Hallan en Israel una niña híbrida entre Homo sapiens y neandertal, un entierro que desconcierta a la ciencia
Un fósil de 140.000 años reabre el debate sobre nuestros orígenes: ¿sapiens, neandertal o ambos?
En una cueva del monte Carmelo, en Israel, un pequeño cráneo que está fragmentado ha desatado una revolución científica. Se trata del fósil de una niña de entre tres y cinco años, conocida como Skhul I, enterrada hace unos 140.000 años en lo que los arqueólogos han considerado que es el primer cementerio humano organizado del mundo.
Su estudio, publicado recientemente en la revista L’Anthropologie, plantea un interrogante que es muy profundo: ¿y si esta niña fuera el resultado de la unión entre un Homo sapiens y un neandertal?
El hallazgo, liderado por investigadores de la Universidad de Tel Aviv (Israel), reabre una de las cuestiones más debatidas de la paleoantropología como son las fronteras entre especies humanas y la posible existencia de comunidades híbridas mucho antes de lo que se pensaba.
Un cráneo que mezcla dos mundos
El equipo científico empleó tecnología de tomografía computarizada para analizar los restos, eliminando virtualmente el yeso con el que habían sido restaurados hace casi un siglo.
Debido a ello, fue posible observar la estructura real del cráneo infantil. El resultado sorprendió incluso a los expertos ya que la bóveda craneal posee rasgos típicos del Homo sapiens, mientras que la mandíbula, robusta y sin mentón, se asemeja a la de los neandertales.
Esta combinación de características no encaja dentro de los patrones anatómicos que son conocidos de ninguna especie humana por separado. Los investigadores concluyen que Skhul I presenta una mezcla morfológica que supera la variabilidad normal del Homo sapiens y coincide en parte con la de los neandertales.
En otras palabras, podría tratarse de una niña híbrida, hubo hibridación -relaciones sexuales entre un sapiens y un neandertal-, fruto de la interacción entre ambas especies en una época mucho más temprana de lo que se había documentado.
Skhul, el cruce de caminos de la evolución
La cueva de Skhul, descubierta en el año 1929, ha sido durante décadas una referencia fundamental en el estudio de la evolución humana. Situada en el Levante mediterráneo, actuó como un corredor natural entre África, Europa y Asia, donde diferentes grupos humanos se encontraron y, muy posiblemente, se mezclaron.
Estudios genéticos previos ya habían confirmado intercambios de ADN entre Homo sapiens y neandertales hace unos 100.000 años. No obstante este nuevo análisis de Skhul I podría adelantar esa fecha en decenas de miles de años, sugiriendo que el contacto entre ambas especies se inició mucho antes de lo que se creía.
De confirmarse, Skhul I representaría el testimonio más antiguo de hibridación humana conocida, un descubrimiento que obligaría a tener que replantear los modelos actuales sobre la expansión y la convivencia de las especies humanas durante el Pleistoceno Medio.
Más allá de su anatomía, el contexto del hallazgo añade una dimensión que es de una simbología fascinante. Los cuerpos hallados en la cueva no fueron abandonados al azar puesto que fueron enterrados intencionadamente, lo que sugiere una práctica ritual o espiritual.
Este comportamiento ha sido tradicionalmente atribuido a los Homo sapiens modernos, considerados los primeros en desarrollar un tipo de pensamientos simbólicos y creencias ritualísticas o funerarias.
Sin embargo, si Skhul I era una niña híbrida, surge una pregunta desconcertante como: ¿quién realizó su entierro? ¿Una comunidad de sapiens que aceptaba individuos mixtos o una sociedad compartida entre ambas especies?
Sin dudas es una posibilidad que apunta a que los neandertales también pudieron poseer sentido simbólico y ritos funerarios, desafiando la idea de que solo los humanos modernos tenían capacidad de pensamiento abstracto.
Aunque los investigadores aún no han logrado recuperar ADN del fósil, la evidencia morfológica resulta suficiente para poner en jaque los modelos evolutivos tradicionales.
Si se confirma la hibridación, implicaría que la línea que separa al Homo sapiens de los neandertales no era tan rígida como se pensaba en un primer momento, y que ambos grupos no solo coexistieron, sino que intercambiaron genes, cultura y emociones.
Hoy sabemos que los humanos actuales conservamos entre un 1 % y un 3 % de ADN neandertal -aproximadamente-. Pero el caso de Skhul I va más allá de la genética ya que se trata de un gesto humano, un entierro cuidadosamente preparado para una niña que, quizás, pertenecía a dos mundos.
Su historia, tallada en hueso y silencio, es un recuerdo que la evolución no fue una línea recta, sino una red de encuentros, adaptaciones y vínculos que siguen resonando en nuestra propia especie.