De ‘Drácula’ a ‘El liguero mágico’: Recuerdos de un cine de verano de Cádiz

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Recuerdos de un cine de verano. Emociones compartidas a cielo abierto, entre la realidad y la ficción. Jaleo en las últimas filas, sudor a tabaco, comida casera, el azar y el humor al capricho de las inclemencias del viento, familias enteras, pandillas de niñatos, un acontecimiento social de barrio.

Brunete, Maravillas, Terraza, Caleta, Delicias. Cádiz disfrutaba de una docena de carteleras a la vez cuando gobernaba el sol, de mayo a septiembre, y transformaba el blanco de los muros en espejo de la sociedad. El cine marcaba el ritmo de las novelas, las canciones, las comparsas. Y las estrellas del celuloide conocieron de veras al publiquito gaditano, destinado a meterse en cualquier personaje con toda naturalidad, con tal de no pasar desapercibido.

Cada noche, cuando volvía a casa con sus padres, el cine Delicias «era un misterio de sonidos y olor a dama de noche. Se oían los tiros, la música …» evoca Rafael Marín, escritor, guionista de historias gráficas, quien revisita el panorama de carteleras resecas al sol en el Brunete, que brindaba «la posibilidad de ver, una y otra vez, cada verano, las mismas pelis, a menudo pelis de tercera».

«Más escondidito, el cine Maravillas, donde solía repetir con «Un trabajo en Italia», con Michael Caine. El narrador gaditano, que acaba de publicar la novela histórica «Don Juan», encuentra su favorito en el cine España. «Allí me hice cinéfilo viendo, por tres duros, todo tipo de películas: del oeste, de artes marciales, de miedo, nos daba mucho miedo Christopher Lee y su Drácula, incluso el erotismo incipiente. En el cine España conocí a un joven pistolero llamado Clint Eastwood y me hice fan para siempre».

El cineasta y escritor José Manuel Serrano Cueto confiesa: «Me crié yendo a los cines gaditanos. Parte de mi cinefilia se forjó en ellos. Primero iba con mis padres, cuyo criterio era un tanto particular: nos llevaban al Brunete, por ejemplo, a ver «El liguero mágico».

Recuerdo atravesar el solar del cementerio de los ingleses para ir al Brunete. Más tarde ya iba con amigos o muchas veces solo. Lo veía todo. A mí me fascinaba el cine Imperial, donde vi «Miedo azul» y, a mitad de la película, me cambié de butaca para acercarme más a la gente porque estaba acojonado. En otra ocasión vi con un amigo, y estábamos solos los dos, «El regreso de los muertos vivientes», en el Multicines Nuevo. Me gastaba todo lo que me daban mis padres en el cine y en comprar libros de cine en el baratillo».

El célebre Brunete fue el último cine de verano en caer. Resistió hasta 2004, cuando ya no quedaban solares vacíos en la ciudad taladrada, ni acomodadores. Pipas, helados, bocatas de atún, garrapiñadas, avellanas de los toros, moscas, sardinas, botas de vino, cambios de temperatura en general, preferencia y butaca. Le llamaban Trinidad.

La gaditana Charo Barrios, escritora especializada en gastronomía, dispara sus recuerdos: «Eran tiempos en que los vecinos se conocían y se saludaban. Y Carmen, una señora rubia y muy fina, acababa de mudarse a nuestro bloque con marido e hijos. Aquel agosto nos invitó a mi hermano y a mí –de 7 y 9 años, respectivamente- a ver en el cine Brunete «Drácula», la versión de 1958 protagonizada por Cristopher Lee». ¡La misma que Rafael Marín! «Qué mal rato. Y lo peor fue que durante mucho tiempo la sombra verde de la pintura de ojos de nuestra madre nos recordaba a la amante del Conde en la oscuridad. Entonces no había censura en las pelis de terror».

El cine Bahía en el muelle, San Carlos en las Murallas, Terraza en la Plaza de Abastos, Caleta en La Viña, Mar en Doctor Fleming, el cine Maravillas en la calle Brunete, España en Ciudad de Santander, Delicias frente al colegio San Felipe Neri. Y bajo techo, más cine en el Avenida, Andalucía, Falla, Cómico, Municipal, Imperial, el cine Nuevo del Campo del Sur y el legendario Cine Gades, de modernas hechuras, testigo de amores, desencuentros, negocios, pajarracas inolvidables, improvisados karaokes en los musicales y retratos sociales que se mudaban en verano a la fresquita.

«Yo era del Cine Delicias, tres pesetas detrás, dos pesetas delante», apunta Pepe Pettenghi, genuino escritor y también pedagogo. «Creo que vi cuatro veranos seguidos «El mayor espectáculo del mundo». Qué guapa era Betty Hutton, mi primer amor cinematográfico. Íbamos todas las noches. Todas. Pocas distracciones había en Puertatierra entonces. El portero era un tipo llamado Gordillo que combatía el gamberrismo sin demasiada mano izquierda. Era calvo y rubiasco, un Di Stéfano con autoridad.»

La gente que acudía al cine a echar la tarde podía dejarse llevar por la trama o escribir su particular repertorio. Quién no recuerda los alborotos que se formaban con los dramas y las comedias, el sexo, la política y la violencia entre líneas, y el ingenio y la mala idea de imitadores, provocadores, graciosos, y también la gente más ocurrente. Grandes cachondeítos. Subtítulos en gaditano.

Recuerda Rafael Marín, que nunca fue al cine Caleta, pues le quedaba «muy lejos», «las batallas campales que se organizaban dentro. Una vez tuvieron que ir los antidisturbios y la gente, para salir, agarró las sillas, que estaban sujetas entre sí, y «cargó» contra la Poli como si fuera la maniobra de la tortuga de la legión romana. Al amanecer siguiente había sillas por San Juan de Dios».

«Me da mucha tristeza que ya no quede ni uno solo. Creo que el cine de verano es un patrimonio cultural que se ha perdido y que, desafortunadamente, jamás podremos recuperar». «Hoy los cines son mejores, no cabe duda, pero carecen de la personalidad de aquellos», sostiene Serrano Cueto.

Los tiempos, que siempre corren a igual velocidad y nunca se ponen de acuerdo, extingueron el popular cine Gades, el primer local que ofrecía aire acondicionado, no sin antes saborear instantes históricos como la creación de la rebequita gracias a Rebbeca de Hitchcock y el descubrimiento de los Beatles. Dijo adiós el cine Gades, en 1971, con la película «Pepe, vente pa’ Alemania».

«La cartelera cambiaba todos los días, pero no todos los años, de modo que «Fabiola» o «Rififí» parecían como de la familia. Una cosa sí teníamos prohibida mis hermanos y yo: beber agua en la cantina. El vaso era el mismo y se podían coger «boqueras»», remata Pettenghi, quien nunca olvidará el numerito que montaron unos militares de graduación, en el transcurso de «La túnica sagrada», con gritos de «¡Maricón, maricón!» dirigidos a Poncio Pilatos.

Cuelga el «The End» final Emilio Gutiérrez Cruz, el Libi, maestro de la retranca carnavalesca, que ha tocado todos los palos en el Falla: «Cuando ibamos al Caleta a ver «Kung Fu», al terminar la pelicula, La Viña se convertia en un Pekín al tres por cuatro. Echaban tantas veces la misma que Kung Fu llegó a tener un pisito de alquiler en la calle Ángel». Qué ángel.