El día en que el cielo ardió, la tragedia del Hindenburg que cambió la historia de la aviación
El desastre del Hindenburg, cómo un solo vuelo acabó con el sueño de los zepelines
Durante la década de 1930, los dirigibles representaban el esplendor de los nuevos tiempos, de la modernidad. En una época en la que los vuelos comerciales aún eran una rareza, el LZ 129 Hindenburg, construido por la compañía alemana Zeppelin, era el emblema del lujo aéreo.
Con más de 240 metros de longitud —casi el tamaño que tienen tres aviones Boeing 747 alineados—, la aeronave alemana prometía un viaje transatlántico confortable, rápido y muy elegante.
En su interior, los pasajeros disfrutaban de salones decorados con estilo art déco, de bellos comedores, camarotes privados y amplios ventanales con vistas al Atlántico.
Era un símbolo de poder tecnológico y propaganda política que en su nombre rendía homenaje al presidente Paul von Hindenburg, y su silueta, adornada con la esvástica nazi, que surcaba los cielos como una declaración de la supremacía alemana.
Propulsado por cuatro motores Daimler-Benz de 16 cilindros y sostenido por hidrógeno, el Hindenburg combinaba lo que eran un dúo peligroso: innovación y riesgo.
Alemania no podía acceder al helio, un gas no inflamable controlado por Estados Unidos, y eso les obligó a usar hidrógeno, más ligero pero altamente inflamable y explosivo. Aun así, la confianza en la ingeniería era tal que nadie podía imaginar lo que ocurriría aquel 6 de mayo de 1937.
El día en que el cielo se encendió en Lakehurst
La tarde era inestable en Lakehurst, Nueva Jersey (Estados Unidos), cuando el Hindenburg se aproximó tras un vuelo de más de 6.000 kilómetros desde la ciudad alemanas de Fráncfort.
Una tormenta eléctrica amenazaba la zona, pero se decidió iniciar la maniobra de aterrizaje para evitar demoras. En tierra, periodistas, fotógrafos y curiosos se agolpaban para ver la llegada del “titán del cielo”.
Mientras la tripulación liberaba los cables de sujeción, fue una chispa —posiblemente estuvo causada por electricidad estática— alcanzó una fuga de gas. En cuestión de segundos, una llama recorrió toda la cubierta recubierta con materiales muy inflamables. En apenas medio minuto, el majestuoso dirigible se convirtió en una bola de fuego.
Las imágenes del incendio, captadas por cámaras de periodistas y transmitidas junto a la desesperada narración del periodista Herbert Morrison, estremecieron al mundo. Su célebre grito “Oh, the humanity!” se convirtió en una de las frases más célebres y más recordadas del siglo XX.
De las 97 personas a bordo, 62 lograron sobrevivir. No obstante el impacto simbólico del desastre fue devastador. Lo que hasta entonces había sido un emblema del futuro se transformó en el epitafio de una era.
Las teorías que siguieron al incendio del Hindenburg
Desde el primer momento, las causas del accidente fueron motivo de amplio debate. Las teorías oscilaron entre la posibilidad de un sabotaje político —dentro de un contexto marcado por el ascenso del nazismo— y un fallo técnico.
Algunos expertos apuntaron que la envoltura del dirigible, tratada con mezclas de celulosa así como de óxidos metálicos -similar al algodón pólvora-, pudo actuar como un acelerante. Otros culparon directamente al hidrógeno, cuya extrema inflamabilidad hacía que una mínima chispa fuera suficiente para desatar la tragedia.
Con el paso del tiempo, la hipótesis más aceptada fue la de una descarga electrostática combinada con una fuga de gas, que se vio incrementada y agravada por las malas condiciones meteorológicas. Pero nunca se llegó a determinar una causa definitiva.
El Hindenburg no fue el primer accidente fatal en la historia de los dirigibles —con anterioridad se sufrió la pérdida del británico R101 ya había caído en el año 1930—, pero sí el más mediático.
La cobertura visual y auditiva del desastre marcó un antes y un después dentro del periodismo moderno. Por primera vez, una tragedia fue vista y escuchada por millones de personas a tiempo real.
El incendio selló el destino de los zepelines ya que el mantenimiento era costoso, su vulnerabilidad ante el clima y la necesidad de tripulaciones expertas los convirtieron en reliquias de un sueño imposible.
La aviación moderna, impulsada por los avances en motores y aerodinámica, acabaría por reemplazarlos definitivamente.
En la actualidad el Hindenburg es más que una historia de fuego y destrucción, se trata del reflejo de una época en la que la humanidad creyó haber conquistado los cielos.
Su caída simbolizó el fin de los enormes dirigibles y el nacimiento de la comunicación en masa. En 30 segundos, el progreso tecnológico y el poder de los medios se mezclaron para siempre.
Más de ocho décadas después, las imágenes del Hindenburg ardiendo sobre el cielo de Nueva Jersey siguen siendo un recuerdo visual de cómo la ambición y la tragedia pueden unirse en un mismo instante.