Cádiz, ¿ciudad abierta o parque temático?

Cádiz, ¿ciudad abierta o parque temático?

Esthergil
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Cádiz siempre fue una ciudad abierta. El mar nos enseñó a recibir barcos, culturas y viajeros desde hace más de tres mil años. La hospitalidad forma parte de nuestra identidad. Pero en los últimos años esa apertura ha empezado a volverse en contra de quienes aquí vivimos: el turismo masivo amenaza con vaciarnos por dentro, convirtiendo a Cádiz en un decorado sin gaditanos y gaditanas.

Este verano me he detenido más que nunca en observar las heridas de mi querida —y mal llamada— “tacita de plata”. Lo que debería ser tiempo de descanso se ha transformado en una auténtica gincana de despropósitos, todos ellos protagonizados por visitantes que parecen desconocer que esta ciudad no es un parque temático, sino un lugar habitado.

La experiencia, créanme, daría para una comedia negra de sobremesa. No exagero. Imagínense que bajas al garaje y descubres que alguien, con todo su desparpajo, ha decidido hacer sus necesidades justo detrás de tu coche. Sales a despejarte y, en la fuente donde beben los niños, una turista se enjabona los pies como si aquello fuera un spa municipal. Intentas huir hacia la Calle Ancha, pero ahí te topas con una guía que, paraguas en ristre, te atiza en el hombro para recordarte que no eres una vecina, eres un obstáculo para su freetour.

El cambio de quincena se vive como una final olímpica, personal de limpieza a la carrera intentando poner a punto quince apartamentos turísticos en apenas dos horas, mientras tú practicas el noble arte de esquivar fregonas y carros como si fueras concursante en Humor Amarillo.

Y si logras llegar viva al supermercado de tu barrio, ¡enhorabuena! te esperan colas interminables porque justo ese día han desembarcado 11.000 cruceristas de golpe, con más hambre que paciencia. Por no hablar del episodio de los contenedores de basura, siempre atestados, como si en otras latitudes la basura pudiera bajarse a cualquier hora del día sin importar los olores insoportables que se cuecen bajo un sol de justicia. Y, cómo no, disfrutar de la auténtica banda sonora del verano, el run run de las ruedas de las maletas de nuestros “deseados” visitantes.

Y pese a todo este surrealismo, el gobierno de turno sigue sin plantearse algo tan elemental como aplicar una tasa turística que al menos compense el desgaste que sufre la ciudad. Al contrario, se insiste en vendernos la postal perfecta: una “ciudad de cine” convertida en escenario de cartón piedra, en la que quienes intentamos hacer la compra, pasear por la calle o pagar un alquiler imposible, acabamos siendo figurantes gratuitos.

Porque no, señores del Ayuntamiento y de la Junta de Andalucía, Cádiz no puede seguir hipotecada al monocultivo del turismo. No podemos resignarnos a perder vecinos para ganar apartamentos turísticos, ni a perder barrios enteros para ganar cruceros de un día. No se trata de cerrar las puertas, sino de poner reglas claras: tasa turística, límite a las viviendas vacacionales, defensa del derecho a la vivienda y protección del espacio público.

El turismo no es el enemigo, lo es la falta de valentía política. Cádiz merece un modelo turístico sostenible, compatible con la vida de su gente, que preserve su alma sin convertirla en un escaparate vacío.

Porque si seguimos así, un día los cruceros llegarán a puerto, los turistas desembarcarán con sus guías, y descubrirán que lo único que queda de Cádiz es el decorado.