Dos médicos del Antiguo Egipto operan a un paciente sobre una mesa.
Médicos egipcios operando a un paciente.

Los sorprendentes tratamientos médicos en tiempos de los faraones, entre la magia y la ciencia

Imhotep, el dios de la medicina egipcia, cómo nació la cirugía hace más de 4.000 años

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Ninguna civilización ha mostrado una continuidad cultural tan extensa y amplia como la del Antiguo Egipto, aquella que Heródoto definió como “el don del Nilo”.

Desde los primeros asentamientos neolíticos hasta el fin de la era faraónica, el pueblo egipcio desarrolló una extensa visión del cuerpo y la salud que combinaba la religión, la observación empírica y un profundo respeto por el equilibrio natural.

En los márgenes del río sagrado floreció una de las medicinas más avanzadas de la Antigüedad, en la que los médicos eran considerados casi sacerdotes y el corazón, el órgano supremo de la vida y la inteligencia.

Para los egipcios, el cuerpo humano estaba atravesado por una compleja red de canales llamada met, en la donde circulaban el aire, la sangre, los alimentos y el esperma.

En el centro de este sistema se encontraba el corazón (ib), que se consideraba la sede del pensamiento, las emociones y la voluntad. Cuando estos canales se obstruían, aparecía la enfermedad. Este principio explica la práctica de las sangrías, que era uno de los tratamientos más comunes, destinados a “liberar” el flujo vital.

El Papiro de Edwin Smith, uno de los textos médicos más antiguos, contiene un Tratado del Corazón donde se reconoce a este órgano como el motor del cuerpo.

Los médicos egipcios —que eran llamados swnw, “los hombres de los que sufren”— eran instruidos a fin de poder escuchar lo que el corazón “decía” y diagnosticar las dolencias a partir de sus señales.

Los médicos de los dioses y las “Casas de la Vida” en Egipto

Los swnw gozaban de gran prestigio y, en muchos casos, pertenecían a las élites de los sacerdotes. Su formación tenía lugar en los templos conocidos como Per-Ankh o “Casas de la Vida”, situadas en ciudades como Tebas, Sais y Heliópolis.

Más que simples escuelas, estos espacios eran centros de conocimiento donde los aprendices copiaban papiros y estudiaban diferentes textos sagrados. Allí se combinaban la instrucción médica con la educación moral y espiritual.

Entre los médicos más célebres esté el mítico Imhotep, visir del faraón Zoser, arquitecto de la pirámide escalonada de Saqqara y más tarde divinizado como dios de la medicina. Su figura fue tremendamente influyente que los griegos lo equipararon con Asclepio, su propio dios sanador.

La medicina egipcia distinguía tres categorías profesionales, así tenemos que los médicos que utilizaban medicamentos, los cirujanos o sacerdotes de Sekhmet —la diosa leona asociada con las epidemias— y los magos que luchaban contra las enfermedades mediante conjuros. Este sistema anticipaba una incipiente especialización médica, como ya ensalzó Heródoto siglos después.

Papiros, diagnósticos y tratamientos

Gran parte del conocimiento médico egipcio proviene de los papiros médicos, que eran verdaderas enciclopedias de anatomía, farmacología y cirugía. Entre ellos, el Papiro de Ebers describe cientos de remedios utilizando plantas, minerales y miel.

El Papiro de Kahun trata sobre problemas ginecológicos y diagnóstico prenatal; y el Papiro de Edwin Smith ofrece descripciones quirúrgicas detalladas de fracturas y heridas.

El diagnóstico seguía un proceso riguroso como es que el médico observaba, palpaba, olfateaba y auscultaba al paciente antes de emitir su veredicto. Tras ello, pronunciaba una sentencia que determinaba si el caso podía tratarse o no.

Las terapias combinaban dieta, fármacos y cirugía, y los remedios solían incluir productos naturales tales como el opio (potente narcótico), aceite de ricino, leche de burra, grasa animal y miel, considerada una dádiva divina derivada del propio dios Ra.

El conocimiento anatómico provenía, en parte, de las prácticas de embalsamamiento, aunque estas tenían una finalidad religiosa más que científica.

Durante el proceso se retiraban las vísceras —menos el corazón— y se preservaba el cuerpo mediante sales y resinas, con la esperanza de que el Ka y el Ba pudieran reunirse en el Más Allá.

La medicina preventiva se basaba en la fe puesto que los egipcios portaban amuletos para protegerse de las enfermedades. El ojo de Horus (udjat) simbolizaba la salud, mientras que figuras como Tauret o Bes protegían a embarazadas y niños. Otros talismanes, como el ank o el escarabeo, representaban la vida eterna y la renovación.

El templo de Kom Ombo, dedicado a los dioses Horus y Sobek, conserva grabados que representan diferentes instrumentos quirúrgicos —como tijeras, escalpelos, frascos—, testimonio de la destreza médica alcanzada por los egipcios.

La medicina egipcia, aunque impregnada de simbolismo y religión, fue una de las primeras en combinar observación, práctica clínica y espiritualidad.

Tres milenios después, los papiros y relieves egipcios siguen revelando una verdad fascinante como es que la salud, para los hijos del Nilo, no era solo ausencia de enfermedad, sino armonía entre el cuerpo, el alma y los dioses.