Hombre en un paisaje nevado, es prehistórico, viste pieles y porta una lanza para cazar.
Hombre prehistórico en pleno periodo de frío.

El día en que la Tierra se congeló y como sobrevivió la humanidad al evento climático extremo hace 10.000 años

Un lago colapsó y cambió el planeta, el misterioso enfriamiento global que puso a prueba a nuestros antepasados

Actualizado:

Hace unos 8.200 años, el planeta atravesó uno de los periodos de crisis climáticas más abruptas de su historia reciente como fue una caída repentina de las temperaturas globales que alcanzó hasta 6 grados centígrados en apenas unas décadas.

Este episodio, denominado como "el evento de 8,2 kiloaños", transformó los paisajes, alteró ecosistemas enteros y obligó a las sociedades humanas —desde zonas del Atlántico hasta Siberia— a reinventarse para sobrevivir.

La investigación publicada en la revista Quaternary Environments and Humans, liderada por Rick J. Schulting, estudia cómo distintas comunidades prehistóricas enfrentaron este colapso climático total.

El estudio se centra en dos regiones extremas como son Europa noroccidental y Cis-Baikal, en el corazón de Siberia. Su objetivo es poder entender por qué, ante un mismo desastre ambiental, unas poblaciones prosperaron mientras otras desaparecieron del mapa.

La causa del enfriamiento fue el colapso de un gigantesco lago glacial en América del Norte, sucedió que al vaciarse súbitamente en el Atlántico, millones de metros cúbicos de agua dulce interrumpieron las corrientes cálidas que templaban el clima europeo.

El resultado fue desastroso con una cadena de inviernos largos, veranos breves y ecosistemas trastocados.

Sin embargo, la respuesta humana fue tan diversa como el propio planeta ya que en las costas del Oslofjord, en la actual Noruega, los asentamientos no solo resistieron sino que crecieron.

Las comunidades que ya dependían del mar hallaron en él un refugio estable frente al caos climático., de esta forma los recursos marinos —tales como peces, moluscos, mamíferos— se convirtieron en el seguro alimentario de una era de incertidumbre.

En cambio, en el oeste de Escocia, los registros arqueológicos cuentan una historia bien distinta. Algunos enclaves parecen haber sido abandonados temporalmente, quizá por la escasez de recursos o el aumento de tormentas o de fríos extremos.

Las poblaciones habrían migrado hacia el interior, adaptando sus costumbres a un entorno que resultaba bastante menos hostil.

Cis-Baikal: el refugio invisible

En el otro extremo de Eurasia, a orillas del lago Baikal, los investigadores estudiaron casi 300 dataciones arqueológicas de restos humanos y animales, junto con polen y carbón fósil. Pese al enfriamiento, las comunidades locales parecen haber continuado su vida casi sin alteraciones visibles.

El secreto podría estar en el propio lago. El Baikal, se trata del más profundo del mundo, actúa como un regulador climático natural. Sus aguas ricas en nutrientes y su fauna —entre ellos encontramos el omul y la foca siberiana— ofrecían sustento constante, incluso en los años más fríos.

Igualmente el entorno boscoso y la disponibilidad de recursos del taiga proporcionaban estabilidad ecológica.

Curiosamente, los grandes cambios culturales en la región —como son la aparición del arco y la flecha, la cerámica o los cementerios monumentales— no vienen a coincidir con el evento climático, sino que ocurrieron siglos después.

Todo ello sugiere que las transformaciones humanas no siempre son una reacción directa al ambiente, sino a procesos internos de evolución social.

El misterio del Lago Onega

Uno de los hallazgos más fascinantes del estudio proviene, indudablemente, del Lago Onega, en el noroeste de Rusia.

Allí, un cementerio monumental apareció justo en el intervalo de este enfriamiento. No fue producto de una mortandad de tipo masivo, más bien de una respuesta simbólica como una manera de reafirmar la identidad y la cohesión social en tiempos de crisis.

Para los investigadores, estos enterramientos pudieron ser como un ritual de unión entre comunidades dispersas que se reunían en torno al lago, una fuente de alimento y estabilidad.

En un mundo amenazado por el frío, el acto de enterrar juntos pudo ser una forma de resistencia cultural  o bien biológica, o ambas inclusive.

El evento de hace 8.200 años demuestra una verdad constante como es la indudable adaptabilidad humana. Algunas sociedades sobrevivieron moviéndose; otras, reinventando todo lo que son sus costumbres o sus símbolos. Frente a un mismo problema, la creatividad se convirtió en el arma más poderosa de nuestra especie.

Hoy, cuando la crisis climática moderna vuelve a poner a prueba nuestra capacidad de reacción, este tipo de antiguas lecciones del pasado adquieren un valor urgente.

Pero la diferencia es profunda ya que aquellos grupos podían desplazarse o cambiar su modo de vida sin depender de sistemas globales. Nosotros vivimos anclados a infraestructuras que son frágiles, redes energéticas y economías interconectadas.

El estudio de Schulting y su equipo no solo reconstruye una historia de supervivencia antigua así como también nos recuerda que la resiliencia no es solo adaptación ambiental, sino cultural y social. La pregunta, miles de años después, sigue siendo la misma y se repite: ¿cómo responderemos esta vez al cambio del clima?