Esta es una historia a caballo entre la leyenda y la realidad, entre lo real y lo imaginario, entre lo terrorífico y lo lúcido. La historia nos cuenta que en el siglo XIX vivía en Badajoz un matrimonio adinerado de cuya relación había nacido una bella joven llamada Leonor. Entre las diversiones que tenía la familia estaba la de pasear en carruaje junto al río Guadiana.
Un tarde-noche, en la que Leonor no paseaba en el carruaje, se produjo un terrible accidente pues el cochero se durmió y perdió el control del tiro cayendo al río y falleciendo ahogados todos sus ocupantes. Así, de forma tan inesperada como cruel, la joven Leonor quedó huérfana al cuidado de un tía.
La joven era la viva imagen de la tristeza y se la podía ver afligida mientras paseaba o asomada al balcón con su impoluto vestido blanco.
Un día un joven apareció por el lugar, era un comerciante de Olivenza que llegó a la ciudad a hacer negocios; al ver a Leonor se enamoró perdidamente de ella, de su fragilidad, de su belleza. Comenzó a cortejarla y logró una cita. Acudía al Puente de Palmas ha hablar con ella, allá, escondidos, se entregaron a la pasión, lejos de cualquier mirada indiscreta.
Tras la muerte de sus padres ese era el revulsivo que necesitaba su vida: el amor. Pero el joven comenzó a visitar menos el pueblo y fue alejándose, poco a poco, de la joven que notaba su ausencia. La tragedia llega cuando Leonor es conocedora que el joven tiene una familia en Olivenza,se siente engañada pues le había entregado el tesoro de su honra bajo la falsa promesa de matrimonio y en una decisión extrema pone fin a su vida.
Leonor acude una noche al Puente de Palmas, con su vestido blanco, la mirada perdida, junto a la cuarta pilastra sube a la barandilla y se tira a las aguas del Guadiana. Nunca se encontró su cuerpo.
Pasó el tiempo y entró el siglo XX, fue entonces cuando se comenzaron a producir una serie de inquietantes hechos, un grupo de amigos estaba junto a ese mismo puente, uno de ellos se metió en el agua y nadó a la cuarta pilastra. Una vez llegó vio, con horror, como allí estaba flotando el cuerpo de una bella joven vestida de blanco. Aterrorizado, y sabedor de la historia de Leonor, comenzó a nadar hacia el embarcadero mientras notaba como una mano gélida tiraba de uno de sus tobillos hacia el fondo.
Los amigos vieron como se encontraba en apuros y gritaba, entonces se lanzaron a socorrerlo y lo llevaron a la orilla donde, en estado de shock, decía a duras penas: «¡La he visto…, la he visto…., he visto a la Dama Blanca!». Como mudo recuerdo del espectral encuentro se encontraban unas misteriosas marcas, con la forma de unos dedos, en sus tobillos.
Cuenta la leyenda que la ‘Dama blanca del Guadiana’ sólo se aparece a aquel que quiera verla cuando nade a la cuarta pilastra del Puente de Palmas en noche de luna llena, el precio puede ser el de la muerte.