
La Casa de Misericordia, uno de los antiguos manicomios de Cádiz y su pasado más oscuro
Expedientes clínicos y relatos orales muestran la dureza de la vida en sus muros

Cádiz guarda rincones donde lo misterioso, lo enigmático y lo inexplicable se han convertido en parte de su identidad que atesoran relatos vinculados al misterio. Algunos, como lo que ocurre en el hospital Puerta del Mar con la aparición de "la monja", forman parte de la memoria de la ciudad.
Pero hay otros lugares, más difusos, que se pierden en la memoria de lugares olvidados, entre ellos, destaca uno de los antiguos manicomios de Cádiz, un espacio rodeado de historias inquietantes que aún despiertan el miedo entre quienes las escuchan. No hay que confundir con el Manicomio de Santa Catalina que se encontraba en el antiguo Convento de Capuchinos.
El edificio que más tarde sería conocido como "manicomio" tuvo sus orígenes en los Cuarteles de Santa Elena que, en un primer momento, funcionaba como asilo para sacerdotes ancianos, pero con el tiempo terminó destinado al cuidado —también hay quien dice que fue un confinamiento— de enfermos mentales que "molestaban" por las calles o a sus familiares.
Los archivos históricos sitúan su inicio en el siglo XVIII. En el año 1751 se derribó la vieja ermita de Santa Elena, y en 1763, merced al impulso de Joaquín Manuel de Villena, Marqués del Real Tesoro.
De esta forma nació la llamada “Casa de Misericordia” de Cádiz en el Campo de la Caleta. Desde entonces, aquel espacio se convertiría en una especia de camuflada prisión para muchos gaditanos y forasteros que vivieron entre sus muros.
Testimonios de un pasado inquietante en Cádiz
Los expedientes clínicos conservados permiten conocer casos singulares como el de José González, quien en el año 1827 logró recuperar su estabilidad mental según consta en un certificado médico.
Pero su historia refleja la dureza del encierro ya que tras 19 años de internamiento, denunció a la Junta Gobernadora por el sufrimiento padecido y reclamó daños y perjuicios.
Otra historia llamativa es la de María Cándida Prats y Mestre, originaria de Tarragona, siendo ingresada por orden real y se le prohibió todo contacto con el exterior.
Sin embargo, logró burlar la vigilancia en más de una ocasión y solía escaparse del centro para acudir a ventorrillos y regresaba después, en un gesto que mezcla rebeldía y resignación.
La realidad dentro de aquellos muros era dura y, a menudo, inhumana. No había tratamientos médicos eficaces, muchos pacientes pasaban los días atados a las paredes o recluidos en celdas, sin el mínimo gesto de compasión. Aquella vida marcada por el dolor y la incomprensión dejó una huella terrible que, según algunos testimonios, no desapareció con el cierre del centro.
Voces, sombras y fantasmas que no se apagan
Al dejar de funcionar como hospital psiquiátrico, el edificio no perdió su aspecto inquietante. Funcionando como tal se hablaba de pacientes fallecidos que se "asomaban" a las ventanas enrejadas o de voces lastimeras que provenían de habitaciones donde no había nadie.
También de manifestaciones espectrales que eran motivo de terror entre los pacientes, a los que no tomaban en serio por "haber perdido la cordura" y creer que todo era imaginaciones o producto de la enfermedad mental.
Vecinos y curiosos comenzaron a hablar de fenómenos extraños en este entorno una vez dejó de funcionar como psiquiátrico, donde no había nada pero se escuchaban gritos desgarradores que parecían surgir de las salas vacías, sombras que recorrían los pasillos y figuras que se asomaban a las ventanas pese a que no había nadie en el interior.
Estos relatos son descritos por lo que muchos denominan “vestigios energéticos”, como si las emociones extremas de los pacientes -en lo que son "contenedores de emociones"- hubieran quedado atrapadas en las paredes.
Para algunos, esas visiones serían simples leyendas o inventos; para otros, pruebas de que la vida y la muerte convivieron allí de manera tan intensa que dejaron una marca imborrable, impregnado en sus paredes, como afirman los parapsicólogos.
Más allá de lo paranormal trasciende la importancia de recordar cómo era la vida en aquellos centros durante siglos pasados. El manicomio de Cádiz, como tantos otros, refleja la falta de conocimiento médico así como de la extrema crudeza con la que eran tratados quienes sufrían enfermedades mentales.
Hoy, las historias de gritos y apariciones se entremezclan con la documentación histórica, dando lugar a un relato en el que lo real y lo inexplicable se dan la mano. Cádiz ha olvidado -por el paso del tiempo- muchos de estos episodios, que no solo hablan de misterios y fantasmas, sino también de personas de carne y hueso cuyas vidas quedaron marcadas por la soledad, la enfermedad y el olvido.