Papa en su trono y atractiva mujer al fondo.
Pontífice en su trono.

Cuando el 'Santo Padre' fue literalmente padre: los pontífices con hijos reconocidos

Los papas del Renacimiento que desafiaron el celibato: poder, familia y ADN

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En tiempos de pruebas genéticas y genealogías trazadas con precisión absoluta, cuesta imaginar que el trono más sagrado de la cristiandad haya sido ocupado por hombres que, además de pontífices, fueron padres.

No obstante, durante el Renacimiento —y también antes—, la frontera entre lo espiritual y lo biológico fue mucho más difusa de lo que solemos pensar. En los palacios vaticanos, las tiaras papales convivieron con linajes, herencias y estrategias familiares dignas de las cortes más terrenales.

Rodrigo Borgia: el papa que no ocultó su paternidad

Rodrigo Borgia, conocido como Alejandro VI, encarna el caso más célebre de esta doble vida que discurría entre lo divino y lo humano.

Elegido papa en el año 1492, ya había reconocido a sus hijos César, Lucrecia, Juan y Jofré, fruto de su relación con Vannozza Cattanei. A diferencia de muchos de sus predecesores, Borgia no disimuló su condición de padre; la exhibió orgullosamente como parte de su poder.

Sus hijos se convirtieron en piezas fundamentales de su política. César fue cardenal y comandante militar del Vaticano; Lucrecia, símbolo de diplomacia y poder femenino en la Italia del Quattrocento. Bajo su pontificado, el nepotismo alcanzó cotas inimaginables e inéditas, y el Vaticano se transformó en un tablero familiar donde las alianzas se sellaban con sangre y matrimonio.

Hoy, con un simple test genético, podríamos certificar el linaje de los Borgia, pero el propio Alejandro VI no necesitaba ciencia para reconocer lo evidente y es que su descendencia era parte visible de su legado político.

Sergio III y Juan XI: ¿un papa que engendró a otro papa?

Retrocediendo al siglo X, encontramos una historia aún más sorprendente como es la de Sergio III, elegido en el año 904, habría mantenido una relación con la influyente Marozia, miembro de la poderosa familia Teofilacta. Algunos cronistas medievales sostienen que de esa unión nació Juan XI, quien también llegaría a ser papa en el año 931.

Si esta versión fuera cierta, Sergio III sería el único pontífice de la historia cuyo hijo también llevó la tiara, como si fuera hereditaria. La posibilidad fascina a historiadores y teólogos, aunque los registros son ambiguos.

Una prueba de ADN moderna podría resolver la incógnita, pero los restos de ambos papas no están bien identificados, y el Vaticano no permite exhumaciones con fines científicos. Así, la biología permanece en silencio por el peso de la tradición.

Inocencio VIII: el epitafio más incómodo del Vaticano

La historia de Inocencio VIII también refleja las contradicciones de su tiempo. Gobernó entre los años 1484 y 1492, y en su tumba llegó a leerse —hasta que fue borrado— el texto “padre de muchos hijos”. Su paternidad no era un secreto, todo lo contrario pues había reconocido al menos a dos descendientes, a quienes otorgó cargos e influencias.

Su pontificado precede al Concilio de Trento, que endurecería las normas del celibato clerical. En su figura se condensan los últimos años de una Iglesia más humana que divina, en la que la santidad convivía con la sangre así como de la herencia familiar.

Pablo III: el nepotismo elevado a sistema

Un siglo después, Pablo III, nacido Alessandro Farnese, repitió el patrón. Antes de ser ordenado como sacerdote, tuvo cuatro hijos, y ya en el trono papal convirtió su linaje en una dinastía. Su hijo Pier Luigi Farnese fue nombrado duque de Parma y Piacenza, y sus nietos recibieron títulos igualmente eclesiásticos y políticos.

De hecho, el término “nepotismo” deriva de nepos (de la palabra “sobrino”), un eufemismo con el que muchos papas designaban a sus hijos ilegítimos. Con Pablo III, el papado se consolidó como un trampolín para los intereses familiares, un legado que mezclaba espiritualidad y poder terrenal.

Hoy, la Iglesia mantiene una relación ambivalente con la genética. La Pontificia Academia de las Ciencias promueve el diálogo con la biología moderna, pero el Vaticano evita que la Ciencia intente analizar los restos de sus figuras históricas. Exhumar a un papa para determinar su ADN sería, para muchos, una profanación.

Pero el debate sigue abierto y surgen preguntas: ¿sería ético aplicar pruebas de paternidad a los pontífices del pasado? ¿Revelaría verdades incómodas o simplemente confirmaría que, antes que santos, fueron hombres?

El ADN no puede medir la fe, la compasión ni la autoridad espiritual. Pero puede recordarnos que incluso aquellos que portaron el título de “Santo Padre” lo fueron, en más de un sentido, de carne y hueso.