Lo que descubrieron al construir el tren Karachi-Lahore, una ciudad perdida del año 3000 a.C.
Los ingenieros británicos que sin saberlo destruyeron una joya de la antigüedad en Pakistán
Hace más de cinco mil años, en las fértiles tierras bañadas por el río Indo, floreció una de las civilizaciones más impresionantes y avanzadas del mundo antiguo.
Sus ciudades, levantadas con una precisión arquitectónica y una planificación urbana que asombra hasta hoy, marcaron un antes y un después en la historia humana.
Pero el legado material de aquella cultura, conocida como la civilización del Indo, fue víctima del progreso moderno pues una parte de sus restos acabaron triturados bajo los raíles del ferrocarril colonial británico en el siglo XIX.
Cuando los ingenieros ingleses construyeron la línea férrea que une las ciudades de Karachi con Lahore, en Pakistán, necesitaron toneladas de balasto —que se llama así a la piedra que sirve de base para estabilizar las vías—.
En su búsqueda de materiales resistentes, hallaron un buen número de los ladrillos cocidos de la antigua ciudad de Brahminabad, una urbe que había prosperado hacia el año 3000 a. C..
Eran tan sólidos que resultaron ideales y muy útiles para el trazado ferroviario. Sin embargo, aquella decisión, útil para el tren, resultó fatal para la Historia pues una parte de la ciudad fue reducida a polvo y con ella desapareció una parte irrecuperable del patrimonio arqueológico de Asia meridional.
Un imperio urbano adelantado a su tiempo en el Indo
La civilización del Indo se extendió a lo largo de más de 800.000 kilómetros cuadrados, comprendiendo el actual Pakistán, el noroeste de la India y parte de Afganistán.
Entre los siglos 3300 y 1300 a. C., sus habitantes desarrollaron un sistema de vida urbana que nada tenía que envidiar con el del Egipto faraónico o la Mesopotamia sumeria.
Ciudades tales como Mohenjo-Daro, Harappa, Dholavira o Lothal contaban con decenas de miles de habitantes y una extraordinaria planificación sorprendentemente moderna.
Las calles seguían un patrón ortogonal, cruzándose en ángulos rectos, y algunas llegaban hasta un kilómetro y medio de longitud.
Existían carriles específicos para carros, esquinas redondeadas a fin de poder facilitar el tránsito y una organización jerárquica entre zonas altas —en la que residían las élites— y barrios populares. Todo estaba pensado con un propósito como era el bienestar colectivo.
Lo más asombroso, sin embargo, era su sistema de alcantarillado. Cada casa contaba con desagües que estaban conectados a colectores subterráneos cubiertos con ladrillos o losas, un diseño mil años adelantado a su tiempo.
En Lothal, aún pueden observarse restos del drenaje principal, con pozos, filtros de madera y redes con la misión de retener residuos sólidos. Ninguna vivienda carecía de estas instalaciones, lo que revela una conciencia de higiene pública excepcionalmente avanzada para una época tan remota.
El sello distintivo de esta cultura eran sus ladrillos cocidos, fabricados siguiendo una proporción exacta de 4:2:1 entre largo, ancho y alto.
Fueron realizados en hornos que alcanzaban los 500 °C, se convirtieron en símbolo de su refinada y alta -para su tiempo- tecnología. Esta estandarización no solo facilitaba la construcción, sino que garantizaba una enorme durabilidad sin precedentes.
Los ladrillos cocidos se reservaban para estructuras fundamentales como eran las murallas, baños, sistemas de drenaje y edificios oficiales. Los más simples, hechos de barro secado al sol, se usaban para las viviendas o dependencias menores.
La precisión con que se moldeaban y ensamblaban estos materiales demuestra el altísimo nivel de especialización de sus artesanos, verdaderos ingenieros de la antigüedad.
Cuando, siglos después, los ingenieros británicos tropezaron con aquellos bloques inalterables por el inexorable paso del tiempo, probablemente ignoraban que estaban desmantelando una obra maestra del urbanismo de la Historia Antigua.
La civilización que los había creado desapareció hacia el 1300 a. C., quizás víctima de un cambio climático, catástrofe local o de la alteración del curso del río Indo, pero su huella quedó impresa en cada ladrillo que hoy sostiene los rieles del tren del sur de Asia.
Los hallazgos en Harappa y Mohenjo-Daro, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, han permitido el poder reconstruir parte del modo de vida de aquellos pueblos y aspectos tales como de su preocupación por la higiene, su organización social, su dominio del agua y su notable sentido estético.
Las ciudades del Indo fueron ejemplos de racionalidad y gran equilibrio urbano, siglos antes de que otras civilizaciones alcanzaran niveles comparables.
El hecho de que parte de esa herencia haya servido literalmente de cimiento al desarrollo del mundo moderno del transporte en Pakistán encierra una paradoja. Bajo los trenes que cruzan el país, aún están —ya triturados pero presentes— los restos de una de las sociedades más sofisticadas de la Antigüedad.
La historia de Brahminabad es un recordatorio que el progreso técnico, sin conciencia histórica, puede destruir lo que más debería inspirarlo, los ladrillos que sostienen los raíles del ferrocarril paquistaní fueron testigos del nacimiento de la ingeniería moderna así como del esplendor y enorme la fragilidad de una civilización adelantada a su tiempo.