Cuadros, destacando el amarillo, de girasoles de Van Gogh.
Diferentes cuadros de girasoles de Van Gogh.

La historia secreta de los girasoles de Van Gogh: amistad, luz y tragedia detrás del amarillo

Por qué los girasoles de Van Gogh siguen fascinando más de un siglo después

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Pocas obras condensan con tanta fuerza el espíritu de un artista como los girasoles de Vincent van Gogh. Convertidas en emblema de la pintura moderna, estas flores amarillas siguen fascinando a cientos de miles espectadores, historiadores y museos más de un siglo después de su creación.

No obstante tras su aparente simplicidad, los girasoles esconden una historia compleja que mezcla arte, amistad, espiritualidad y tragedia.

Van Gogh comenzó a pintar girasoles en el año 1887, durante su estancia en París, una etapa marcada por el descubrimiento del impresionismo y el arte japonés. Aquellas primeras naturalezas muertas, con flores cortadas y tonos terrosos, fueron un laboratorio de color y textura.

Pero el verdadero punto de inflexión llegó un año después, cuando el artista se trasladó a la ciudad de Arlés, en el sur de Francia.

Allí, en la llamada Casa Amarilla, concibió la idea de decorar su hogar con cuadros que irradiaran luz y alegría, en preparación para la llegada del que era su amigo:Paul Gauguin.

En una carta a su hermano Theo, escrita el 21 de agosto del año 1888, confesó su entusiasmo: “Estoy pensando en decorar mi estudio con media docena de cuadros de girasoles”. Esas obras serían, para él, una metáfora del sol, la vida y la amistad.

Dos series de girasoles, un mismo resplandor

La producción de girasoles de Van Gogh se divide en dos series distintas. La primera, la de París (año 1887), consta de cinco cuadros en los que las flores aparecen cortadas, tendidas sobre una mesa o dispuestas en pequeños floreros.

Ejemplos notables son Cuatro girasoles cortados, conservado en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, y Girasoles sobre fondo azul, en el Museo Van Gogh de Ámsterdam. En estas obras el pintor explora un cromatismo muy variado, donde los verdes, marrones y amarillos apagados anticipan su futura evolución hacia una pintura más emocional.

La segunda, la serie de Arlés (entre los años 1888-1889), es la más célebre y definitoria. En ella, Van Gogh pinta ramos de girasoles en jarrones, empleando una paleta dominada por los amarillos para capturar la luz del sur de Francia.

El resultado son imágenes más vivas, cargadas de energía espiritual. De las siete obras que componen esta serie, dos son réplicas pintadas por el propio artista, una decisión consciente para conservar una versión de cada cuadro ante posibles daños.

Entre las versiones más conocidas se encuentran la de catorce flores, hoy en la National Gallery de Londres, y la de quince flores, en el Museo Van Gogh de Ámsterdam. Ambas se consideran cumbres del arte moderno por su dominio del color monocromático y la técnica del impasto, que aporta una textura que resulta casi escultórica a la superficie pictórica.

El destino de algunos de estos cuadros ha sido tan dramático como la vida del propio Van Gogh. Una de las primeras versiones, la de tres flores, se encontraba en una colección privada en Japón y fue destruida durante un bombardeo en el año 1945.

Este hecho, junto con los problemas de conservación de los pigmentos amarillos —que tienden a oxidarse con el paso del tiempo—, ha contribuido al aura casi mítica que rodea la serie. Museos como la National Gallery han sometido sus obras a estudios de espectroscopía para prevenir su deterioro y comprender mejor la técnica del pintor.

De símbolo espiritual a icono pop

Más allá de su valor estético, los girasoles simbolizan para Van Gogh esperanza, calidez y renovación. Eran, en palabras del propio artista, una forma de expresar gratitud y optimismo, incluso en medio de sus crisis personales.

Esta dimensión espiritual ha hecho que su influencia traspase generaciones y estilos. Desde los expresionistas alemanes hasta el pop art de Andy Warhol, muchos artistas han reinterpretado el motivo floral como un justo homenaje al genio neerlandés.

En el año 1987, la réplica de Doce girasoles en un jarrón, perteneciente a una colección japonesa, fue vendida por 39,9 millones de dólares, convirtiéndose en una de las obras más caras de su tiempo. Ese récord consolidó y afianzó su estatus como un ícono no solo del arte, sino también del mercado cultural global.

En total, Van Gogh pintó doce cuadros de girasoles, cinco en París y siete en Arlés. Cada uno, con su propia y fuerte identidad, forma parte de una misma búsqueda: la de capturar la belleza efímera de la vida y la intensidad de la emoción humana. En sus pétalos amarillos late el pulso de un artista que, a través del color, transformó la melancolía en luz.