El golpe de estado del 18 de julio de 1936 se vivió en Cádiz de una forma muy especial. Intensa e importante, ya que para los golpistas Cádiz y Algeciras eran dos plazas claves para poder hacer llegar a la Península a las tropas en Marruecos, las más leales al alzamiento nacional. Pero, ¿cómo vivió Cádiz ese 18 de julio de 1936? Sábado, para más señas.
El historiador Santiago Moreno ha realizado un recorrido por algunos de esos lugares en los que se vivió el golpe de estado y la resistencia de la República en la capital. Y lo ha hecho a pocas horas de que acabara este 18 de julio de 2015. Sábado, para más señas.
El golpe de estado, la rebelión militar, el alzamiento nacional o cómo se le quiera llamar se inició en Cádiz en la tarde del día 17 de julio de 1936. En Marruecos ya había ruido de sables y las primeras noticias llegaban a un Cádiz, especialmente intranquilo, según refiere Santiago Moreno.
Tanto, que el historiador mantiene la teoría de que en esa tarde del 17 de julio se produce la primera muerte de la Guerra Civil en Cádiz (y probablemente una de las primeras de España) contraviniendo la versión oficial que tenía al joven corneta Rafael Soto Guerreo como el primer muerto.
El carpintero anarquista José Bonat Ortega recibía un disparo en la cabeza a pocos metros de su casa cuando se dirigía la sede de la CNT para organizar la resistencia a los golpistas. La propia familia tuvo que encargarse de limpiar la sangre del suelo de la calle Libertad días después.
Pero en Cádiz los movimientos del golpe y los temores venían de lejos. Días antes, el gobernador civil, Mariano Zapico, había mandado encarcelar al general Varela, involucrado en el levantamiento desde su origen, en el Castillo de Santa Catalina.
Un militar, posiblemente golpista, encerrado en una instalación militar. Poco tardó el gobernador militar, López Pinto, en acudir a liberarlo en la mañana del 18 de julio, poco después de que le asegurara al gobernador civil que él había jurado lealtad a la bandera republicana y se mantendría fiel a la legalidad, según relata el historiador en esta ruta.
Ya con Varela, los golpistas se apostan en la Casa de las Cuatro Torres provistos de ametralladoras y algunas armas pesadas. Allí, leen el bando de guerra que había redactado el general Queipo de Llanos en Sevilla. Cuenta el historiador en su más que recomendable ruta que el pueblo de Cádiz abucheó durante la lectura del documento y a su término, y que ahí se produjeron los primeros enfrentamientos, con disparos entre los militares y algunos civiles, sobre todo anarquistas, apostados en azoteas y torres miradores.
A pocos metros, en el Palacio de la Aduana, hoy Diputación Provincial, fieles a la República defendían el Gobierno Civil frente a los golpistas que se habían apostado en una Plaza de España diáfana y sin vegetación apenas, lo que favorecían los enfrentamientos. El gobernador civil,tropas de asalto, algunos integrantes de los partidos del Frente Popular, algunos civiles… y entre todos una única mujer: Milagros Rendón Martell, que sería fusilada en los fosos de Puertas de Tierra el 29 de septiembre. Igual suerte corrió su padre, el relojero y platero Francisco Rendón, que defendió el Ayuntamiento. Y casi toda su familia, una de las fundadoras del Partido Comunista en Cádiz.
Los enfrentamientos entre sublevados y defensores de la República se prolongaron hasta la noche del 18 de julio. Los militares permitían sacar del edificio a los heridos y a quienes se rindieran y volvían a la carga. Las calles próximas estaban cortadas por el ejército, con lo que los defensores del Gobierno Civil no recibían refuerzos ni avituallamiento de ningún tipo. Mientras, José de Mora Figueroa, jefe de la Falange en Cádiz, había tomado a punta de pistola el Casino gaditano, donde situó la sede de los camisas azules.
Así hasta la mañana del 19 de julio, cuando la llegada de los barcos Ciudad de Algeciras y Churruca cargados de tropas regulares de Melilla supone la garantía definitiva del triunfo del golpe de estado en la ciudad. Ante el dominio militar, el Gobierno Civil se rinde y los regulares entran en el casco antiguo hacia el Ayuntamiento por la calle Ramón y Cajal. Mientras, los dos buques habían vuelto a zarpar para traer más tropas a la Península. Nada más abandonar el abrigo del muelle, la marinería del Churruca se sublevó y se hizo con la nave, que dirigieron a Málaga, donde no triunfó el alzamiento hasta febrero del 37.
En fila de a dos y a puntando a las ventanas y azoteas, los regulares avanzan sin problemas, pero su predisposición a la violencia y la falta de miramientos tiene en la esquina de Márquez de Valdeíñigo con San Francisco su primer ejemplo.
Un historia descubierta recientemente por Santiago Moreno y que demuestra el talante con el que desembarcaron los regulares. Un comerciante de telas, conservador, celebra la llegada de las tropas con un «Viva España, estamos salvados». Los regulares sólo perciben el ruido y una amenaza. Un disparo en la cabeza acaba con su vida. Era Mariano Alba del Cerro, posiblemente el primer daño colateral del alzamiento en Cádiz. En su certificado de defunción figura como causa de la muerte «hemorragia cerebral».
Pocos metros después, los regulares se reúnen con los militares que ostigaban al Ayuntamiento y que se habían apostado junto al monumento a Moret, situado unos metros más hacía el muelle del lugar que ocupa ahora. Desde ahí repelían los disparos de los anarquistas que habían montado una barricada en la calle Sopranis y los procedentes del Consistorio.
De nuevo, la presencia de las tropas regulares fue disuasoria y el Ayuntamiento, sin el alcalde Manuel de la Pinta, que se encontraba en Madrid, se rinde. Algunos concejales, intuyendo lo que sucedería, saltan por las azoteas o salen por otras puertas hacia el Barrio del Pópulo. Santiago Moreno da un dato estremecedor: De los 40 concejales que formaban la Corporación municipal, 20 fueron fusilados y la mayoría del resto pasó años en diferentes cárceles. Diez de los concejales están en paradero desconocido, no tienen certificado de defunción y sus cuerpos se no se saben dónde están.
Los militares que ya estaban en Cádiz al mando de Varela y los regulares dejan aislado el Barrio de Santa María, donde se mantendría la resistencia durante algunos meses, y se dirigen a las zonas más populares donde había leales a la República: los barrios de San Juan y La Viña, denominado por entonces el Barrio Rojo. En San Juan superan rápidamente la barricada levantada en la entrada de la Calle Arbolí y toman la Casa del Pueblo, por entonces en ese lugar, según relata el historiador en esta ruta Cádiz y la Guerra Civil.
De ahí, se dirigen al último edificio público que resistió a los golpistas: Correos. En la noche del 18 de julio se había confeccionado una defensa de la zona y varios anarquistas se habían apostado en las torres miradores próximas, desde con simples fusiles, dispararon a los regulares. Al igual que los defensores del Edificio de Correos. La lucha era desigual en número y material bélico y fue breve. Los funcionarios y tropas de asalto que defendían Correos son un claro ejemplo de la represión posterior. Detenidos y encarcelados, cuando fueron a ser sometidos a un juicio sumarísimo en 1937 al ir a buscarlos a la cárcel donde debían estar ya no quedaba ninguno con vida.
Así, en la tarde del 19 de julio, el golpe de estado, el alzamiento del 18 de julio había triunfado en Cádiz. En la capital no hubo Guerra Civil, sólo una breve defensa de la República. A partir de ahí comenzó la represión. Empezando con la presencia de una dotación de regulares en el Corralón de los Carros para atemorizar y disuidir a la población del Barrio Rojo, La Viña. Mil fusilamientos cifran algunas fuentes señaladas por Santiago Moreno que se produjeron en la capital durante ese tiempo, aunque no todas de personas de la capital. Los alrededores de la Plaza de Toros, los fosos de las Puertas de Tierra, la Puerta de la Caleta, la playa de la Victoria, la de Puntales fueron algunos de esos lugares en los que se ajusticiaron a los defensores de la República que habían pasado, en cuestión de horas, a ser los enemigos del Régimen.