Si hay un hombre que arriesgó su vida en pro de la Ciencia y de descubrir misterios ancestrales ese fue, sin dudas, el etnobotánico canadiense Wade Davis. Adscrito al Museo Botánico de Harvard iba a saltar a la fama por su investigación sobre la realidad, o no, del llamado «polvo zombi» y sus posibles aplicaciones de cara a la Medicina.
La investigación no iba a ser fácil, no iba a ser sencilla, pero un caso de zombi, de persona que pasó por ese estado, como es el caso de Clairvirus Narcisse (con certificado de defunción de 1962) despertó el interés de colegas suyo de profesión. Narcisse fue encontrado vagando por los campos haitianos en 1962, en estado semi-catatónico. Había trabajado como un esclavo sin voluntad durante 20 años juntos a un centenar de zombis más que trabajaban duramente en las plantaciones. Fue saliendo de ese estado tras que uno de los zombificados matara al hechicero y este no le suministrara más «droga de mantenimiento».
El proyecto «Zombi»
El director del Centro Mars-Kilne de Psicología y Neurología de Puerto Príncipe (Haití), Lamarque Doyon, se interesó por el caso y viajó al país caribeño para tener una entrevista con Narcisse y su familia. Doyon, vivamente interesado, comentó que tenía un compañero en Nueva York, Nathan Kline, que se mostró igualmente interesado por la poción utilizada para zombificar a las personas. Kline es el denominado como «padre de la psicofarmacología» por los importantes descubrimientos en materia de depresión y esquizofrenia.
Kline sería quién habló de todo ello a otros compañeros en Estados Unidos y recaudó fondos para hacer una investigación en Haití. Ahí donde aparece la figura de un joven investigador, un joven antropólogo y etnobotánico llamado Wade Davis que se interesó por el tema y sería el elegido para viajar a Haití y tratar de recabar el máximo de información, y de muestras, sobre el «polvo zombi», llevar los ingredientes y analizarlo en la Universidad de Harvard para lo cual, posiblemente, tuviera que exponer incluso su propia vida.
Vivió en Haití varios meses -en 1982- para tratar de desentrañar aquel misterio y conseguir los objetivos de la misión. Davis recuerda que: «Cuando traje la mezcla, el primer paso fue tratar de identificar los diversos ingredientes, entre componentes vegetales y animales. Analizamos las plantas en el Museo Botánico, los animales en el Museo de Zoología Comparada. Y el componente que más llamó la atención fue un pez de la familia de los tetraodóntidos«, estaban en el camino correcto.
La clave está en un pez
«Consulté a tres expertos para averiguar si este pez tenía alguna característica peculiar y los tres se echaron a reír porque este pescado tiene una neurotoxina extremadamente potente en la piel, los ovarios, los intestinos y varios órganos internos llamada tetrodotoxina, un anestésico 160.000 veces más potente que la cocaína», ¡160.000 veces más potente! Ese era el secreto del «polvo de la muerte» o «polvo zombi» encontrado en un pez que tiene más de 200 especies y que era uno de los ingredientes comunes en las pociones que recolectó Davis en la isla.
La peligrosidad del pez globo se conocía ya por la gastronomía pues una especialidad, como es el fugu, considerado un manjar, puede ser potencialmente mortal si no se prepara con cuidado debido a esa toxina. «Debido a que los japoneses han comido pescado durante tantos años y debido a que varios soldados fueron envenenados en la Segunda Guerra Mundial, existe una extensa literatura biomédica en el país sobre el tema» recuerda Davis para Newsnight.
«Entonces pude enumerar todos los síntomas típicos de la intoxicación por tetrodotoxina. Y me impresionó la cantidad de síntomas distintos, más de 20, que coincidían con los síntomas reportados no solo por Narcisse, sino también por los médicos que se ocuparon de él y otras víctimas de la poción”.
«Más adelante encontramos en esta literatura japonesa descripciones de casos que eran iguales a los de la ‘zombificación’ en Haití. De individuos declarados muertos despertándose en la morgue siete días después. O de muertos despertando en vagones, camino a la cremación» explicó el etnobotánico.
«Todos ellos fueron víctimas de envenenamiento por fugu… E incluso había casos recientes. El verano pasado, hubo un caso de un hombre que se despertó en el ataúd y estaba bien».
Todas las muestras fueron llevadas al Hospital Presbiteriano de Columbia en Nueva York donde se comenzó a hacer experiencia de laboratorio con las mismas, era tremendamente sorprendente pues el cuerpo lo absorbía por vía cutánea, directamente sobre la piel. Leon Roizin, profesor de neuropatología de la Universidad de Columbia comentó sobre aquellas experiencias que «después de seis a nueve horas, los ratones dejaron de responder a estímulos en los ojos, oídos o incluso al dolor. Poco a poco, los animales dejaron de moverse. Desde lejos parecía que las ratas habían muerto o estaban en coma. Sin embargo, pudimos ver que respiraban y que su corazón latía. Retraían sus músculos cuando eran estimulados por electrochoques en las extremidades… Algunos de estos ratones permanecieron en esta situación hasta por 24 horas. Pero de hecho, desde la distancia, perecían estar en coma o muertos».
En monos muy agresivos su comportamiento cambió en 30 minutos, estaban aletargados, insensibles, catatónicos.
Pero el «polvo zombi» tenía más sorpresas si bien la tetratodoxina era su componente básico. Igualmente incluía una plata del grupo de las daturas, muy empleadas por los pueblos indígenas de Centroamérica. Se la llama «hierba del diablo» y se recoge en los libros del famoso «chamán» Carlos Castañeda. Esta hierba tiene propiedades muy especiales pues es un potente alucinógeno y si una persona se intoxica con la misma puede sufrir delirios, alucinaciones, comportamiento de sumisión o apatía.
Resultaba increíble que un pueblo «inculto» supiera los efectos de aquellas sustancias y las hubiera sabido mezclar en la proporción justa para no matar a una persona y que tuviera los efectos deseados.
Como es obvio no todo el mundo estuvo conforme con la composición de la poción e investigadores de Estados Unidos dijeron que la misma tenía «restos insignificantes de tetrodotoxina» pero por muy poco que fuera era suficiente para dejar catatónica a una persona. Ni los laboratorios se ponían de acuerdo pues los suizos encontraron una proporción mayor pero, a esas alturas, Wade Davis había logrado un hito dentro del mundo de la investigación reflejando todas sus vivencias y desvelos en la obra «La serpiente y el arco iris». En la actualidad es profesor de Antropología en la Universidad British Columbia, autor de varios libros sobre culturas indígenas y galardonado por National Geographic Society como uno de los «exploradores del milenio».