Brian Ocampo ante el SD Huesca
El jugador del Cádiz CF Brian Ocampo en el choque ante el SD Huesca. Foto: Cádiz CF.

La crónica de Vera Luque del Cádiz CF-SD Huesca (4-0): Inútil melancolía

El autor repasa el último partido en casa del cuadro cadista y empeiza a hacer balance de la campaña

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Los que peinamos canas y/o perdieron el flequillo (que yo no) a causa del implacable paso del tiempo, tendemos a romantizar aquellas tardes de broncas carranceras, bien por actuaciones arbitrales inolvidablemente nefastas o por cualquier trajín paralelo.

Containers ardiendo, sillas de tijera haciendo balconing desde la antigua Tribuna, humo, jaleo, pitote... que solemos contar como batallitas del abuelo Cebolleta, con cierto afán de autoconvencernos del positivismo y la efectividad de aquel salvajismo que en la época era lo más natural del mundo.

Afortunadamente ya no pasan esas cosas. La protesta se limita a actos simbólicos y repetición de consignas cada vez a más decibelios, con la esperanza de que algún día dichas consignas se queden a vivir en ese espacio que existe entre oreja y oreja de cada dirigente. Pero es un pa ná.

La consigna entra por un oido, pasa rápidamente por ese entramado de neuronas dirigidas y orientadas única y exclusivamente a la multiplicación de la cuenta corriente, y a inventar la próxima chulería que enerve al personal, y sale por el otro oído rumbo al limbo de las protestas perdidas. Mientras esto ocurría, el Cádiz de la primera parte, más cercano al Bayern de Munich que nunca, arrasaba a un Huesca cuyo único síntoma de jugarse algo era el salir al campo en el horario unificado. Seis faltas hicieron en todo el partido las criaturitas.

Está claro que las esperanzas de meterse en playoff de los aragoneses eran inversamente proporcionales a las anchuras de los pasillos que dejaban para que los volantes y extremos cadistas pasaran alegremente. La pachanga del domingo sirvió de tranquilizante a una afición ya de por sí aburrida. Cada chicharito que entraba, aunque ya sirvieran de poco, era un Diazepan en vena para la grada. Lo que parecía que iba a ser la batalla de Verdun, acabó en retirada pacífica, homenaje a un futbolista incluido. En el palco también ganaron sin despeinarse.

Se despidió a Alex (por que el ritual de quedarse solatera en mitad del campo para recibir su calorcito de la grada, es nítidamente un adios) e indirectamente también se despidió a alguno que otro, con distinta banda sonora. Si el pelirrojo de los Madriles se llevó de regalo el cariñito popular, más como respuesta al rendimiento global durante las ocho temporadas, con sus primeras luces, sus sombras intermedias, y sus últimos fogonazos que han permitido una despedida guapa y a la altura... a Ocampo le acompañó la instrumentación de viento en cada momento que tocaba la pelotita, ojo. Cuidado con esto porque hacía mucho tiempo que eso de silbarle a uno de los nuestros no se daba con tanta energía ni volumen.

Siempre fuimos más cargantes que exigentes, y nos gustaba más aquello de “Linares no te vayas al Milan” que hundir a un futbolista a base de poner el pulgar para abajo. Es más, si en la alineación hubieran aparecido tres o cuatro más, el Nuevo Mirandilla se hubiera parecido más al Nuevo Alcoraz que el mismo Alcoraz en sí. Si desde la dirección deportiva, o quien quiera que lleve el tema no está en marcha ya la Operación Salida, tarde va. Ya no es fichar, que también. Ya es soltar lastre. Y me parece que va a ser más difícil lo segundo que lo primero.

Terminó la temporada en Primera y la envidia, me da igual si es sana o no, nos corroe cuando vemos al Rayito jugando la Conference League, o ese Celta en un escalón más arribita. Cuando los de Vallecas ascendieron a Primera en 2021, con un Cádiz ya afincado en la categoría y que venía de quedar décimo segundo, nuestro tope salarial estaba casi cuatro milloncejos por encima de nuestros hermanos vallecanos. Venimos del mismo fango, con una masa social parecida... pero somos nosotros los que los hemos estado nutriendo de mano de obra cualificada: Alvarito en su día, Pacha Espino cuando éramos rivales directos uno del otro... Que anden ahí esperando al sorteo europeo, a ver el vuelo que se pillan para ver al equipo competir en Noruega, o en Chipre, o en donde sea... es producto de que se habrán hecho bien las cosas, vamos digo yo. O que se pone al fútbol por delante de cualquier otra movida.

El año pasado nos vestimos de celeste para enfrentarnos al Celta en un partido a vida o muerte, contra un rival directísimo, con el que llevábamos un par de años ya compartiendo agobios de final de temporada. Los ves ahí arriba y te preguntas qué nos hace falta (o qué nos sobra) para al menos, una vez en la puñetera vida, experimentar esa pequeñita gloria de un partido contra el cuarto de la liga azerbayana o el Chernomorets mismo. Y ya no hablo del Mallorca, que se ha quedado ahí, tranquilote en su décimo puesto, con su final copera del año pasado, que en aquella 2021/22 cuando ascendieron a Primera, andaban como nosotros en lo del dichoso límite salarial.

Dicho sea de paso, medida no definitiva pero sí elocuente para calibrar la calidad de la plantilla, o por lo menos baremar el acierto de los responsables en valorar económicamente la aportación prevista de cada futbolista. Si en eso somos los líderes de la categoría, pero luego quedamos entre el puesto once y el quince... po tú me dirás.