Monumento megalítico y el sol emergiendo entre los arcos.
Solsticio marcado por un monumento megalítico.

El secreto del calendario en los templos y monumentos de la antigüedad

De los huesos a los templos,  cómo nació la astronomía entre los pueblos antiguos

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Desde los primeros trazos sobre un hueso hasta los colosales templos del Antiguo Egipto, la Historia de la astronomía es también la historia del esfuerzo humano por tratar de comprender el cielo.

Mucho antes de que existieran telescopios o ecuaciones, los pueblos prehistóricos ya miraban y observaban las estrellas, la Luna, el Sol y sus movimientos para sobrevivir, organizar su tiempo y rendir culto a los dioses.

Las evidencias más antiguas de interés astronómico se remontan a más de 38.000 años, cuando los cazadores del Paleolítico dejaban una serie de marcas regulares sobre huesos de animales.

El arqueólogo Alexander Marshack descubrió que algunas de estas incisiones, y las entendió como lejos de ser simples adornos, seguían las fases de la Luna.

Aquellos rudimentarios calendarios servían para planificar las expediciones vitales de caza y, quizás, los primeros rituales.

En la Europa paleolítica, según la arqueoastrónoma Chantal Jègues-Wolkiewiez, algunas cuevas fueron decoradas estratégicamente a fin de alinearse con la luz solar en los solsticios.

Este fenómeno, visible en ciertos abrigos de la Dordoña francesa, demuestra que nuestros ancestros ya entendían los ciclos estacionales y su relación con el Sol.

Megalitos: calendarios de piedra

Miles de años después, ese conocimiento adquirió forma monumental, de esta forma tenemos que desde Stonehenge, en Inglaterra, hasta el complejo armenio de Zorats Karer, los megalitos fueron construidos con una enorme precisión milimétrica para marcar los solsticios y equinoccios.

En cada amanecer o atardecer sagrado, la luz del Sol se alineaba con las piedras, indicando, señalando los cambios de estación.

En Irlanda, el túmulo de Newgrange —que fue levantado hacia el 3300 a. C.— es un ejemplo deslumbrante de esa sabiduría. Durante el solsticio de invierno, los rayos del amanecer se meten por un estrecho pasillo e iluminan el corazón de la cámara funeraria, un espectáculo que solo ocurre unos minutos al año.

En Egipto, el templo de Abu Simbel fue diseñado para que el Sol penetrara en su santuario dos veces al año, iluminando a los dioses  a excepción a Ptah, señor del inframundo, que permanecía en la sombra.

Estos juegos de luz y piedra no eran fruto del azar pues reflejaban una comprensión profunda del cielo y su influencia en la vida cotidiana. Para los hombres de la antigüedad, los astros no solo marcaban el paso del tiempo, sino que comunicaban la voluntad divina.

Babilonia y Egipto: cuando la observación se convirtió en ciencia

El conocimiento astronómico alcanzó su madurez en las civilizaciones del Creciente Fértil. Por ejemplo, en Babilonia, hacia el 2000 a. C., los sacerdotes comenzaron a registrar de manera sistemática los movimientos planetarios.

Un hallazgo reciente del arqueoastrónomo Mathieu Ossendrijver, de la Universidad Humboldt de Berlín, reveló que ya utilizaban sistemas geométricos para calcular la posición de Júpiter, adelantándose en más de mil años a la astronomía europea.

Los textos mesopotámicos, como el Mul Apin, muestran una sorprendente organización del firmamento. En ellos se catalogan diferentes estrellas y constelaciones, se describen los ortos heliacos —que se trata de la la primera aparición visible de una estrella al amanecer— y se establecen los ciclos lunares que más tarde darían origen al zodíaco.

Paralelamente los egipcios desarrollaron un calendario solar basado en el ciclo del Nilo y en la estrella Sirio (Sothis). Cuando esta reaparecía en el horizonte al mismo tiempo que el amanecer, servía para marcar la crecida del río y el inicio del año nuevo.

Su calendario de 365 días, con meses de 30 días y cinco jornadas festivas, se convirtió en la herramienta más precisa del mundo antiguo y la base de nuestro cómputo en la actualidad del tiempo.

Cada cultura antigua miró al cielo desde su propio horizonte, pero todas compartieron una intuición común como es que el cosmos rige la vida en la Tierra.

Los ciclos lunares guiaban la caza y las siembras; los solsticios, las celebraciones religiosas; las estrellas, el regreso de las lluvias. La astronomía, que nació del asombro y la necesidad, acabó transformándose en una ciencia que unía otras áreas como las matemáticas, arquitectura y espiritualidad.

A través de huesos tallados, templos alineados y tablillas inscritas, los pueblos antiguos levantaron los cimientos de una gran disciplina que aún hoy sigue mirando al mismo cielo que ellos.