Juanelo Turriano escribe y desde una ventana se ve el Alcázar de Toledo.
Juanelo Turriano con sus inventos.

Juanelo Turriano, el genio olvidado que hizo subir el agua del Tajo hasta Toledo

Así fue el ingenio que asombró a Europa y arruinó a su creador

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En pleno siglo XVI, mientras el Imperio español vivía su mayor apogeo bajo Carlos V y Felipe II, un hombre de aspecto humilde y mirada inquieta cambió para siempre la relación entre el agua, la ciencia y la ciudad de Toledo.

Su nombre era Juanelo Turriano, nacido como Giovanni Torriani en Cremona (en Italia) en el año 1500, y su historia es una mezcla de talento, obsesión y tragedia.

Considerado el “Leonardo Da Vinci español”, Turriano fue uno de los grandes ingenieros del Renacimiento y el autor de una de las máquinas, sin dudas, más asombrosas de su tiempo, como fue el artificio de Juanelo, capaz de elevar el agua del río Tajo hasta el Alcázar de Toledo, desafiando las leyes de la física conocidas hasta entonces.

Formado como relojero y astrónomo, Turriano llamó pronto la atención del gobernador de Milán por su habilidad para crear mecanismos de precisión. En el año 1545 fue presentado a Carlos V, quien, fascinado por su talento, lo nombró relojero imperial.

Su fama se afianzó al construir un reloj planetario con más de 1.800 piezas que reproducía los movimientos de los cuerpos celestes con una exactitud nunca vista. Aquella obra le aseguró la confianza del emperador, a quien acompañó hasta su retiro en el Monasterio de Yuste, donde diseñó ´también distintos ingenios que aliviaban los dolores de gota del monarca y lo entretenían en sus últimos días.

Tras la muerte del emperador, su hijo Felipe II heredó no solo el trono, sino también la fascinación por los “ingenios” de Turriano. Fue él el que le encargó el proyecto más ambicioso de su vida: llevar agua desde el fondo del Tajo hasta el Alcázar, situado a más de 90 metros de altura. El objetivo era dotar de suministro al palacio y a la guarnición militar sin tener que depender de aguadores ni animales de carga.

El artificio de Juanelo: cuando el agua desafió a la gravedad

Entre los años 1565 y 1569, Turriano diseñó un sistema hidráulico de precisión extraordinaria. Con una estructura compuesta por ruedas, ejes, cubetas y cadenas, el artificio aprovechaba la fuerza del río para impulsar el agua cuesta arriba en un proceso continuo y automático.

Su capacidad rondaba los 18.000 litros diarios, una cifra que era impresionante para la época. Tan eficaz resultó, que Felipe II ordenó construir un segundo artificio años después, aunque los costos del proyecto nunca fueron pagados completamente, lo que llevó al inventor a la total ruina económica.

El mecanismo funcionó durante varias décadas, pero finalmente se abandonó a comienzos del siglo XVII. Pese a ello, su impacto fue tal que los cronistas lo describieron como un “milagro mecánico”.

Poetas como Luis de Góngora lo inmortalizaron en sus versos, comparando a Juanelo con Dédalo, el legendario creador del laberinto de Creta, diciendo en uno de sus texto: “El Tajo, que hecho Ícaro, a Juanelo, Dédalo cremonés, le pidió alas”.

El mito del "Hombre de Palo" y el ocaso del inventor

A pesar de su genio, Juanelo Turriano murió arruinado en el año 1585, olvidado por la corte que tanto admiró sus obras. De sus últimos años surgió una de las leyendas más célebres de Toledo como es la del "Hombre de Palo", un autómata que habría construido para pedir limosna en su nombre.

Aunque no existen pruebas de su existencia, el mito perdura, y una calle del casco histórico recuerda en la actualidad esa historia entre lo real y lo fantástico.

Los restos del artificio desaparecieron con el paso del tiempo, pero su huella técnica y lo simbólico aún sigue viva. Cuatro columnas atribuidas a su estructura se conservan hoy en la entrada del Valle de los Caídos, conocidas como “los Juanelos”.

Igualmente museos e instituciones como la Biblioteca Nacional de España y el Museo de Santa Cruz han recuperado recientemente su figura en exposiciones que destacan su papel como precursor de la ingeniería moderna.

Juanelo Turriano fue más que un inventor, fue un soñador que convirtió el agua en vuelo, un hombre que, armado solo con su ingenio e inteligencia, logró que un río ascendiera hacia el cielo de Toledo.

Su historia recuerda que la verdadera grandeza del Renacimiento no estuvo solo en los reyes ni en los ejércitos, también en aquellos que imaginaron lo imposible y lo hicieron realidad.