Los cátaros, los bogomilos y los valdenses, los movimientos religiosos que pusieron en jaque a la Iglesia
El otro rostro del cristianismo medieval: pobreza, misticismo y rebelión contra Roma
Durante los siglos centrales de la Edad Media, Europa fue escenario de una intensa efervescencia de tipo religioso. Mientras la Iglesia católica consolidaba su autoridad y perfeccionaba su estructura jerárquica, surgieron diversos movimientos que cuestionaron su dominio espiritual y material.
Este aparente contraste entre la ortodoxia y la disidencia revela una época llena de búsqueda sobre todo interior y de transformación profunda del pensamiento cristiano.
La expansión del cristianismo institucional fue acompañada por la aparición de múltiples corrientes que proponían una interpretación que resultaba más pura o radical del mensaje evangélico.
En este contexto se desarrollaron los movimientos dualistas, los sectores reformistas así como de las comunidades de pobreza voluntaria, todos ellos considerados heréticos por la autoridad eclesiástica.
Luz y tinieblas, el dualismo que fascinó a Europa
Una de las raíces más antiguas de las herejías medievales se encuentra en el dualismo maniqueo, que eran una doctrina originaria de la antigua Persia y difundida en el siglo III por el profeta Manes.
Según esta creencia, el universo estaba regido por dos principios opuestos como son los eternos del Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas. La materia y el mundo físico eran vistos como creaciones malignas, mientras que el espíritu representaba la chispa divina aprisionada en el cuerpo humano.
Estas ideas, absorbidas por distintas tradiciones religiosas, influyeron decisivamente siglos después en grupos como los paulicianos y los bogomilos, que cuestionaron la autoridad de la Iglesia bizantina.
Rechazaban los sacramentos, el culto a las imágenes y la jerarquía eclesiástica, por el contrario proponían una vida austera, alejada de los bienes materiales y centrada en la pureza espiritual. La emperatriz Teodora ordenó su persecución en el siglo IX, pero sus creencias sobrevivieron en la zona de los Balcanes y se extendieron hacia Occidente.
En el siglo XII, las enseñanzas bogomilas inspiraron el catarismo, movimiento que floreció en el sur de Francia así como en la zona del norte de Italia. Los cátaros, también llamados “albigenses”, defendían la existencia de dos creadores como era uno bueno, autor del mundo espiritual, y otro maligno, responsable del mundo material.
Promovían una vida de austeridad y de absoluta renuncia, lo que les granjeó tanto admiradores como enemigos. Su influencia llegó a ser tan grande que la Iglesia organizó contra ellos la Cruzada albigense, una guerra terrorífica y totalmente desigual, que fue el preludio de la posterior Inquisición.
Pobreza y reforma: el ideal evangélico contra el poder eclesiástico
En paralelo al dualismo, otros movimientos nacieron del deseo de renovar la Iglesia desde dentro, imitando la vida de Cristo y de los apóstoles. No se trataba de cuestionar los dogmas era más bien de denunciar la riqueza del clero y el alejamiento de los valores evangélicos.
Entre estos reformadores destacó Pedro Valdo, un comerciante de Lyon que en el año 1173 renunció a sus bienes para vivir en pobreza y predicar el Evangelio en lengua vernácula.
Su comunidad, conocida como los valdenses o “Pobres de Lyon”, promovía el acceso de forma directa a las Escrituras, sin intermediarios clericales. Aunque en un principio fueron tolerados, la desconfianza del papado creció exponencialmente y en el año 1184 fueron oficialmente excomulgados. A pesar de ello, su mensaje perduró y acabaría influyendo en los movimientos reformistas del siglo XVI.
En el norte de Italia surgieron los humiliati, o “Pobres de Lombardía”, que compartían con los valdenses la defensa de la pobreza de tipo evangélico. Fundaron conventos y comunidades, algunas de las cuales se reintegraron en la ortodoxia católica, entre tanto que otras continuaron su camino independiente, incluso frente a duras persecuciones.
El auge de estos movimientos demuestra que la Edad Media no fue una etapa monolítica ni dominada por una única visión religiosa como era la del cristianismo. En el fondo de las disputas teológicas latía una inquietud espiritual muy profunda como era la búsqueda de una fe más auténtica, libre de la corrupción terrenal y del poder eclesiástico.
El impulso de los cátaros, bogomilos, valdenses y otros grupos marcó la Historia de la Religión así como anticipó los debates que, siglos después, darían origen a la Reforma protestante.
La tensión entre la ortodoxia y la herejía, entre lo que suponía la obediencia y la conciencia, moldeó una Europa que aprendía lentamente a convivir con la diversidad de ideas.