Cubos de agua para bañar a sus hijos: el día a día de Laura mientras espera el desahucio de un piso de la Junta de Andalucía en Cádiz
El acceso a la vivienda es uno de los mayores problemas de Cádiz.

Cubos de agua para bañar a sus hijos: el día a día de Laura mientras espera el desahucio de un piso de la Junta de Andalucía en Cádiz

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Sin agua y con tres menores a su cargo, Laura afronta el final de un proceso que hoy, lunes 10 de noviembre, marca su punto de no retorno. Era el día fijado para que entregara las llaves de la casa de manera voluntaria, para que la abandonara.

No lo ha hecho, ni lo va a hacer, porque no tiene dónde ir, señala, pero asegura que la devolverá en cuanto le ofrezcan una solución habitacional. “Yo esta casa se la doy a la Junta, se la entrego incluso con los arreglos que hemos hecho. Pero necesito otra donde mis hijos puedan vivir”, repite con calma.

La vivienda llevaba más de cinco años cerrada cuando Laura y su pareja entraron con sus hijos en abril de 2024. “Las paredes se caían, las ventanas no cerraban, el suelo estaba levantado por la humedad”, recuerda. No había baño funcional ni electricidad estable.

“Entraba el agua por las rendijas, y el vecino de abajo tenía goteras desde hacía años”. Con un préstamo familiar compraron lo justo para amueblar y empezaron a arreglarla. “Entre todos la levantamos poco a poco: pintamos, arreglamos el suelo, tapamos las humedades. Es pequeña, pero era lo único que teníamos”.

En junio llegó la denuncia y, meses después, el juicio. “Allí me di cuenta de que ni sabían que la casa estaba vacía. Dijeron que estaba en reforma. Ni sabían cómo era la puerta antiokupas”.

En el juicio, asegura Laura, le dijeron que la vivienda estaba adjudicada a una familia con un hombre con movilidad reducida y un niño con esquizofrenia. “Yo vivo en un octavo, un ático, el último piso. ¿Cómo puede venir aquí alguien en silla de ruedas o un menos con esquizofrení con el peligro que supone la terraza al exterior?”, se pregunta.

Además, la terraza tiene un escalón de más de treinta centímetros para pasar desde el salón, y el cuarto de baño, explica, “es tan pequeño que apenas cabemos nosotros”. Añade que tampoco está adaptado: “Tiene bañera, ni siquiera plato de ducha. Es imposible que una persona con discapacidad se mueva ahí”.

Una vida entre cubos de agua

La familia vive sin agua corriente. Laura pidió un enganche provisional; un juzgado se lo autorizó, pero la empresa recurrió y ganó. “Voy con cubos de agua de algún vecino y vecina”, explica. Cada noche repite la misma rutina: llenar, calentar, bañar. “Primero la chiquitita, luego el de dos años, y así, uno a uno. Es lo que hay”.

El mayor, hijo de su pareja, está unos días con su madre y otros con ella, pero tiene su habitación porque “la tiene que tener”. En la casa se mantiene una normalidad precaria: biberones, cubos y la sensación constante de que todo podría desaparecer en cualquier momento.

“Pagar, puedo pagar, pero algo acorde a lo que gano. Trabajo en limpieza, gano 800 euros, y no estoy fija. Nadie me alquila cuando digo que la mitad la pagaría el Ayuntamiento”.

El plazo que terminó hoy

Hoy, lunes 10, era la fecha límite para entregar las llaves de manera voluntaria. Hasta ahora, la familia había logrado ganar tiempo con recursos judiciales, pero el último plazo vencía este lunes.

“He ido al Ayuntamiento, a la Junta, a todas partes. Lo único que me ofrecen es una ayuda al alquiler, pero no hay casas. Todo es vacacional o temporal, y piden nóminas que no tengo”, cuenta. Laura insiste en que no se niega a entregar la vivienda: “La devolveré en cuanto me den otra. No quiero regalos, solo un sitio donde vivir con mis hijos”.

Durante meses, ha intentado reunirse con la Junta de Andalucía, titular del piso. “Pedí cita por escrito y me contestaron que no me atenderían personalmente, que hablara con sus abogados”. La única opción que le han ofrecido es una pensión o un albergue.

“No me voy a meter en una pensión con tres niños, uno de ellos un bebé. Ni en un albergue. Yo trabajo, solo necesito algo que pueda pagar”.

El mayor no sabe lo que pasa. Laura prefiere mantenerlo al margen. “No quiero que se entere hasta que pase todo esto”. En casa, entre juguetes y cubos, la rutina se mantiene a la fuerza. “Yo esta casa se la devuelvo, porque no la quiero. Pero no voy a irme a la calle. Si me quieren sacar, que sea cuando haya otro sitio donde meter a mis hijos”.

Con el plazo agotado, se activa una nueva fase. La maquinaria administrativa del lanzamiento, los avisos judiciales, la incertidumbre diaria. Laura lo sabe: “Ahora empieza otro reloj, el que no avisa”. Mientras tanto, sigue trabajando, cuidando y llenando cubos de agua cada noche. “Lo único que pido es un techo digno. No quiero quedarme aquí, pero tampoco que mis hijos duerman en la calle”.