El Cádiz CF se derrumba en Almería: errores gruesos, autodestrucción y una alarmante falta de respuesta
Los amarillos acumulan cuatro partidos sin marcar, cinco sin ganar y se muestran como un equipo superado por sus propios fallos
Cuentan que Di Stéfano el decía a un portero que tenía cuando era entrenador del Valencia que no le pedía que las pelotas que fueran dentro de la portería las parara, pero que al menos las que iban fuera que no se las metiera. Pues eso es lo que habría que haberle pedido al Cádiz CF en Almería, que al menos lo fácil lo hiciera. Especialmente a algún jugador.
El grueso, casi indecente, error de Pelayo en el 1-0, descompuso a un equipo que no solo tiene carencias con el balón en los pies, cada vez más en las lecturas de los partidos. El gol cambió el partido, pero el equipo amarillo hizo muy poco por devolver el choque al guion que tenía en la pizarra Garitano y que iba bien los primeros minutos.
El mazazo en Almería deja algo más que una derrota. Deja la sensación de que el Cádiz ha entrado en un proceso de autodestrucción deportiva. Cinco partidos sin ganar, cuatro sin marcar y solo dos victorias en los últimos nueve encuentros, con apenas tres goles anotados en ese tramo. No es solo una sequía: es un colapso ofensivo mezclado con errores gruesos en la base del equipo. Y cuando no tienes gol, los fallos en las dos áreas son sentencias.
Lo más preocupante ya no es el resultado, sino la incapacidad del equipo para reaccionar, para sostenerse en pie cuando le marcan primero, para reinterpretar los partido. Este Cádiz no sabe qué hacer cuando el choque se tuerce. No tiene un plan alternativo. No sabe salir desde atrás, no sabe pausar, no sabe correr. Y el banquillo no termina de encontrar las soluciones: los cambios llegan tarde, la estructura no varía y, en partidos como este, las sensaciones apuntan más a la confusión que a la búsqueda de respuestas.
Y eso que el Cádiz empezó bien. Garitano sorprendió dando entrada en el once a Diarrá en el doble pivote junto a Diakité. Más sorprendente era el dibujo, que pronto era mucho más un 1-4-4-2 que el habitual 1-4-2-3-1.
Con todo, el cuadro amarillo saltó al UD Almería Stadium con un once reconocible dentro de las enormes limitaciones que arrastra, y con un plan claro: presionar arriba para incomodar la salida de un Almería muy mermado por las bajas, pero con automatismos ofensivos bien interiorizados.

El plan de inicio funcionó. La presión amarilla era alta, e incomoda para el rival. En un minuto pudo caer el primero para cualquier lado. Primero, un error de Recio permitió que Thalys condujera y habilitara a Embarba, pero Caicedo apareció providencial. Y en la contra, Suso encontró el desmarque de De la Rosa, que ganó por velocidad, pero definió blandito ante Andrés Fernández.
El Cádiz, en ese arranque, sí parecía un equipo capaz de competir. Fueron quince minutos, como en la segunda mitad. Pero uno error en cada área (o zona de peligro) dejaron el choque para los locales.
El Almería tardó poco en asentarse tras ese buen inicio visitante y, en cuanto tocó dos veces seguido con Arribas y Guedes, el partido empezó a torcerse para los amarillos. A los 14 minutos, Aznar evitó el gol local. Pero casi a rennglón seguido llegó la acción que marcó el choque.
Pelayo recibió un balón cómodo (al menos para un central del nivel que se le supone) en la frontal, con dos rivales a cuatro metros, con Recio ofreciendo línea de pase… y decidió filtrar una pelota imposible hacia un espacio cerrado tras el que estaba Diarrá. Thalys interceptó, arrancó solo y colocó la pelota en la base del palo.
Un error impropio, inasumible, que dinamitó el plan y el ánimo del Cádiz. Era la tercera titularidad de Pelayo. Y, con ella, el tercer partido marcado por errores groseros.
El equipo, que había comenzado bien, se cayó de golpe: perdió confianza, dejó de enlazar tres pases seguidos y retrocedió mentalmente veinte metros de golpe. Suso, en una falta muy lejana, un cabezado de Diarra y Ocampo en un disparo desviado protagonizaron un amago de reacción. Luego, nada. El Almería merodeó más el área rival, cerró líneas y dominó. El Cádiz intentaba remar, pero cada jugada se apagaba antes de empezar.
Desde el gol hasta el descanso, solo un disparo a puerta: la falta lejana de Suso. Lo demás, pérdidas y más pérdidas. Y señal de alarma que no se había visto antes: el Cádiz se vino abajo tras un golpe. Hasta ahora había reaccionado, esta vez se quedó en la lona y en el segundo tiempo fue una marioneta, como la canción con más que posible mensaje de Andy tras su abrupta separación musical de Lucas.
Breve arreón tras el descanso
Garitano sacó al equipo con más ritmo tras el paso por vestuarios. Parecía un de perdidos, al río, y el equipo acabó chorrendo en el agua. El Cádiz intentaba morder otra vez arriba y empujó al Almería contra su área durante unos 10 minutos, pero sin generar auténtico peligro.
De la Rosa protagonizó una contra magnífica tras un saque en largo de Víctor Aznar (el mejor amarillo de largo), asistió a Ocampo y Arnau llegó justo para cerrar. En el córner, Diarra se encontró un balón franco, pero en lugar de rematar trató de controlar. Otra ocasión al limbo.
Y, de nuevo, la chispa duró poco. Como si hubiera llegado un comandante y mandado parar. Al cuarto de hora, el Almería volvió a mandar. El Cádiz se volvió a partir, volvió a perder balones fáciles, volvió a quedar mal situado. Y volvió a parecer un equipo que no sabe qué hacer cuando el partido se complica y le cambian el guion.
El penalti, la repetición y el golpe definitivo
En el 66’, Álvaro GP tocó con la mano en un salto en un saque de esquina que le llegó sin que lo pudiera ver. El VAR llamó a la colegiada para un penalti riguroso. Aznar, inmenso, adivinó el lanzamiento de Arribas y lo detuvo. Pero se revisó la acción y se mandó repetir de nuevo por indicación del video arbitraje. No se sabe si porque el meta no tenía un pie sobre la línea cuando Arribas golpea (en el peor de los casos lo tenía en el aire por detrás) o porque algún jugador había entrado en el área.
En el segundo lanzamiento, Arribas no falló. 2-0. Y el Cádiz, definitivamente, a la lona. Garitano había metido a Efe y Dawda poco antes, pero el golpe dejó sin oxígeno a un equipo que ya deambuló hasta el final.
El 3-0 llegó en el 80’. Otra falta innecesaria de Pelayo, al llegar tarde, otra acción defensiva evitable, y un balón espectacular de Embarba a la escuadra.
El Cádiz jugaba ya con Ocampo y Efe por fuera y con Dawda y Roger arriba. Algunos cambios llegaron demasiado tarde, como la entrada de Álex cuando el partido pedía ese perfil antes. Aznar evitó un cuarto gol con una parada magnífica a Melamed, aunque en la prolongación Pelayo rozó cometer otro penalti, tan claro como absurdo, que por milímetros no se señaló.

Las estadísticas son todas favorables al bando local (si tener más tarjetas es favorable), pero una es especialmente demoledora: 71 por ciento de precisión en el pase, lo que significa que más de uno de cada cuatro pases fue malo. En Segunda División, eso te condena. No hay equipo que pueda competir si pierde 80 balones por partido.
Errores puntuales están lastrando al equipo, y el caso de Pelayo es hoy el más evidente. Un fallo de bulto, impropio, que abre el marcador rival y desmorona emocionalmente al equipo. En tres partidos como titular, han caído seis goles (y no son más porque Juan Díaz se jugó su pierna derecha en Andorra). Y lo peor es el patrón: decisiones de riesgo, pases temerarios, una suficiencia demasiado habitual de quien sale de un filial de un club de élite y cree que todos los escenarios permiten el mismo tipo de acciones. En el fútbol profesional, eso se paga. Está a tiempo para aprender y corregirlo.
Y de nuevo, el que sostuvo al Cádiz fue Víctor Aznar, con seis paradas, varias de ellas decisivas, que evitaron un resultado todavía más duro.

Y lo que es el fútbol. Paradójicamente, la árbitra, que pitó un penalti discutible y lo mandó repetir, firmó un mejor arbitraje que el colegiado de la semana pasada ante el Valladolid. Y eso, con la influencia que tuvo en el marcador, ya es decir. No usó las tarjetas de forma desigual, dejó jugar cuando debía y no se dejó arrastrar por protestas.
Tampoco le queda ese argumento al cuadro cadista. El problema del Cádiz no estuvo ahí. Estuvo en su propio juego, en sus propias carencias y en su falat de contundencia en las áreas. Justo todo lo que definía al equipo en el arranque liguero.
Porque entre los minutos 15 de cada parte y el final, el Cádiz se descosió, se partió y, por momentos, parecia más un equipo que lucha por salvarse que uno que habia iniciado el partido en puesto de fase de ascenso. Sin orden, sin alma, sin agresividad y transmitiendo una imagen de equipo vencido. Y eso sí que sí apunta directamente al banquillo.
El crédito de Garitano no e está agotando por los puntos (o la falta de ellos en las últimas semanas). Está en duda por la falta de evolución, por la incapacidad de corregir, por la ausencia de un plan B y por un equipo que se cae emocionalmente ante cada golpe. La tendencia es mala. Y sostenida: cinco partidos sin ganar, cuatro encuentros consecutivos sin marcar y solo tres goles en los últimos nueve, de los que ha ganado dos.
Y eso, en fútbol, siempre acaba señalando al entrenador, aunque la cuesta abajo del Cádiz CF en lo deportivo coincide con los sueños de grandeza de sus mandatarios, vía Sportech y anuncios de inicio de cotizacion en bolsa de Nomadar. Desde que se recuperaron las informaciones al respecto, el Cádiz no ha vuelto a ganar. Cosas del fútbol.