El jugador del Cádiz, Diakité trata de cortar un avance rival
El jugador del Cádiz CF, Diakité trata de cortar un avance del Córdoba CF. Foto: Córdoba CF.

La crónica de Vera Luque del Córdoba CF-Cádiz CF (4-2): Se vende cargo de conciencia

El autor pone sobre la mesa la duda de seguir siendo cómplice pasivo del declive del Cádiz o renunciar, al menos de forma simbólica

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Ya sólo quedan dos caminos: resignación o exilio. Si algo nos mantiene enganchados a este culebrón de capítulos infinitos que es el actual Cádiz Club de Fútbol, es la negación por sistema al abandono de los colores que uno ama, única fé y decisión que no varía en la vida, por encima de la religión, el ideal político y hasta de la persona que duerme contigo, porque en la relación futbolera aficionado-club ni hay conversos, ni tránsfugas, ni divorcios. Desde la cuna hasta el responso. Así es ésto.

A estas alturas, no es que uno ya se plantee renunciar del idilio eterno al equipo del terruño. Jamás.

Pero se plantea un amor a distancia, sin caer en el chantaje emocional que se genera por culpa de esa camarilla dueña del club, a la cual, aunque estemos a años luz en el plano emocional para con la entidad, es imposible plantarle cara desde el punto de vista material y capital, entre otras cosas porque, sin euromillón de por medio, es imposible arrebatarles los que nos pertenece por ADN pero no por cartera.

Y llegados a este punto, llega la crisis de fe, que en los últimos tiempos cadistas, aparece semana sí, semana también. ¿Es rentable llamar a la Guerra Santa desde dentro, con mi abono pagado a tocateja sabiendo que no va a servir más que para pagar sueldazos, y/o inversión en crustáceos y/o ladrillo frente al Pez Limón? ¿O es preferible la batalla desde el exilio, dejar vacía la butaca, esperar que un buen día esto salte por los aires y entonces reconquistar el club aunque en ese momento no sea más que un juguete roto viajando por las categorías abisales del fútbol español

Hamlet a mi lado, un matraca. Ser o no ser. Seguir o no seguir siendo alimento fácil para esta pandilla de Tíos Gilitos de botones de camisa estresados y perímetros estomacales en clara progresión geométrica. Después de casi cuatro décadas de carné, duele no sabes cuánto llegar a estas disyuntivas. O sí lo sabes porque también eres de los de la quinta del pantallón en el cual vimos en directo el ascenso en el Juan Guedes.

Llega hasta tal punto el hastío, la desconexión, que ni nos sofocamos por las dos briznas de viento que se tradujeron en sendos desmayos y sus correspondientes penalties en contra el pasado viernes. Que ni nos volvemos locos cuando con diez en el campo remontábamos un dos a cero en contra, aunque al final no nos sirviera. El relato deportivo no mejora el relato institucional, cosa lógica por otro lado, puesto que son los responsables de la institución los que diseñan al equipo, y no al contrario. Desde la temporada 2016/17 no había en Segunda División un recién descendido peor que nosotros, lo que traducido resulta que somos el peor descendido de Primera de los últimos veinticuatro.

Eso a su vez da bastante mal rollito: los recién descendidos disfrutan de un jugoso regalito en forma de compensación económica como mal menor, por eso el planteamiento del retorno a Primera pierde fuerza (sobre todo económica) a medida que los equipos se apalancan en Segunda. Y ahí tienen esos Zaragozas, Gijones y otros históricos que no consiguieron dar el salto al primer intento. Y no te digo nada de los Deportivos, los Córdobas o los Málagas, que no sólo desaprovecharon la pole position monetaria, sino que acabaron ya saben dónde.

Si de primer año no hemos llegado ni a aspirar al play-off de ascenso, no me quiero ni imaginar lo que puede ir ocurriendo en años posteriores, con presupuestos a la baja y en caída libre desde hace tres años (que no fue más rápida por aquel penalty fallado por Jorge Molina en Graná). La cantera se descalabra, y el tan cacareado Mirandilla con sus camisolas particulares para gloria del merchandising, baja dos categorías en dos años, provocando un terremoto en forma de efecto dominó.

Mientras, se mercadea con canteranos entre los otros equipos propiedad de los que tú ya sabes, o se deja marchar a un delantero que ya ha debutado en Primera con un equipo aspirante a Champions. Todo ello, parapetado en una red social orwelliana, que se menea de categoría entre pésames al Vaticano o felicitaciones a un tenista. No hay por donde coger la movida.

Entiendes ahora lo de consultarle toda la noche a la almohada si seguir perteneciendo o no a tan magnánimo desastre. Es como ir al cine y comprar la entrada a sabiendas que te vas a tragar tremendo tostonazo de película. Eso somos los aficionados: espectadores de un dramón con un final que se ve venir de lejos. Sin capacidad de maniobra para cambiarlo. Sólo de verlo. Y pagando encima.

Con esa maldita sensación de que si abandonamos nuestra butaca también seremos verdugos y que si llega el día en el que este equipo cae más bajo que nunca, la culpa última sería nuestra. Y es que no hay nada más complaciente para los poderosos que saber que siempre habrá alguien que asuma la culpa del desastre que ellos mismos han generado. Y dormirán tranquilos y todo.