato de la formación andalucista de izquierdas trazará la “Cádiz para el futuro”.

“Son textos escritos con humildad, con todo el cariño del mundo y todo el corazón, pero sobre todo con el afán y el deseo de construir de manera colectiva el Cádiz que queremos para mañana y para hoy, qué queremos y soñamos para cada barrio”.

SANTA MARIA

Barrio de Resistencia. Está escrito en la historia que el barrio de Santa María surgió cuando la villa medieval que era Cádiz por entonces comenzó a desbordarse allá por el siglo XV; pero en realidad, quienes conocen sus entrañas, aseguran que nació para resistir. Para echarse la ciudad sobre los hombros, para ser ejemplo cuando venían mal dadas.
Fue resistencia, desde sus azoteas, durante semanas después del Golpe de Estado en el verano del 36. Cuando republicanos y anarquistas vencidos en números, armas y efectivos seguían disparando desde lo alto de los patios de vecinas y vecinos que dan vida a las calles serpenteadas y estrechas. Santa María nunca terminó de doblegarse en toda la dictadura. En sus esquinas, y a oscuras, siguió el deseo y las ansias de vencer a la opresión.

Fue resistencia el Flamenco, lo gitano, la jarana y lo prohibido. Cuando no había títulos nobles de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, cuando se miraban los diversos palos por encima del hombro y El Mellizo y La Perla dignificaban un arte que no tuvo reconocimiento hasta mucho tiempo después.
Fue resistencia a finales de los 80 y principios de los 90, en aquel contexto en el que le concedieron el estigma y el título de principal mercado de la droga. Recuerdo una tarde, justo una, cuando fui a visitar a mis primos. Bajamos a jugar a la pelota en la pequeña plazoleta que se forma a los pies de Teniente Andújar. El balón se quedó atrapado debajo de un coche y cuando fui a cogerlo me encontré con un reguero de jeringuillas. Un reguero de jeringuillas que se amontonaba en cualquier portal, en cualquier rincón, entre jóvenes de cuerpos enjutos que habían caído en el veneno y no sabían -ni podían- salir de él. Las madres de Santa María lucharon, salieron a la calle, señalaron a quienes se llenaban los bolsillos de la desgracia ajena y a costa de romper las ilusiones. Guardias vecinales. Día y noche. Al estilo de los rondas campesinas de Perú. Recuperaron su barrio.

Fue resistencia mi tía, que vivía en la calle Público a la orilla de la Merced, en los últimos meses de su enfermedad. Agarrada de mi brazo, del de mi madre, sus hermanas o sus hijas, caminaba hasta el Nazareno cada viernes por la mañana y escalaba hasta la Catedral Vieja, al Medinaceli, por la tarde, pese a los dolores y los pasos lentos.
Fue resistencia a la infravivienda y el hambre. Hasta 127 puntales se llegaron a contar en un patio donde, sin embargo, nunca faltaba la olla de comida de manera comunitaria y compartida.

Hoy Santa María no quiere resistir, quiere soñar, quiere vivir. Sin perder su esencia. Sin dejar de mirar de reojo a los viejos fantasmas del pasado que a veces sobrevuelan. Y se han hecho cosas, se ha puesto lo importante en el centro, como la nueva finca de Santa María 10, la potenciación del Centro de Arte Flamenco de la Merced o la que se está desarrollando en Botica para alquiler social.

Pero falta. Falta que la Junta se comprometa y erradique de una toda la infravivienda y los solares vacíos del barrio, faltan equipaciones, instalaciones deportivas, zonas verdes y de ocio donde la infancia juegue y conquistar derechos que lleguen allí donde se excluye lo que es esencial para la dignidad y la vida por cuestiones de dinero. Falta, a veces alegría, “sobre todo por las tardes”, cuentan sus comerciantes que conforman el tejido local, que han sobrevivido a una pandemia y tienen hambre y ambición por las calles y la gente de Santa María.

Pero se hará, se conseguirá, se abrirá el Campo del Sur por las tardes, se llenará de ilusiones, se seguirá luchando por el barrio.
Por todo el barrio. Sin exclusiones. Porque Santa María aprendió con la experiencia a resistir y nunca dejó de soñar y exigir lo que es suyo por legítimo derecho.

SEGUNDA AGUADA

DIARIO DE BARRIOS. Segunda Aguada: el barrio de las miles de gente.
Segunda Aguada atesora el extraño honor de ser una de las zonas más densamente pobladas de Europa. Y hay incluso (hago un inciso) quien considera que la solución es construir rascacielos allí donde termina el barrio. Ocurrencias aparte, se trata de un lugar eminentemente obrero, uno de los polos industriales históricos durante la Revolución Industrial, de familias sencillas, currantes, que en muchos casos se instalaron en los enormes bloques de hormigón en los primeros coletazos de la democracia. Además de todo ello, Segunda Aguada es mi barrio.

Un espacio de carreteras, cemento y bloques enormes de colores que distinguen y limitan las comunidades. Azul, blanco y celeste para La Curva, verde en San Mateo, marrón en La Cave. Y dentro, en las entrañas de los montones de ladrillos que conforman los hogares como colmenas, se desarrolla la vida. También la infancia, que busca vericuetos y rincones para esparcirse, liberarse, para reír y ser feliz.

Pregúntale a quien fuera niño o niña allí. Te contará que en las entreplantas y las macetillas servían como estadios para los partidos de tapones, como escondites improvisados o, simplemente, como lugares de socialización: juegos de mesas, pachangas con pelotas de trapos y charlas. Muchas charlas. Todo ello con el cuidado correspondiente a la hora de la siesta, conviviendo con las quejas de vecinos y vecinas y esquivando la riña.

Con el tiempo he llegado a la conclusión de que las macetillas, las entreplantas y las escaleras se trataban de trincheras de resistencia, de una virtud nacida de la necesidad. Porque en Segunda Aguada, con una gasolinera incrustada en su corazón, circulaban camiones en un tráfico constante, y sus plazas y plazoletas -en la que apenas existen zonas verdes o arbolado y los que existen se encuentran privatizados- están presididas por carteles enormes donde se prohíben los juegos de pelota.

La organización y la lucha vecinal han traído conquistas. La más notable vino con el nuevo gobierno municipal: que la carretera que la atraviesa de punta a punta dejara de ser industrial y, con ello, no pudieran circular camiones de carga por esas vías de rutina que cruza constantemente la gente para las tareas diarias. De esa victoria vecinal nació su Asociación de Vecinos, que hoy es referente en la ciudad por esa visión inclusiva y diversa que tiene del mundo. A aquel logro se suman otros: un parque infantil, carril bici, el nombre rotulado de Pedro Payán en una de sus plazoletas o la ampliación de las aceras de algunas de sus calles.

Pero queda. Existen necesidades por cubrir y por cumplir en una barriada que no cuenta ni con un centro propio de salud. Lo explica Antonio Peinado, presidente de la Asociación de Vecinos, que echa en falta sobre todo zonas de esparcimiento, de convivencia, de naturaleza e inclusión. A los pies de La Curva, un día caluroso de agosto, pueden concentrarse hasta cinco o seis grados más de diferencia que en otros puntos de la ciudad donde en vez del alquitrán crece la vida y el verde. Fíjense lo que implica en estos veranos de cambio climático y temperaturas más extremas. Fíjense lo que implica en una población que envejece y necesita cuidados.

Segunda Aguada necesita menos barreras arquitectónicas y más lugares para el paseo y la convivencia, quiere su colegio público abierto por las tardes y una existencia -que comienza en la infancia- más bonita y sencilla. Una existencia en las calles, en las plazas, en los patios y sus aceras y no en lo recóndito y el interior de nuestros bloques de hormigón que conforman su silueta y también su alma. Segunda Aguada necesita que sus miles de gente no sólo vivan en el barrio, sino que también lo vivan.