El mito del vampiro, del no-muerto, del bebedor de sangre se aleja mucho en nuestros días de la ficción creada en papel por el escritor Bram Stoker, sin embargo lo cierto es que hay personas que beben sangre y son considerados los modernos vampiros, los vampiros del siglo XXI.
John Edgar Browning, en el barrio francés de Nueva Orleans, es uno de ellos, toma sangre y puede llegar a notar la diferencia existente que origina la dieta, el grupo sanguíneo, la hidratación u otros factores. Como investigador de la Universidad Estatal de Louisiana se presta a hablar de su ‘afición’ para participar en su estudio etnográfico de la «verdadera comunidad vampira» de Nueva Orleans. La sangre tendría propiedades de reparación sobre el cuerpo, si se toma regularmente alivia de la fatiga, dolores de cabeza y de estómago.
Los vampiros actuales distan mucho de ser o corresponderse con el arquetipo de vampiros al estilo de Drácula pero que beban sangre tampoco los debe encuadrar como ‘enfermos mentales’ , Browning decía sobre ello: «Hay miles de personas que hacen esto en Estados Unidos y no creo que sea una coincidencia o una moda pasajera».
D. J. Williams, sociólogo de la Universidad Estatal de Idaho (Estados Unidos) cree que «cuando la gente habla de vampiros, muchas veces recuerdan estas imágenes. Así que la comunidad ha sido cerrada trata a los extraños con suspicacia».
Pero beber sangre humana figura en los libros de Historia, en el siglo XV, el médico del papa Inocencio VIII habría desangrado, presuntamente, a tres hombres jóvenes hasta la muerte y la hizo beber a su maestro moribundo para recobrar la vitalidad gracias a su juventud.
Los bebedores de sangre dicen que se sienten mejor tras ingerirla «mis facultades mentales se agudizan (…). Esto tiende a durar dos semanas, dependiendo de cuánta sangre tome y con qué frecuencia».
Tomas Ganz, de la Universidad de Los Ángeles, California, (UCLA), señala que esta práctica no puede eliminar todo el riesgo que tiene de adquirir una enfermedad: «Examinarse en clínicas de enfermedades de transmisión sexual no cubre todo el espectro de potenciales enfermedades transmisibles, pero cubre a las más comunes, como el VIH y la hepatitis B y C. Hay un fuerte efecto placebo, parecido a ingerir polvos amargos, líquidos brillantes de colores, u otras sustancias que lucen o saben como la comida convencional. Este efecto puede verse potenciado si hay un componente ritual asociado con la ingestión, y si el individuo siente una especie de exclusividad (como beber un vino muy caro y raro)».
Steven Schlozman, de la Universidad de Harvard, indica las altas dificultades de diagnosticar a los bebedores de sangre: «Yo sé que si un paciente viniera a mí con este tema como queja o estuviera preocupado por la práctica, mi primera respuesta como psiquiatra sería descartar una psicosis, ya que esta práctica está bastante alejada de lo que se considera un comportamiento cultural normal».
Auténticos bebedores de sangre, casi más propio de la ficción que de la realidad y, sin embargo, pasean por las ciudades del mundo teniendo por alimento nuestro fluido vital.