El inmueble, que durante décadas albergó el ultramarinos Casa Ortiz, sorprende con su doble fachada recubierta de azulejos en pleno barrio de Santa María.
La finca más curiosa de Cádiz, en la esquina de San Roque con Santo Domingo, única en la ciudad con fachada de azulejos trianeros. Foto: José Luis Porquicho Prada.

La finca más curiosa de Cádiz: en el Barrio de Santa María y con fachada de azulejos trianeros

Un rincón inesperado en el barrio de Santa María, sin señalizar y desconocido para muchos gaditanos

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Cádiz es una ciudad acostumbrada a sorprender. A veces hasta a la propia gente de Cádiz. Su trazado histórico, sus callejones estrechos, sus casas señoriales y su vida de barrio hacen que en cada esquina se descubran detalles únicos.

Hay un rincón del barrio de Santa María que es un gran desconocido para la mayor parte del resto de la ciudad: una finca cuya fachada está recubierta íntegramente de azulejos trianeros, algo absolutamente singular en la ciudad.

Lo que hace especial a este edificio no es solo su estética, sino también su condición de aparecer cuando no se espera. No es una zona precisamente de paseo ni de paso, no existe señalización, ni aparece en guías turísticas ni forma parte de rutas patrimoniales. A diferencia de otros inmuebles históricos gaditanos, esta finca no cuenta con placas explicativas ni con reconocimiento oficial. Es un hallazgo para el curioso que pasea por las calles San Roque y Santo Domingo y levanta la vista. A veces, ni hace falta levantar la mirada, te llama.

Los azulejos trianeros de “punta de clavo” que recubren su fachada se colocaron probablemente entre las décadas de 1920 y 1940. Son similares a los que se encuentran en inmuebles históricos de Sevilla y otras ciudades andaluzas, y respondían a una moda decorativa de la época. Lo singular es que, en Cádiz, ninguna otra finca urbana adoptó esta solución estética de forma tan completa.

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La finca tiene una larga historia ligada al comercio de proximidad. Durante casi un siglo, la planta baja estuvo ocupada por el ultramarinos conocido como Casa Ortiz. La primera noticia documentada data de 1892, cuando pertenecía a Mateos Fernández del Hoyo.

En 1927 lo regentaba Ricardo Ortiz Ortiz, y posteriormente José Ortiz Ortiz en los años 30 y 50. Ya en los años 70 pasó a manos de Ricardo Ortiz Leza. El ultramarinos no solo abastecía al barrio, sino que se convirtió en un punto de encuentro vecinal, un espacio de confianza en el que los apellidos se transmitían junto con las deudas fiadas.

El inmueble, de origen decimonónico, sufrió varias transformaciones a lo largo del siglo XX. Originalmente eran dos casas independientes que fueron unificadas, probablemente por la propia familia Ortiz, para dar mayor amplitud al negocio.

Esa remodelación incluyó un cambio clave: la casapuerta, que originalmente estaba en la calle San Roque número 1, pasó a trasladarse a Santo Domingo número 30. De ese modo, el ultramarinos ganó una entrada más amplia y práctica, al tiempo que la finca adquiría un aspecto distinto al de las viviendas tradicionales del entorno.

A nivel urbanístico, la manzana donde se ubica la finca también experimentó modificaciones. El edificio beige que ocupa gran parte del bloque fue levantado en 1960, alterando la fisonomía original de la zona. Pese a ello, la finca de los azulejos mantuvo su singularidad, resistiendo entre las construcciones más modernas.

Más allá de lo arquitectónico y lo comercial, la finca está íntimamente ligada a la identidad del barrio. El barrio de Santa María es cuna de flamenco, de Carnaval y de memoria popular. Justo enfrente, una placa recuerda la casa natal del comparsista Chatín, figura emblemática del Carnaval de Cádiz. Aunque su mención es tangencial, ayuda a situar la finca en un contexto de tradición cultural profundamente arraigada.

Hoy, el visitante que pasea por esta zona puede encontrarse con una de las estampas más inesperadas de Cádiz: una fachada revestida de azulejos que refleja la luz del sol y que contrasta con la sobriedad de las paredes encaladas que la rodean. Un inmueble sin cartel, sin guía y sin reconocimiento oficial, que guarda en silencio la memoria de un barrio y que sorprende por su rareza.

Es precisamente esa condición de curiosidad oculta lo que convierte a la finca en un símbolo de otro Cádiz, menos monumental pero más auténtico. La finca de los azulejos trianeros de Santa María habla de historia, de comercio, de arquitectura popular y de identidad. Y, sobre todo, recuerda que el patrimonio no siempre necesita de grandes monumentos: a veces basta con mirar un rincón olvidado para descubrir la belleza inesperada de una ciudad eterna.