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Descubre por qué las etiquetas ‘eco’ y ‘bio’ pueden engañarte

En España y en la Unión Europea, las denominaciones eco, bio y orgánico son, en términos legales, equivalentes

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En las estanterías del supermercado, las palabras eco, bio y natural se han convertido en sinónimo de todo lo que implica salud, sostenibilidad y calidad. Aunque detrás de estos términos tan sugerentes, solidarios y atractivos hay una maraña de regulaciones, estrategias comerciales y, en muchos casos, equivocaciones. ¿Qué significan realmente todas estas etiquetas? ¿Son garantía de que un alimento es más sano o respetuoso con el medio ambiente? La respuesta es simple y directa: no necesariamente.

En España y en la Unión Europea, las denominaciones eco, bio y orgánico son, en términos legales, equivalentes. Es decir, todos estos términos responden a los mismos requisitos establecidos dentro de la legislación comunitaria, especialmente por el Reglamento (CE) 834/2007, que ahora se ha sustituido por el Reglamento 848/2018, así como por sus desarrollos normativos.

Dicho reglamento es el que da definición a cómo debe producirse un alimento ecológico, teniendo en cuenta que esté libre de pesticidas de síntesis, sin fertilizantes químicos nitrogenados, sin organismos genéticamente modificados (OGM) y sobre suelos que han sido previamente certificados. Estos productos, después de superar un proceso de certificación que realizan los Comités de Agricultura Ecológica autonómicos, pueden portar el distintivo europeo de producción ecológica.

El matiz está en que la certificación en cuestión es, en el fondo, un procedimiento administrativo. Un alimento es eco siempre que cumpla con los trámites y condiciones establecidos por la ley, no porque necesariamente sea más sostenible, más nutritivo o más saludable.

Agricultura ecológica industrial, una contradicción aparente

Uno de los ejemplos que sirven para mostrar todo ello lo encontramos en el sur de España, concretamente en Almería, se trata de uno de los mayores productores ecológicos del país.

En Almería la agricultura ecológica se practica en extensas explotaciones intensivas, con las clásicas cubiertas por plásticos, y con métodos similares a los de la agricultura industrial. La pregunta es: ¿Dónde está la diferencia? En el cumplimiento de los requisitos técnicos que impone el reglamento europeo con un desarrollo sin pesticidas convencionales y con fertilizantes naturales.

Llegados a este punto de plantea una paradoja interesan: un tomate ecológico puede haber sido cultivado dentro de un invernadero industrial, con recursos energéticos intensivos, y siendo transportado cientos o miles de kilómetros para su venta. Entonces, ¿es realmente más “ecológico” que otro cultivado de forma local, pero sin certificado?

Más allá de los términos eco, bio u orgánico, los supermercados tienen productos que están colmados de etiquetas con palabras como natural, tradicional o de la huerta. A diferencia de las anteriores son un tipo de términos que no están regulados con la misma rigurosidad.

Un producto “natural” puede tener diferentes aditivos, haber sido procesado industrialmente o incluso haber sido cultivado con métodos convencionales, siempre que no se modifiquen ciertos parámetros definidos dentro de la industria alimentaria.

En otras palabras: “natural” es, en demasiadas ocasiones, una estrategia de marketing más que una garantía de producto saludable objetiva.

El precio de una etiqueta eco o bio

Según la consultora Ecological, el mercado interior de productos ecológicos dentro de España facturó una cantidad que supera los 1.600 millones de euros en el año 2018. Está claro que hay un interés en auge tanto de consumidores como de productores.

El crecimiento de este tipo genera un efecto colateral como es que muchos productos eco se venden a precios significativamente más altos dándose la circunstancia de que no exista una evidencia evidente de beneficios adicionales.

La ciencia, de hecho, lo respalda. Se realizó un metaestudio que revisó más de 52.000 artículos que fueron publicados entre 1958 y 2008 concluyendo que no hay diferencias nutricionales relevantes entre alimentos convencionales y ecológicos. Igualmente no hay pruebas sólidas de que consumir productos bio tenga un impacto directo y positivo en la salud.

¿Más sostenibles? No siempre

Otro mito común es que lo ecológico es sinónimo de más respetuoso con el medio ambiente. El reglamento europeo busca fomentar prácticas que sean sostenibles, varios estudios —como los llevados a cabo por la Universidad de Aberdeen o la Universidad de Exeter— demostraron que esto no siempre se traduce en una menor huella de carbono.

Por ejemplo, los productos ecológicos que son importados generan un impacto ambiental amplio debido al transporte. Incluso los producidos a nivel local, si requieren más superficie de cultivo o técnicas menos eficientes, pueden tener o dejar una huella mayor que sus equivalentes convencionales.

¿Conclusión? Más información, menos intuición

Los sellos eco, bio u orgánico no son un engaño aunque sí pueden inducir a equivocaciones, al error. Lo que garantizan es el cumplimiento de una normativa específica pero no una superioridad nutricional o ambiental por sea por defecto.

Términos como “natural” o “tradicional” no tienen una regulación específica, por lo que su significado depende en gran medida de la interpretación del propio consumidor.

En última instancia lo que representa elegir bien requiere más que confiar en una etiqueta, conlleva el deber de informarse, leer la letra pequeña y entender que lo “más sano” o “más sostenible” no  es siempre sinónimo de salud y que la clave está en el marketing pero también en el contexto.