
Una prueba de madurez democrática

El próximo miércoles 10 septiembre, el Congreso de los Diputados no decide solo sobre una medida laboral. Lo que está en juego es una cuestión de país, de modelo de convivencia, de futuro compartido, la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas semanales sin reducción de salario.
No hablamos solo de números. Hablamos de derechos, salud, tiempo de vida. Porque trabajar menos horas significa tener margen para cuidar, para descansar, para vivir. Significa que la riqueza que generamos colectivamente se traduzca en bienestar para la mayoría y no en beneficios acumulados por unos pocos.
España fue pionera hace más de un siglo con la conquista de la jornada de ocho horas. Aquello fue posible porque la sociedad, unida y movilizada, supo empujar con fuerza hacia adelante. Hoy, una vez más, estamos demostrando nuestra madurez democrática, más del 80 por ciento de la ciudadanía apoya esta propuesta. Lo hace sin importar a qué partido vote, porque cuando llegan los momentos clave, sabemos mirar más allá de las siglas y apostar por el bien común.
Y por eso, hoy más que nunca, quienes representamos a esa ciudadanía en el Congreso tenemos la obligación de estar a la altura. Aquí va una apelación clara a quienes el miércoles votaran en el Congreso, si de verdad creen en mejorar la vida de las personas, no pueden votar en contra. No hay ideario político digno que justifique lo contrario. No se puede hablar de justicia social o de apoyo a las familias mientras se bloquea una medida tan básica como tener más tiempo para vivir. Votar en contra no es ejercer la política, es traicionar el mandato de representar al pueblo. Es instalarse en el bloqueo permanente, en el ruido estéril, en el "no por sistema", aunque el resultado sea impedir que la gente viva mejor.
Reducir la jornada laboral no es una utopía, es una medida razonable, sensata, respaldada por los datos, por expertos, por la ciudadanía y por la evidencia internacional. Es salud pública, es igualdad real, es eficiencia económica, es justicia feminista. Y es, sobre todo, una muestra de voluntad democrática.
Las diputadas y diputados que el miércoles se sienten en sus escaños tienen en sus manos algo muy concreto, decidir si millones de personas ganan tiempo para vivir o si, por el contrario, seguimos atrapadas en un modelo de productividad infinita que ahoga vidas y agota cuerpos. Tenemos una cita con la historia.
La ciudadanía ya ha demostrado su madurez. Ahora nos toca a quienes la representamos.