Vista nocturna de la Puerta de Tierra iluminada con luces de colores, con cientos de personas abarrotando la plaza de la Constitución para seguir el espectáculo final de Cádiz Romana.
El espectáculo de clausura de Cádiz Romana iluminó Puerta de Tierra con una afluencia de público multitudinaria.

Luces y sombras de Cádiz Romana, pero, ¿qué quiere ser 'Orgullos@s de nuestra historia' de mayor?

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Cádiz Romana ha dejado tras de sí imágenes potentes (en lo bueno y en lo malo), algun espectáculo de altura y un puñado de momentos para el recuerdo (en ambos lados de la balanza). Pero también ha mostrado las costuras de un proyecto que aún no sabe muy bien qué quiere ser de mayor.

Entre el rigor histórico y el humor, entre lo académico y lo popular, el festival sigue instalado en un formato híbrido que muchas veces funciona a medias: deslumbra en lo comunicativo, en el escaparate, pero tropieza en los detalles y a poco que se rasque se ven muchos defectos.

El alcalde, Bruno García, ha valorado esta segunda edición de Cádiz Romana como un “éxito rotundo” por la respuesta del público y la proyección de la ciudad. Destacó la alta participación ciudadana, la implicación de asociaciones y colectivos culturales, y el tirón turístico del programa, que según afirmó “ha convertido a Cádiz en un escenario vivo de su historia”.

Para el regidor, el festival confirma la apuesta municipal por reforzar la identidad local a través de la cultura y seguir proyectando la marca Cádiz en el exterior. Sin embargo, más allá del entusiasmo institucional, la cita ha dejado también sombras: descuidos evidentes, un formato que no termina de cuajar y una falta de definición sobre qué quiere ser realmente el ciclo.

Cádiz Romana ha demostrado que el programa Orgullos@s de nuestra historia sigue instalado en una indefinición que lo lastra. Parece una idea tan buena, tan potente, que cuesta darle forma y que el contenido esté a la altura, pero la grandilocuencia municipal no le hace ningún bien. Está bien pensar en grande, pero no pasarse de fanfarroneo.

El Ayuntamiento de Cádiz debe decidir si quiere un gran festival histórico-cultural o una fiesta popular con guiños históricos. Más aún, se puede hacer mejor este formato intermedio que toca ambos palos. Es posible afinar el híbrido, sí, pero requiere dar más base y fiabilidad histórica a la parte lúdica, evitando que el Carnaval sea siempre el comodín en el que pivote todo. Un espectáculo familiar y para todo el mundo puede ser entretenido sin renunciar al rigor, porque lo contrario transmite una visión equivocada de lo que se quiere conmemorar.

El Mercado

El gran reclamo de público, pero también la mayor fuente de anacronismos. Mojitos, salchipapas, kebabs o puestos de productos “romanos” que se parecen demasiado a las de cualquier mercadillo de cualquier ciudad. Vale lo mismo para Mercado Fenicio que para Mercsdo Andalusí o para mercado medieva en cualquier lugar.

Se cambia la decoración y el disfraz de los comerciantes, y poco más. Nadie espera arqueología aplicada a la gastronomía, pero sí un poco más de cuidado y menos licencias creativas. El riesgo es que lo que llega a la mayoría, lo más visible, proyecte más verbena que historia.

El espectáculo de clausura

Parece el camino a seguir. Cádiz demostró que tiene talento para mucho más que Carnaval. Pasión Vega, Martínez Ares, Eduardo Guerrero, Susana Rosado, Marta Ortiz y decenas de artistas locales ofrecieron un espectáculo multidisciplinar que demostró que el rigor y la espectacularidad pueden convivir.

Esa debe ser la línea: abrirse a otros lenguajes, otras artes, otros talentos. Que el Carnaval tenga su sitio, por supuesto, pero sin monopolizarlo todo. El Ayuntamiento ha vasculado casi de ningunear el nivel artístico y creativo de la ciudad recurriendo en Cádiz Fenicia maestros falleros o La Fura dels Baus a pasarse de chobinismo local. Hay un término medio.

Actividades paralelas

Se ha notado una mejora respecto a Cádiz Fenicia en las visitas, talleres y recreaciones históricas. Tampoco era muy difícil. Aún hay margen para que no sean solo relleno, sino el eje del festival. Orgullos@s de nuestra historia puede crecer en ese camino: enseñar y entretener al mismo tiempo. Con rigor y divirtiendo. Ahí está lo difícil y el mérito. El resto es un "esto mismo"...

Descuidos y polémicas

Hubo menos errores que en Cádiz Fenicia, lo que ya es un avance. Pero siguen pesando descuidos evitables: el Faro romano como ejemplo de decorado fallido y de un gasto poco justificado y justificable; las recreaciones poco cuidadas o la estatua de Columela olvidada en el Parque Genovés, por citar solo algunas.

Y, sobre todo, la sensación de improvisación o de "así mismo" en algunos detalles. El Ayuntamiento ni reconoció ni ha reconocido errores en el Cádiz Fenicia, pero parece haber aprendido de ellos. El problema es que, a veces, se ha pasado de frenada: del rigor a la caricatura, del espectáculo al ombliguismo.

Cádiz Romana es el ejemplo de que este ciclo de Orgullos@s de nuestra historia no puede seguir dividido en dos mitades: lo muy serio, casi elitista y de pago, frente al circo popular lleno de licencias en el que se convierte a veces. Esa dualidad transmite desgana, improvisación y falta de dirección.

No parece de recibo el cobro por algunas conferencias, ponencias o actividades. Si hay una lógica limitación de aforo, en un proyecto de este tipo que busca poner en valor el bagaje histórico de la ciudad más antigua de occidente, el control del mismo no puede pasar por el precio. Eso, pasa a ser elitista y costando lo que le cuesta al Ayutamiento...

Es un acerto buscar para la ciudad un evento a la altura de su historia: con rigor, con talento local y con ambición cultural, pero Cádiz también merece que sea abierto, festivo y accesible para todos los públicos. Lo que falta es lo más importante: decidir de una vez qué quiere ser el proyecto municipal Orgullos@s de nuestra historia de mayor.