El día que murió Ana de Viya y por qué tiene una avenida con su nombre

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CADIZDIRECTO/ Manuel Devesa.- Las campanas de la Catedral doblan en señal de duelo. Es viernes 27 de diciembre de 1919. Ana de Viya acaba de morir en el número 8 de la plaza de Mina, lugar donde vivía a sus 81 años.

Su entierro reúne a las insignias de las cofradías de la Buena Muerte, Vera Cruz y Nuestra Señora del Carmen con una gran representación del clero gaditano. Su féretro, rodeado de seis monjas, es seguido con velas encendidas por todos los alumnos de Salesianos en dirección a la Catedral donde reposará eternamente. El Ayuntamiento también acude y además hace constar de manera oficial su sincero pesar.

Aquella mañana de diciembre, a pocos días de recibir a la década de los años 20, Cádiz despedía a una de sus mujeres más queridas, cuyo único objetivo había sido ayudar a los niños huérfanos y necesitados.

En ese empeño, ella misma se había encargado, viajando hasta Italia, de pedir a la Congregación de Don Bosco que sus hijos, los salesianos, se hicieran cargo de la obra que pretendía llevar a cabo en Puerta Tierra basado en un proyecto en el que el buen clima y el entendimiento entre profesorado y alumnado serían claves: el colegio San Ignacio.

Dicho y hecho, el 17 de marzo de 1904 el coche de caballos de doña Ana recoge a los primeros salesianos para comenzar la obra cuanto antes. Un sacerdote, tres jóvenes y más de cincuenta chicos comienzan a trabajar duro en un proyecto que financiará ella misma.

El centro dispondrá de enseñanza, materiales, vestidos y manutención totalmente gratis al ser sufragado por  Dª. Ana. No es sin embargo su único gesto de generosidad ya que años atrás, tanto ella como sus hermanos habían donado en usufructo una impresionante custodia a la Catedral, “labrada por el prestigioso orfebre de Barcelona, Raimundo Oñós entre abril y diciembre de 1883” tal y como apuntaba la prensa por entonces. Incluso el Seminario de Cádiz contó con su inestimable ayuda al entregarle al obispo Vicente Calvo y Valero nada más y nada menos que un millón de reales.

De esta manera, es Ana de Viya la responsable de que Don Bosco y sus salesianos pisen Cádiz para quedarse aquí eternamente en un centro que con el paso de los años ha ido renovándose conservando el mismo espíritu de siempre.

Por eso en el colegio existen dos lápidas en su memoria a cada lado de la puerta de entrada de la capilla. En la más antigua se puede leer: «A la insigne fundadora de estas escuelas profesionales salesianas doña Ana de Viya y Jáuregui, en el cincuentenario de la fundación, con filial gratitud, los antiguos alumnos. Cádiz 1904-1954».

Ya pueden imaginarse que con semejante currículum y la gratitud y el cariño que le brinda el pueblo gaditano, no es de extrañar que el Ayuntamiento acuerde años después darle su nombre a una de las cuatro partes en que se divide la actual Avenida. Méritos no le faltan.